Acaba de suceder en el Vaticano: el Papa Francisco reunió en un retiro espiritual a las partes enfrentadas en la guerra civil de Sudán del Sur, un país del que nosotros los argentinos -seamos sinceros- no tenemos la menor información.
Repasemos: su superficie es el doble de la provincia de Buenos Aires y está en el medio de África, rodeado por Congo, Sudán, Etiopía, Kenia y la República Centroafricana.
Cuando se independizó de Sudán en 2011, tenía una población de 20 millones de personas, pero hace 5 años estalló una guerra civil. Por favor, lean estas cifras con el corazón:
* Ya han muerto 400.000 personas.
* 6 millones han cruzado la frontera, refugiándose en países vecino, especialmente Etiopía.
* Otros 7 millones abandonaron sus casas y deambulan por su propio territorio buscando zonas en las que no los maten.
El drama de Sudán del Sur ha sido reflejado en un documental de la televisión francesa (Sudán del sur, la tierra maldita) realizado por Charles Emptaz y Olivier Jobard, emitido por France24.
Si se animan, véanlo:
La imagen del niño tapado por las moscas, a los 6 minutos, es desgarradora. Tanto como la de la joven que da a luz cuando huye en un camión, a los 16:30.
El subdesarrollo condena a la miseria a los habitantes de Sudán del Sur, un país paradójicamente rico en reservas de petróleo, pero en el que casi 3 de cada 10 jóvenes de entre 15 y 24 años son analfabetos.
Volvamos a la noticia de hoy.
El Papa aceptó la propuesta presentada por el Arzobispo de Canterbury, Justin Welby, de organizar un retiro espiritual en Vaticano, en la Domus Sanctae Marthae y reunió los jefes de los ejércitos enfrentados.
Asistieron -entre otros- Save Kiir Mayardit, Presidente de la República, y cuatro de los cinco Vicepresidentes designados: Riek Machar Teny Dhurgon, James Wani Igga, Taban Deng Gai y Rebecca Nyandeng De Mabior.
Después de dos días de retiro y reflexión, y bajo el lema "Buscar lo que une. Superar lo que divide", unos y otros asumieron el compromiso de buscar la paz.
¿Lo lograrán? No lo sabemos. Es difícil.
Alguna vez nos dijeron que la paz -más que un objetivo ideal- es un camino que se construye todos los días.
El gran negocio de la fabricación y venta de armas necesita de las guerras. Los conflictos bélicos son el mercado necesario para los armamentos, que deben ser vendidos a quienes van a usarlos. Y una de las grandes demostraciones de hipocresía es la de países que al mismo tiempo que hablan de la paz proveen de armas a los bandos en conflicto en todo el planeta.
Este intento del Vaticano aparece apenas como una posibilidad. Mínima, a contramano de la realidad, quizás condenada al fracaso. Pero encierra una esperanza en un mundo en el que -según ha repetido el Papa- la Tercera Guerra Mundial ya ha comenzado, fragmentada en conflictos que aparecen por todos lados.
Son 25, según el Council of Foreign Relations, incluyendo las luchas ideológicas, religiosas, antidrogas y étnicas. Somalia, Afganistan, Yemen, Irak, Siria, Ucrania, Camerún, Venezuela, Nigeria, Birmania, Turquía, la República Democrática del Congo, Chad, Colombia, Filipinas, Pakistan o México son algunos de los ejemplos.
Dejo para los expertos en política internacional las causas y evolución de todos estos conflictos. Mi intención es contarles lo que están provocando estas guerras ahora mismo.
Y no lo digo yo, sino la ACNUR, que es la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados:
* Cada dos segundos, en algún lugar del mundo, una persona se ve obligada a desplazarse como consecuencia de las luchas armadas.
* Hay 68 millones y medio de desplazados a la fuerza y que se instalan en otros países.
* Otros 40 millones son desplazados internos, que buscan asentarse en otras regiones de sus propios países.
* 10 millones de personas se han convertido en apátridas, porque su lugar de origen ha perdido entidad nacional.
* 44.400 personas por día se ven obligadas a huir de sus hogares debido a conflictos y persecuciones.
* Los organismos internacionales calculan que hay 25 millones de refugiados, que tuvieron que abandonar sus países.
* El 85 % de los refugiados están en países en desarrollo, mientras que los países desarrollados no los admiten en su territorio.
* El 57 % de los refugiados son de Sudán del Sur (2.400.000 personas), Afganistan (2.600.000 personas) y Siria (6.300.000 personas).
Seriamente preocupados por los problemas del país y por sus propias circunstancias políticas particulares, los candidatos presidencias de la Argentina jamás mencionan estos temas.
Es como si no estuviesen enterados de las guerras que hoy enlutan al mundo. Pareciera que tampoco están al tanto del sufrimiento de millones y millones de personas.
En realidad, eso también obedece a la reducida visión que los argentinos en general, no sólo nuestros políticos en particular, tenemos del mundo. Muchas veces se ha dicho que nuestro ombliguismo nos impide, incluso, comparar nuestros problemas con los que sacuden al resto de la comunidad internacional. Ese sencillo ejercicio nos permitiría ponderar con menos rigor nuestras dificultades.
De paso, podríamos interrogarnos sobre cómo nos ven en el mundo. Si lo hacemos y aceptamos la realidad, deberíamos aceptar que tenemos una imagen un poco desvaída.
Más allá del respeto individual que merecen Ginóbili, Piazzolla o la bióloga cordobesa Sandra Díaz, tenemos mala fama. Es doloroso, pero también es cierto.
Argentina -no el gobierno, ni éste ni el que venga- necesita mejorar su perfil ante el mundo.
Creo que para lograrlo, los candidatos presidenciales deberían empezar a hablar de la paz en el mundo. Deberían darse por enterados de todo lo que pasa. Y sumarse a quienes tienen una actividad firme en esa dirección.
Por ejemplo, sería bueno que alguno de los candidatos dijera: "Si llego al gobierno, voy a tratar de que algunos contingentes de refugiados puedan venir a mi país".
¿Y si lo hicieran todos los candidatos, elaborando y firmando un documento conjunto?
Para el Cardenal Mario Poli, Arzobispo de Buenos Aires, sería una gratísima sorpresa. Finalmente, estaríamos consagrando la frase -esta vez, sin la clásica carga de ironía que la acompaña siempre- "Argentina, país generoso".
Y nos sumaríamos a ese grupo de naciones que -como dice la estadística de ACNUR- recibe a los refugiados pese a sus propias limitaciones económicas, mientras que los grandes países desarrollados miran para otro lado.
Una inveterada costumbre nacional azota las iniciativas. Todas, no importa de qué se trate. Por eso imagino los comentarios adversos que esta sugerencia podría desatar.
Simplemente propongo que hable el corazón. Y recuerdo que en la década del 70 un investigador llamado Antonio Cosentino, creador del "Mapa de la Esperanza Argentina", nos decía:
-En la Argentina cabe la población de casi toda Europa… 300 millones de personas. Hay que poblar el país, porque eso nos permitiría tener alta productividad y alto consumo.
Si revisamos la historia de nuestro país, veremos que los grandes momentos de crecimiento fueron aquellos en los que hubo desplazamientos significativos de población, tanto provenientes del exterior como los internos.
Pero al margen de esa especulación económica y geopolítica, Argentina tiene la gran oportunidad de aparecer ante el mundo como eso que cada uno de nosotros es en realidad: gente sensible, solidaria.
Lo tenemos en nuestro ADN, porque nuestros abuelos lo vivieron y nosotros lo heredamos.
En fin, disculpen que abandone mi condición habitual de cronista y me meta en temas que exceden mi capacidad. Pero al menos, por favor, vean el documental de la televisión francesa, si no lo hicieron todavía.
Y como mínimo, demos gracias por la Argentina.