Cómo llegar a la cima del universo

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(Getty Images)
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El gran escritor israelí Yuval Noah Harari, en su best seller De animales a dioses, nos explica cómo fue que el Homo sapiens, siendo uno de los seres vivos más frágiles y débiles de la escala alimenticia del planeta, logró transformarse en el dueño del universo. Desde su cosmovisión cientificista sugiere que lo que hizo que el Homo sapiens lograra estar en la cima de todos los otros seres vivos fue la fe. La confianza. Con-fianza, tener fe-con alguien, en algo.

La confianza genera lazos sólidos en lo social. Cuando se tiene confianza en alguien, se llega a cualquier lado. Tener confianza en un hijo y hacerle sentir esa confianza le dará la seguridad que le permita lograr lo que sea. Confiar en la persona que se ama hará de cada noche un tiempo de luna llena y romance. Generar confianza en el círculo de amigos, en la comunidad, en la gente, nos hará llegar a la cúspide del universo. Los lazos de confianza son los que le generan al Homo sapiens la posibilidad de enlazarse con otros y empezar a crecer al transformarse en seres sociales.

La confianza. La fe. Harari lo explica en un símbolo muy interesante: el dinero. Un simple papelito rectangular con un número. Sin embargo, a nada el Homo sapiens le tiene más fe. Es solo fe lo que hace que alguien pueda entregar su auto, o su casa, o mercadería que elaboró a cambio de un papel con un número. La misma fe que esa persona que se llevó el papel tiene en que luego ese mismo papel será recibido por algún otro Homo sapiens, quien lo cambiará, a su vez, con base en una profunda fe compartida, por comida, seguridad o confort.

Una fe tan profunda que atraviesa geografías e ideologías. Con un papel de esos, fabricado por los Homo sapiens americanos, se puede ir a Irán, Rusia o Corea del Norte, y el papel también será muy bien recibido. Pura fe.

Ahora bien, hay una herramienta todopoderosa que tenemos los Homo sapiens, que es la que genera confianza y que nos hace diferentes al resto de los seres del planeta: el don de la palabra. La palabra genera confianza. Con una palabra podemos generar lazos profundos, construir un mundo entero y llegar a la cima de él. Y también podemos destruirlo todo.

Una herramienta suprema. Labios al servicio de poesías de amor y belleza. O labios presos de bronca, rencor y bajeza. Palabras que inspiren a canciones infinitas. O murmuraciones ajenas que hablan de envidias y fracasos propios.

El Libro de los Proverbios (18:21) dice: "Hajaim ve hamavet bidei haLashon", "La vida y la muerte en manos de la lengua". Dice el Talmud en el tratado de Arajin que una espada puede matar a una persona. Puede incluso matar hasta dos personas. Pero hay una sola espada que puede matar a tres: la lengua. Porque la lengua mata al que habla, mata al que escucha y mata a la persona de la que se está hablando.

Repetir algo que se escucha es transformarse en cómplice. Como dice el Talmud, es ser parte de un asesinato. Con una palabra se puede construir, pero también destruir y matar. Es una espada. Nos dice el Talmud que nadie se salva de "lashon hará", "la lengua del mal".

Rashi, uno de los más grandes exégetas del siglo X en Francia (en su exégesis a Deut. 1:12), cuenta que cuando los israelitas en el desierto veían a Moisés salir a la mañana temprano de su tienda, decían: "Este seguro se peleó con su mujer". Y si lo veían salir tarde, decían: "Este se quedó toda la mañana pensando y complotando algo contra nosotros". Siempre habrá algo para decir.

La palabra puede construir o puede destruir mundos enteros, relaciones, confianzas. Nadie se salva del "lashon hará".

Dijo el gran Bernard Shaw: "El chisme es como la avispa, si no podés matarla de un golpe, mejor no te metas con ella". Se habla de más, se habla del otro, bajo la excusa de que otros lo dijeron, sin pasar por el filtro de la verdad, ni el de la responsabilidad, de si es necesario para uno, si es necesario para algo, ni de cuánto se puede llegar a dañar.

La falta de confianza, la erosión de la fe, comienza a socavar lazos. Nos aleja, y en la soledad nos volvemos otra vez frágiles. Volvemos a caer en lo personal primero, y como sociedad después. Dejamos de gobernar nuestras vidas. Dejamos de ser los dueños de nuestro universo. Cuando no se sabe convivir, nos quedamos sin vivir.

Sin embargo, tenemos una herramienta superadora al "lashon hara": el "Lashon haTov", la 'lengua del bien'. Hablar bonito, pensar bonito. Hablar lindo y bien de tu hijo lo empodera, lo transforma en alguien con más confianza y seguridad en sí mismo. Hablar bien y lindo de tus seres queridos los embellece y hace crecer. Hablar bien de tus amigos, de tu gente, los hace todopoderosos.

Debiéramos empezar a hablar más lindo de la Argentina. Tal como decía mi madre, el problema que tenemos es que cuando hablamos de la Argentina, solemos referirnos a "este país" y no a "nuestro país". Se trata de hablar bien de lo nuestro, de tener más confianza en lo nuestro. Más confianza en nuestra Argentina, en nosotros mismos como país. Fe en todo lo que podemos alcanzar. Confianza en nuestras instituciones, en nuestro potencial, en nuestra moneda, en nuestra identidad, en el lugar al que podemos llegar. Dejar de intentar construir desde la destrucción del otro y comenzar a edificar desde la fe. La seguridad en lo que somos. La fuerza de nuestra palabra, las convicciones de nuestro corazón. En nuestras palabras están las bases del mundo que construimos para nuestros futuros.

Amigos queridos, amigos todos. Dios creó el mundo con la palabra. El texto dice: "Y dijo Dios que sea la luz, y fue la luz. Y dijo Dios que sea la tierra, y fue la tierra. Y dijo Dios que sea el sol, y fue el sol…" Primero dice. Después crea.

Y se preguntan entonces los místicos de la Kabala: ¿Qué hace Dios entonces desde que creó el mundo? ¿A qué se dedica ahora? Y nos enseñan que Dios continúa diciendo el mundo. Desde nuestra limitación humana, de Homo sapiens, solo vemos materia. Pero todo es palabra. Lo que vemos son palabras. Ese es el mundo en el que vivimos.

Tenemos la inmensa oportunidad de evaluar cómo invertir nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestros decires. Las palabras que salgan de nuestros labios construirán la familia, la sociedad, el país y el mundo en el que queramos vivir.

El autor es rabino de la Comunidad Amijai y presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masortí.

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