Por qué Israel sigue eligiendo a Netanyahu

Bibi lo hizo otra vez. Por cuarta vez consecutiva, ha ganado elecciones nacionales en Israel.

Con una ventaja de alrededor de catorce mil votos sobre el partido Azul y Blanco de su contrincante Benny Gantz, el Likud, aunque en paridad de bancas en el Parlamento con este otro partido, está mejor posicionado para formar una coalición de gobierno. Entrando así a su quinto mandato, Netanyahu superará al fundador de la Patria, el legendario David Ben-Gurion, como el premier más longevo en el gobierno. A Ariel Sharon le decían la topadora. ¿Cómo categorizar a un político que no para de triunfar democráticamente? Sus seguidores tienen el apelativo: Bibi melej Israel (Bibi rey de Israel), que surge del parafraseo de una tradicional canción hebrea sobre el Rey David. Y sí, Netanyahu acaba de ser coronado una vez más como la más descollante y totémica figura política nacional del Israel contemporáneo.

En sus sesenta y nueve años de edad, Netanyahu parece haber concentrado varias vidas en una. Fue soldado, comando de elite, diplomático, consultor económico, escritor, parlamentario, líder de la oposición y político multitask: Primer Ministro, Ministro de Defensa, Ministro de Relaciones Exteriores, Ministro de Hacienda y Ministro de Comunicación. Fue un excepcionalmente elocuente embajador ante las Naciones Unidas (un foro particularmente hostil a Israel), a la par -sino superando- al fantásticamente dotado Abba Eban. Supo usar su poder de oratoria como político y diplomático para defender a su país en el ámbito de las relaciones públicas, como supo defenderlo antaño en el campo de batalla como soldado y comando militar. Al igual que Winston Churchill previamente, Netanyahu también "llevó la lengua inglesa a la guerra", sólo que para servir a su pequeña nación asediada en el espacio de la prensa internacional.

Hijo de un prominente historiador especializado en la inquisición española, hermano menor del ultimado líder de la operación de rescate de rehenes secuestrados en Entebbe, formado en Harvard y el MIT, Netanyahu se destacó inicialmente por sus credenciales de experto antiterrorista. Tras su rol de editor de un libro en 1987, Terrorism: How the West Can Win, se animó como autor en 1996 con Fighting Terrorism: How Democracies Can Defeat Domestic and International Terrorism, que lo consagró como una autoridad en la materia. Su claridad moral y conceptual puede verse en esta cita suya:

"Por su propia naturaleza, el método inhumano elegido por los terroristas para obtener su fin descalifica el fin desde el principio como uno merecedor de apoyo moral… No es solamente que el fin de los terroristas no justifica los medios que eligen; su elección de medios indica cuáles son sus verdaderos fines. Lejos de ser luchadores por la libertad, los terroristas son precursores de la tiranía".

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Si con estas obras se asentó como una autoridad respetada en la lucha contra el terrorismo, fue sin embargo con el libro publicado entre ellos que Netanyahu emergió como un auténtico abogado intelectual de Israel. A lo largo de las más de 450 páginas que conforman A Place Among the Nations: Israel and the World (1993), Netanyahu presentó el caso a favor de su país con fundamento histórico y lógica demoledora, ofreciendo una respuesta cabal a la propaganda árabe-palestina y a la crítica progresista occidental. Vaya otra cita de ejemplo:

"El pueblo judío ha debido lidiar con la difamación por generaciones. Pero la escala de las calumnias de este siglo contra él y contra Israel, su alcance, efectividad y consecuencias devastadoras, han excedido por mucho cualquier cosa vista antes. Con todo, estoy convencido de que estas difamaciones pueden ser refutadas y que la batalla por la verdad puede ser ganada; que gente abierta de mente puede ver la diferencia entre las calumnias interminables elevadas contra el estado judío y la verdad no barnizada, cuando los hechos son presentados ante ellos".

Publicado el mismo año que Shimon Peres sacaba a la luz su obra coescrita con Arye Naor, The New Middle East, el texto de Netanyahu se convertiría en el antídoto realista a las fantasías contenidas en el libro de Peres, que bregaba por un Israel aceptado en un Medio Oriente económicamente integrado y políticamente pacificado. Con el advenimiento de la era Oslo ese mismo año -los célebres acuerdos con la OLP de Yasser Arafat, las expectativas de paz en el aire, el frenesí de optimismo globalizado- Netanyahu pareció quedar confinado al papel del profeta que clama en el desierto. A contramano del éxtasis promovido por el Laborismo, él insistió en denunciar las falacias en las que ese pacto polémico se apoyaba. Cuando la intifada palestina del año 2000 sepultó con violencia la paz prometida en Oslo, Netanyahu fue ideológicamente vindicado, aunque su consagración política debió aguardar otros nueve años. En el 2009 fue electo por segunda vez como Primer Ministro, y desde entonces fue reelegido ininterrumpidamente.

Durante esta última década suya en el poder Israel creció económicamente, se consolidó como una potencia tecnológica de vanguardia, sus relaciones diplomáticas (particularmente con el mundo árabe sunita, América Latina y Europa Oriental) se expandieron y el país fue defendido con vigor ante enemigos islamistas implacables como Irán, Hezbolá y Hamas, así como el no-islamista Siria. Debido a su cercanía con Donald Trump o no, lo cierto es que bajo su gobierno Estados Unidos salió del Pacto Nuclear con Irán, desplazó su embajada hacia Jerusalen, reconoció la soberanía israelí sobre los estratégicos Altos del Golán, repudió a la virulentamente antisionista UNESCO y empujó hacia los márgenes de la diplomacia mundial la causa nacional palestina. Incluso el habitualmente poco simpático Vladimir Putin tuvo una cortesía política con Netanyahu en plena campaña electoral, al facilitar el hallazgo de un soldado israelí desaparecido casi cuatro décadas atrás en El Líbano. Asimismo, el flamante presidente de Brasil Jaír Bolsonaro hizo su aporte al visitar junto a Netanyahu el Muro de los Lamentos pocos días atrás, a contramano de la tradición diplomática usual de negar lo evidente. Y muy recientemente, un satélite israelí ingresó a la órbita lunar, lo que encamina al pequeño estado judío hacia la puerta del selecto club de potencias espaciales.

"Incluso la fuerza combinada de tres ex jefes de las Fuerzas de Defensa de Israel no es rival para un primer ministro que ahora se dirige a su quinto mandato" escribía en la madrugada israelí David Horovitz, editor en jefe del Times of Israel. Superviviente político nato, con una cintura admirable y una visión estratégica sin par, Netanyahu acaba de triunfar.

Una vez más.