Bastó que el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) anunciara que la pobreza había llegado al 32% en 2018 para que estallara el fin del mundo. "¡Qué vergüenza! ¡Qué fracaso!" clamaron los que en 2014 registraron un valor mayor (32,4%) después de más de una década de gobernar con mayoría en ambas cámaras, las tasas de la FED en 0,25% y la soja a us$480 promedio. "¡Un escándalo inaudito!" acompañaron los que sacaron al país de la recesión al precio de subirla del "casi 40%" que denunció Eduardo Duhalde en el momento de su asunción al 57,5% que registró el Indec ocho meses más tarde. ¡Cincuenta por ciento más de pobres en diez meses!, como solo sucede en países donde abundan los terremotos, los tsunamis o el peronismo.
Ahora bien, no hay nada que festejar, y lo sabemos. Este Gobierno y este presidente prometieron dirigir el país hacia la pobreza cero y pedimos que se nos juzgara por los logros en este terreno. Y la pobreza, tres años después, es la misma que nos dejaron. Nos hacemos cargo. No la escondemos diciendo que se come con seis pesos, que contar los pobres es estigmatizante, ni que es menor que en Alemania. Pero también sabemos que con la honestidad no basta y que el país requiere invertir urgentemente la tendencia a la consolidación de un tercio de su población viviendo como pobres; guarismo al que se llegó en 2010 (31,9%) y que no hemos logrado dejar atrás ni tirios ni troyanos.
Dicho esto, insistir con el ñañañá de "gobierno de los CEO", "presidente sin sensibilidad social" y "gobierno de los ricos para los ricos" no resiste el análisis. Mientras este Gobierno fue capaz de mantener su plan original, la pobreza bajó del 32,2% de inicios de 2016 al 25,7% de fines de 2017. Estamos hablando de seis puntos y medio menos en un año y medio, y del menor índice desde 1995, valores que el kirchnerismo no alcanzó ni defaulteando deuda, poniendo cepos y desfinanciando la infraestructura y la energía. Eso duró hasta 2017, cuando se nos cerraron los mercados. Después vino la devaluación, que no sucedió porque este Gobierno apostara a enfriar la economía sino por lo contrario: una exagerada confianza en su solidez y un optimismo desproporcionado a la situación real que ha sido el principal error de Cambiemos. La crisis se desató porque el Gobierno hizo en diciembre de 2017 lo que proponía y propone hoy la oposición: apostar al crecimiento sin antes haber consolidado sus bases macroeconómicas. Es importante recordarlo hoy para mostrar a dónde llevan las políticas "de crecimiento" que fracasaron doce años con un marco interno y externo mucho más favorable, y que vuelven a ser propuestas hoy como recurso sanador.
Un poco de historia tampoco daña. A pesar de que el sentido común populista que impera en la Argentina indica lo contrario, los grandes aumentos de la pobreza y la indigencia no han ocurrido durante ajustes "neoliberales" impulsados desde el Estado, sino por ajustes populistas nacidos de la negativa a ordenar la economía desde el poder político que llevaron a cataclismos de mercado. No hay datos nacionales para esa época, pero los registrados para el Gran Buenos Aires desde 1988 son representativos. Y bien, la primera vez que la pobreza sumergió a casi la mitad de los argentinos (47,3%) fue en octubre de 1989, con el gobierno de la revolución productiva del peronista Carlos Menem, después de que la hiperinflación alfonsinista que la hubiera llevado al 25,9% en mayo. Delicias de la economía proteccionista-industrialista-estatista de los ochenta. Para 1994, la Plata Dulce creada por la Convertibilidad la había reducido a 11,9%, hasta que se acabó y en 1995 la pobreza inició una espiral ascendente que la llevó a 26,7% al final del menemismo y al 35,4% de la Alianza. Allí la tomó el Salvador de la Patria Eduardo Duhalde y la subió al 54,3% de 2002; un +53% anual perfectamente compatible con el dato nacional. La argentinidad populista al palo.
El kirchnerismo la bajó, es cierto, pero no por el modelo de acumulación redistributiva, sino, simplemente, porque es lo que pasa después de todo ajuste brutal seguido de una recuperación. En efecto, al final de la presidencia de Néstor era pobre el 49% de los pobres del primer semestre de 2003, mientras que después de cuatro años de Convertibilidad eran pobres el 37% de los pobres originales. Repito: la pobreza bajó más y más rápido con la Convertibilidad que con el modelo nac&pop. Son datos del Indec, y no opinión. Y una vez pasada la plata dulce K, obtenida mediante el brutal ajuste de Remes Lenicov, la mayoría automática y la soja por encima de los us$500, la reducción durante los ocho años de Cristina fue de apenas tres puntos, llegando al tope de 32,4% en 2014 gracias a Axel Kicillof; otro gran ideólogo como Roberto Lavagna, especializado en arreglar los despelotes que armó.
Allí estamos ahora, y no es nada bueno. Volviendo al tercio de argentinos en la pobreza después de la provisoria reducción de 2017. Pero no estamos peor que antes, y el Gobierno está solucionando los cinco déficits estructurales que han llevado a este país a la decadencia económica y social: el déficit primario fiscal, que está bajando aceleradamente y por encima de las metas fijadas; el déficit comercial, con saldos que vuelven a dar positivos debido al fin del atraso cambiario; el déficit infraestructural, con la inversión más alta en obra pública en décadas; el déficit energético, que se ha revertido gracias a la puesta en marcha de Vaca Muerta y las energías renovables de la Patagonia y el norte; y el déficit institucional, con hitos permanentes y de alto impacto como el haber puesto en verde los balances de 20 provincias sobre 24 o la destrucción de los carteles de la obra pública y de los laboratorios, que encarecían los costos para el Estado en hasta el 50 por ciento.
Salir al mismo tiempo del atraso cambiario, el atraso tarifario y la destrucción de la energía y la infraestructura no es gratis; pero se está haciendo. Y es, también, la primera vez en la Historia que el país sale de una combinación de déficit consolidado superior al 8%, shock externo y corrida global al dólar, sequía inusitada (un punto del PBI de los 2,6 que se perdieron en 2018 se debe a este factor) y bajo poder político sin declarar defaults, sin quedarse con los ahorros de los ciudadanos y sin volar por los aires; como voló por el aire con gobiernos peronistas (1975), militares (1981) y radicales (1988 y 2001). La situación social es difícil, pero no peor que lo que nos dejaron. Y no estamos dispuestos a salir de la recesión al precio de un rodrigazo como el de 1975 ni de un duhaldazo como el de 2002, los mayores ajustes sociales de la Historia, que se aplicaron cantando la marchita. Es mucho menos de lo que creíamos podíamos lograr en tres años de gobierno, y lo sabemos; pero no deja de ser un logro.
Con gran esfuerzo de todos, estamos dejando atrás una Argentina que consumía más de lo que producía, un Estado que gastaba más de lo que recaudaba, una sociedad que creía que la energía era gratis y un país en el que la corrupción mataba de la mano de la impunidad. Y este cambio es percibido por millones de argentinos que recuerdan los efectos de mediano plazo del voto con el bolsillo, tanto en su versión revolucionaria (el voto split que en 2011 le dio el 54% a Cristina) como en la neoliberal (el voto licuadora que reeligió a Menem en 1995); que terminaron como todos sabemos. Porque no es bolsillo versus no bolsillo. Es corto plazo versus largo plazo. Y no hay soluciones mágicas sino la posibilidad de esforzarnos y hacer lo que han hecho todos los países que han combatido eficazmente la pobreza en todo el mundo.
Hasta aquí, la historia de la pobreza. Mañana analizaremos la historia universal de la infamia.
El autor es diputado nacional (Cambiemos).