Hay una percepción generalizada de que es mayor la demanda potencial de dólares que la oferta disponible en 2019. Si bien el déficit externo récord de 2017-2018 que provocó la crisis es inferior en 2019 por la caída en las importaciones y la mejora del balance de turismo, la restricción externa permanece y no hay financiamiento adicional.
El crédito voluntario está cortado y los dólares del FMI cubren los pagos de deuda de 2019, lo que deja serias dudas sobre la sustentabilidad futura de una deuda que llega al 97% del PBI. Sustentabilidad precaria que el propio staff del FMI advirtió, con una deuda pública muy superior a la precrisis de 2001.
Si bien las altas tasas limitan parcialmente la demanda de dólares, en el corto plazo, esa herramienta por sí sola en un país que no genera los dólares genuinos suficientes es acotada y puede generar una bola de nieve de pesos especulativos que se dolarizarán.
En 2016 el Banco Central (BCRA) eliminó el piso de tasa que establecí en octubre de 2014 al asumir la presidencia del BCRA, para que los bancos ofrezcan tasas atractivas en pesos a los ahorristas sin trasladar esa suba a la tasa para los créditos. Eso permitió estabilizar las presiones cambiarias, un significativo crecimiento de los plazos fijos que le ganaron hasta el fin de mi gestión al tipo de cambio, acotando la extraordinaria rentabilidad de los bancos y estimulando el crédito con la línea de crédito productivo en condiciones financieras razonables.
Ahora el BCRA promueve una mayor rentabilidad del sistema financiero para que suban las tasas a ahorristas, lo que facilita una mayor tenencia de LELIQ pero en un contexto de alto riesgo y sin regulaciones adecuadas que eviten encarecer o limitar aún más el escaso y prohibitivo crédito disponible.
Aunque el Gobierno suba aún más las tasas, los efectos políticos, fiscales, productivos y sociales de una mega-recesión serán perniciosos y se profundizará la desconfianza, lo que genera mayores presiones cambiarias.
Los años electorales y mucho más los años de elecciones presidenciales son particularmente difíciles porque las empresas transnacionales y los inversores en general aumentan sus demandas de cobertura cambiaria.
Con una inflación muy alta retroalimentada por aumentos incesantes de tarifas y servicios, con una devaluación no totalmente trasladada a precios, alimentos que se encarecen al atender prioritariamente mercados externos a precios superiores, reduciendo la demanda local, el tipo de cambio tiende estructural y tendencialmente a acompañar los aumentos de precios, tanto por mayores costos directos e indirectos como por expectativas de una mayor devaluación. Se genera así un círculo vicioso alcista de precios, tarifas, dólar y tasa de interés.
Esta película ya la vivimos en Argentina, los exportadores que ya no están obligados a liquidar las divisas en el país —a pesar de que hasta el propio FMI lo sugirió. Liquidarán los menores dólares posibles, los importadores se apurarán a adelantar importaciones y cancelar deudas comerciales, aumentará la dolarización y la fuga de capitales, lo cual provoca mayores presiones devaluatorias.
Se percibe además que una "supertasa" todavía más alta por sí sola se volverá ineficaz conforme se acerquen las elecciones. Si a esto le sumamos a) las limitaciones a las ventas de dólares de contado previstas en el acuerdo con el FMI en el mercado spot a solo 60 millones de dólares diarios cuando el año pasado se requirieron cifras muy superiores y no se frenó la devaluación, y b) los límites del propio acuerdo a las operaciones estabilizadoras en futuros de dólar y los temores en muchas empresas por la criminalización de un instrumento que usan todos los Banco Centrales; todas estas restricciones atan de manos a un Banco Central que afronta una mayor demanda sin poder de fuego y pocos instrumentos.
Una lección de la crisis global es que siempre es bueno tener flexibilidad instrumental para intervenir y revertir expectativas. Eso les permitió a los países desarrollados recuperar la confianza y la estabilidad financiera.
El Gobierno de Cambiemos es el tercer experimento de desregulación financiera. Política que generó la burbuja y el endeudamiento, y provocó una crisis previsible, crisis con similitudes a la de la tablita de Martínez de Hoz y a la de la convertibilidad. Ambas, como sabemos, terminaron en una grave crisis financiera, bancaria y cambiaria.
Aún estamos a tiempo de revertir una crisis severa si cambiamos 180 grados la política económica y se cuida el equilibrio externo con política de desarrollo, protección del mercado interno y limitando la fuga de grandes capitales especulativos. El Gobierno podría al menos minimizar la crisis si recupera libertad instrumental para intervenir, achicando la banda de flotación y tomando medidas que limiten parcialmente la apertura importadora y la fuga de capitales, además de frenar aumentos de costos que propulsan la inflación y presionan el alza del tipo de cambio.
Hasta la derecha conservadora tomó medidas pragmáticas en la década del 30 para salir de la crisis. Es imprescindible revertir las pésimas expectativas con pleno uso de reservas sin limitaciones de uso y políticas consistentes de cuidado del sector externo en este contexto particularmente difícil que será sin dudas más duro en los próximos meses.
La magnitud y el timing de la crisis dependerán del contexto global. Si bien la estabilidad de la tasa en Estados Unidos en 2019 es un alivio, la recesión global con baja en los precios de los commodities, una guerra comercial Estados Unidos-China no resuelta, la inestabilidad de Brasil son todos factores que pueden agravar la difícil situación del contexto local plagado de errores no forzados del Gobierno.
En síntesis, si el clima internacional ayuda, será un año malo como el año pasado, con alta inflación y recesión. Si se agrava el clima externo y el Gobierno no sale de su miopía ideológica y subordinación suicida al poder financiero, viviremos horas extremadamente difíciles en los próximos meses.
La buena noticia es que con otro rumbo económico habrá salida a pesar de todo.
El autor es ex presidente del Banco Central de la República Argentina y de la Comisión Nacional de Valores. Director de Synthesis Argentina.