Este proceso inflacionario, como otros tantos que vivimos en el pasado, está dejando un tendal de víctimas. Están vivos, pero enfermos y tienen dificultades para cubrir sus necesidades y superar problemas de salud. En estos últimos años lo que faltó fue un control severo y consecuente del Estado, un seguimiento de los costos de producción y de comercialización. Así las cosas, cada sector intentó sobrevivir montándose a espaldas del consumidor.
Por ese libre albedrío que impera en los días que vivimos hay distintas vertientes del proceso inflacionario. Se conoce quienes lo reducen a un problema de Estado despilfarrador y con déficit fiscal. Pero otros hablan de una inflación estructural, no solo la enseñada por el maestro Julio Olivera en la Facultad de Ciencias Económicas, sino en los actos de los protagonistas de la vida económica, la productiva y la intermediaria.
Para cubrirse, para proteger sus bolsillos, para prevenir males mayores en el proceso de producción y de comercialización, todos los personajes actúan por su cuenta. No hay patrón de medida. Fijan valores estimativos a los productos, a los que ellos suponen que será la inflación o el nivel del dólar. Se ha configurado un país de libre albedrío, con victimarios y víctimas.
Hay muchos ejemplos, pero uno en particular, el sector de los laboratorios, llama mucho la atención por incrementos vertiginosos e inalcanzables en los remedios. Están aquellos que se automedican al primer síntoma, sin recurrir a la opinión médica y están los que padecen, los que soportan dolencias de todo tipo por años.
Los laboratorios tanto nacionales como extranjeros están protegidos por un lobby firme y decidido. Viene actuando desde hace décadas. Se habla de remedios de los que se usan en todas las edades, en todas las enfermedades y especialmente en la adultez. Se podría decir que este dilema es el del costo de la salud en la Argentina, encrucijada superada en otros países europeos y especialmente en las naciones del Báltico, donde la presión impositiva es alta pero los servicios son baratos o gratis. Son los ciudadanos los que con gusto soportan esa carga, porque, a cambio, reciben beneficios y no tienen temor al futuro.
Aquí, los costos de la medicina prepaga están desbordados. Y solo el 50% de los argentinos que trabajan tienen cobertura de salud. Se trata de los que trabajan en blanco, los que aportan, los que cubren todos los compromisos con la sociedad.
Llegar a adulto avanzado, con jubilaciones precarias como en la mayoría de los casos en la Argentina, o vivir de ingresos magros, o cubrir las necesidades de una familia marginal es igual a modelar una precarización máxima de los pacientes con limitaciones de salud importantes.
Según el Centro de Economía Política Argentina (CEPA), la inflación de los medicamentos, entre mayo de 2015 y febrero de 2019, llegó a 257 por ciento. Otros remedios, muchos de ellos importados y envasados en la Argentina, o fabricados con drogas que provienen del exterior, incrementaron su precio más de 550 por ciento.
Del mismo modo reina la sinrazón. Hay edulcorantes en pastillas que son importados de Europa, un producto sencillo en su elaboración. Hay remedios clásicos, con fórmulas que datan de hace varias décadas, ya amortizadas económicamente, que siguen en una trepada de precios incomprensible.
Solo en el mes de febrero de 2019, en promedio, los precios de los 50 principales medicamentos se elevaron entre un cuatro y un nueve por ciento. Siguiendo las estadísticas vitales del Ministerio de Salud de la Nación, el 44% de las personas de 60 años y más sufre enfermedades del aparato circulatorio, el 26% de la misma capa etaria padece tumores y 21%, enfermedades del sistema respiratorio.
La situación es crítica si se conocen los incrementos de medicamentos para patologías específicas. Por ejemplo, un anticoagulante clásico (y ya veterano) elevó su valor un 560 por ciento. En el caso de las enfermedades respiratorias (entre ellas, el asma), los remedios crecieron más del 300 por ciento. Los que sufren enfermedades osteoarticulares o dolores crónicos (artrosis, artritis reumatoides) presenciaron el alza de algunos productos en 312 por ciento.
Para los jubilados que no pueden pagar prepagas está PAMI, donde hay que presentar varios elementos para demostrar ingresos mínimos y otras carencias a fin de conseguir los descuentos indispensables.
¿Dónde se metió el Estado? ¿Quién autoriza semejantes aumentos, mes tras mes? ¿Es la imagen de desinteligencias o falta de preocupación de las autoridades? Resulta imprescindible elaborar un esquema de salud para toda la población, lo más rápido posible, para evitar sufrimientos.