"El trastorno de personalidad antisocial es una afección mental en la cual una persona no logra distinguir el bien y el mal e ignora los derechos y sentimientos de los demás. Las personas con trastorno de personalidad antisocial tienden a antagonizar, manipular y tratar con dureza, indiferencia e insensibilidad a los otros, sin mostrar culpabilidad ni remordimiento por su conducta. A menudo violan la ley, convirtiéndose en criminales. Pueden mentir, comportarse impulsiva o violentamente y tener problemas con el uso del alcohol y las drogas. Debido a sus características, no pueden cumplir con responsabilidades relacionadas con la familia, el trabajo o la escuela". El párrafo, tan preciso en la descripción de ciertas conductas de actualidad en el escenario político argentino que parece preparado ex profeso, puede ser encontrado en la página web de una de las instituciones de excelencia en el mundo de la psiquiatría: la Clínica Mayo.
Entre los síntomas del trastorno de personalidad antisocial —psicopatía, en nuestro diccionario— la Clínica Mayo añade otros rasgos pertinentes: uso de la mentira y el engaño para explotar a otros, arrogancia, sentimiento de superioridad, obstinación, problemas recurrentes con la ley, violación repetida de los derechos ajenos a través de la intimidación, deshonestidad, hostilidad, irritabilidad, agitación, agresión, falta de empatía, relaciones deficientes o abusivas, falta de consideración de las consecuencias negativas del propio comportamiento, incapacidad de aprender de los errores, irresponsabilidad e incumplimiento de las obligaciones personales y financieras. El ajuste perfecto entre la descripción y el sujeto hace innecesario aclarar de quién estamos hablando.
Desde mi ignorancia casi completa de la ciencia psiquiátrica, estimo que a la Clínica Mayo se le escapó un elemento fundamental de la conducta psicopática: la habilidad para victimizarse negando toda responsabilidad por las propias acciones y adjudicando sus consecuencias negativas a la perversidad de los demás. "La persiguen porque es la hija de Néstor y Cristina", asegura la psicópata en su video; pero fue ella misma la que incluyó a sus hijos en los enjuagues de la asociación ilícita por la que está siendo investigada, de la que Florencia participó como accionista de Hotesur y vicepresidenta de Los Sauces, los hoteles de la familia usados para lavar fondos ilícitos provistos por Cristóbal López y Lázaro Báez.
"El brutal estrés que sufrió devastó su cuerpo y su salud… Les pido a los que nos odian que se metan conmigo y no con ella", agrega la psicópata. Después de lo cual expone a su hija enferma en un video destinado a ser el centro de la polémica política argentina por semanas o meses, cuando una semana atrás nadie le prestaba la más mínima atención a Florencia, hasta el punto de que habían pasado desapercibidos sus viajes —los de una procesada por la Justicia que espera el juicio oral junto a su madre y su hermano Máximo— a un país —Cuba— que carece de tratado de extradición con la Argentina.
"Ninguna persona que pierde a un padre elige. Los hijos se convierten en herederos forzosos por la ley, no porque quieran serlo", sostiene la psicópata, intentando extender el mecanismo de irresponsabilidad-impunidad a su hija y heredera. Pero Florencia —que era ya mayor de edad, requisito sin el cual ninguno de sus actos habría sido válido— ingresó por su propia voluntad a la asociación ilícita familiar como accionista y vicepresidenta, designó autoridades en el directorio, aprobó los ejercicios económicos, ratificó el contrato con Valle Mitre S.A. (Lázaro Báez) que activaba el lavado de activos provenientes de la obra pública y se benefició con el retiro personal de fondos; como consta y está ampliamente demostrado en la causa. También colaboró con su madre en el ocultamiento de dineros ilícitos guardando en su caja de seguridad los más de cuatro millones y medio de dólares que Cristina le entregó dos días antes de su declaración indagatoria por la causa de dólar futuro.
Nada importa. Imperturbable, la voz temblorosa y en off del video afirma: "Vulneraron nuevamente los derechos de mi hija; como siguen haciendo con los míos". Pero la única vulneración de la Justicia existente es la que permite a la psicópata seguir libre gracias los fueros que le garantiza la alianza con el peronismo racional y senatorial comandado por Pichetto. Y la única "persecución" que sufre por parte del juez es el insólito privilegio acordado por Bonadío de autorizarla a viajar a un país con el que no existe tratado de extradición a pesar de tener dictada una prisión preventiva ratificada —por unanimidad— por la Corte Suprema de Justicia. Desafío a los que tratan de disfrazar de persecución política lo que es mera aplicación del Código Penal a encontrar un antecedente semejante en la larga historia de la impunidad argentina.
En cuanto a Florencia, también es falso el argumento: "Yo elegí la militancia política. Florencia eligió otra vida: el arte y la militancia feminista". Florencia no solo fue cómplice económica de su madre sino que participó de incontables actos de militancia kirchnerista, entre los cuales el más notable fue la entrega del bastón de mando presidencial, en diciembre de 2011, en reemplazo del vicepresidente saliente, Julio Cobos. Fue otro acto de borramiento de los límites entre lo público y lo privado típico de todo régimen monárquico-familiar y la primera de las violaciones al ceremonial de entrega del mando que anticipó la negativa de entrega efectuada en 2015 contra Mauricio Macri. En cuanto a la vocación puramente artística de Florencia, de sus intervenciones se conocen solo dos: como asistente en "Néstor Kirchner, el documental" y como guionista de "El camino de Santiago", documental sobre la "desaparición forzada" de Santiago Maldonado gracias al cual viajó a Cuba a recibir un premio.
Pero usar a los hijos de testaferros y exponerlos al escarnio mediático no es suficiente para una psicópata que se precie. También hay que saber usar el episodio como parte de la propia campaña política, cuyo contenido central es el ocultamiento de los crímenes cometidos contra el país y los ciudadanos detrás de la máscara provista por la victimización. Con tan altos fines, hasta en medio de la supuesta urgencia de una situación médica que se describe como grave siempre se puede encontrar el tiempo suficiente para editar un sofisticado y costoso video. Subtitulado, por supuesto, para que se pueda comprender desde un celular. Musicalizado cuidadosamente, en tono de melodrama. Con fotos editadas de la lejana infancia feliz y mucha cámara lenta y tono quejumbroso —a punto de quebrarte pero sin quebrarte, debe haberle dicho el director— editado en varias tomas. No solo es la utilización de la vida privada y las relaciones supuestamente más queridas como parte de la batalla electoral. Es la estetización de la política que describía Walter Benjamin como parte inseparable del fascismo.
¿Odio? Ninguno. Ni el creador original de la saga de los Kirchner fue feliz, ni terminó bien sus días, ni es previsible que ninguno de sus tres herederos lo haga. De ellos, Florencia es la única que me provoca una cierta empatía, porque pese a sus innegables responsabilidades me parece más una víctima que una victimaria. Ojalá se recupere pronto, sea lo que sea lo que tenga. Pero el video preparado por su madre forma parte de una detestable tradición de uso político de la enfermedad y la muerte cuyo origen es verificable. A pesar de que su cáncer de útero tenía un lento desarrollo, Eva Perón fue operada el 6 de noviembre de 1951, cinco días antes de los comicios que decidirían la reelección de Perón. Evita dejó grabado un conveniente mensaje que fue transmitido interminablemente por todas las radios desde dos días antes de la votación. En el mismo, con voz temblorosa, sostenía: "No votar a Perón es, para todo argentino, traicionar al país". Allí empezó lo que siguió con el luto de Estado, la radio recordando por años a las 20.25 exactas "la hora en que la Jefa Espiritual de la Nación pasó a la inmortalidad" y la imposición totalitaria del brazalete negro obligatorio. Así empezó lo que terminó como tenía que terminar: con el tiroteo entre las patotas de la UOCRA y Camioneros en ocasión del sepelio definitivo de Perón, en octubre de 2006, y con la teatralización del velorio de Néstor Kirchner y el luto por su muerte como parte de la campaña presidencial de 2011. Quienes hicieron todo esto se consideran inocentes. La culpa es, desde luego, de quienes se los recordamos.
Es que la realidad argentina, lamentablemente, no se rige por los cánones de la ciencia política sino por el manual de psiquiatría de la Clínica Mayo. Consiste, básicamente, en la actitud que se adopta frente a un psicópata. ¿Ser su cómplice para compartir el botín? ¿Aliarse con él para obtener impunidad y evitar el castigo? ¿Volver a él con el caballo cansado después de haber denunciado su venalidad y su delirio? ¿Hacer como si no existiera para evitar sufrir el miedo instintivo que nos produce su existencia? ¿O enfrentarse a él y estar dispuesto a pagar las consecuencias?
Más simplemente, ¿seremos capaces de dejar atrás la necrofilia, la victimización y el uso despiadado de la familia y los afectos, y avanzar hacia la igualdad de todos ante la ley? ¿O elegiremos volver a los setenta años en que la violencia, la muerte y las operaciones de estetización de la corrupción constituyeron la parte fundamental de la política argenta? Es esto lo que se decide en estos meses. Es esta la batalla entre el pasado decadente y un futuro difícil, pero que puede ser. La decisión es de todos.
El autor es diputado nacional (Cambiemos).