Hace unos 2500 años se llevó adelante el primer plan sistemático de aniquilamiento de todo el pueblo judío en Persia, actual Irán. La fiesta de Purim, el próximo miércoles por la noche, recuerda ese plan frustrado.
Esta misma semana se conmemoran 27 años del atentado a la Embajada de Israel. Como aquella vez, un ministro en Irán, antigua Persia, complotó con el poder local y decidió llevar adelante el primero de los dos atentados en nuestro país, en el corazón de nuestra Capital. Esta vez el ataque no se frustró. Entre ambos ataques se cuentan más de 100 personas muertas, judíos y no judíos, cientos de heridos, e innumerable cantidad de familias que nunca volvieron a rearmarse y ser la familia que alguna vez fueron.
Décadas de impunidad pero nunca de olvido. Somos el pueblo de la memoria.
En estos últimos días se lanzaron misiles a la población civil de la moderna, democrática y plural Tel Aviv. Misiles financiados y apoyados por el poder político de Irán, Persia. Los ciclos perversos de la historia.
La filosofía del odio antisemita es histórica. Pero si bien el odio es el mismo, lo que ha mutado es el antisemitismo. Así como hace 2500 años no había coches bomba o misiles teledirigidos a ciudades, también mutó el virus del antisemitismo.
Después de tantos años de haber invertido en la cura de la enfermedad, ésta ha rebrotado nuevamente. El virus ha mutado, y no logramos como humanidad dar con el antídoto.
Definamos en primer lugar qué es el antisemitismo.
No necesariamente es antisemita aquel al que no le gustan los judíos. Hay mucha gente que puede no llegar a gustarnos. Sin embargo no elegir a alguien no implica pretender que deje de tener derechos o desaparezca. Quienes critican a Israel tampoco necesariamente son antisemitas.
Cualquiera puede estar libremente en contra de las políticas de la Argentina, las del gobierno actual, las del gobierno pasado, o las del que vendrá. Eso no lo hace anti-patriótico o anti-argentino. Uno puede ser crítico de las políticas de Bolivia, de Uruguay y hasta de Irán. Ése no es el problema.
El problema es cuando se pone en duda si acaso ese país o esa comunidad debiera existir. Israel es el único país en el planeta que tiene un signo de interrogación permanente sobre su existencia. Nadie se pregunta si debiera existir Argentina, o Estados Unidos, o Siria, o Etiopía. El único país que vive con el riesgo sobre su legitimidad, es Israel.
El antisemitismo es la negación a los derechos de los judíos a vivir como judíos y quitarles todo tipo de igualdad en derechos en relación al resto de las personas o los pueblos.
El Rabino Sacks, en una elocuente exposición en la Cámara de los Lores en Inglaterra, explica al antisemitismo en su proceso de mutación. Durante siglos, el antisemitismo ha buscado el aval y la justificación de las fuentes de autoridad de cada época. En la Edad Media, la fuente de autoridad era la religión. Y es por eso que se persiguió a la religión judía: era antisemitismo religioso. Se los presionó mediante conversiones forzadas o la quema en la hoguera.
Para el siglo XIX la fuente de autoridad ya no era la religión sino la ciencia. Esto devino en una serie de teorías, tales como la del darwinismo social, que alimentó las ideologías nacional-socialistas del nazismo, definiéndo al judaísmo como una raza. Una raza inferior.
Hoy la fuente de autoridad de la época son los derechos humanos.
El Estado de Israel es el único país democrático de la zona. Las comunidades judías de los países árabes fueron expulsadas o han tenido que emigrar, mientras que las poblaciones árabes dentro de Israel cuentan con partidos políticos establecidos y con representantes en la Kneset (Parlamento). Incluso uno de los jueces de la Corte Suprema es de origen árabe. Sin embargo, es el único estado denostado como usurpador de derechos humanos, limpieza etnica y genocidios varios.
El antisemita moderno puede decir tranquilamente que no lo es. Que no es racista, que no tiene nada contra los judíos ni contra el judaísmo, sino sólo contra el Estado de Israel. De los casi 200 países que tiene el mundo, 56 son musulmanes, 103 son cristianos en sus diferentes formatos. Y solo uno y pequeño es el Estado Judío de Israel. Ocupa apenas la cuarta parte del 1% del territorio de todo Medio Oriente. Es más pequeño que la provincia de Tucumán y la mitad de su territorio es desierto. Y sin embargo, pareciera ser la única raíz de todos los males.
Por último, el antisemitismo moderno, en su mutación, ha logrado no solamente dejar de ser antisemita sino haber encontrado al nuevo antisemita. La ecuación es desde inverosímil a tragicómica. Porque no hace falta negar el Holocausto. Aquella fue una masacre que no puede volver a suceder, sin embargo estaría ocurriendo. La nueva Alemania nazi es Israel, los nuevos nazis son los israelíes, los nuevos judíos son los palestinos…Y el nuevo antisemita: el mismo pueblo judío.
El odio es el mismo, sólo ha mutado en su forma.
Al judío se lo persiguió por comunista y por capitalista. Por ser una rata y por millonario. Por no querer integrarse y por integrarse demasiado. Por ser un paria sin tierra, y ahora por tener su propia tierra. Siempre extranjero en cualquier país. No merecían vivir en ningún lado. Exilio y expulsión en cada siglo, desde cada frontera. Hasta que finalmente regresamos a nuestra tierra y fundamos nuestro Estado. Y resulta que ahora, tampoco eso está bien.
Ante algo malo que sucede, aparecen dos tipos de preguntas. De la pregunta que elijas, dependerá en quién te transformes.
Una pregunta es: "¿qué hice yo para que me pase esto?".
Y la segunda es: "¿quién hizo que me pasara esto?".
Si elegís la primera, vas a comenzar un círculo virtuoso de autocrítica, autoevaluación, búsqueda, responsabilidad interior, crecimiento, sabiduría, renovación y esperanza.
Si vas a ir por la segunda pregunta, desde el odio buscarás culpables, chivos emisarios. Desde el enojo, la miseria interior y ceguera exterior, encontrarás inevitablemente un camino de frustración y derrota espiritual.
Durante siglos, Europa eligió la segunda pregunta. Sistemáticamente, la respuesta fue: los judíos.
En la Europa de hoy crecen los partidos y plataformas nacionalistas y sectarias que abrevan de las ideologías de derecha que la destruyeron en el pasado. Mientras la izquierda intelectual, aquella que históricamente defendió el derecho de las minorías, se ha tornado irreverentemente antisemita y aliada a las expresiones más intolerantes y dictatoriales del planeta.
Europa le ha regalado muchas palabras al mundo: expulsión, gueto, pogrom, auto de fe, inquisición, conversiones forzadas, holocausto y genocidio. Con lágrimas de los siglos, pero con sangre judía. En devolución el pueblo de Israel ha contribuido con científicos, físicos, economistas, premios Nobel, educadores, músicos, pintores, artistas y poetas.
Así las cosas, Europa se está acercando de manera suicida a aquél sueño macabro de los años 30´: ser un Judenrein, un lugar sin judíos.
Qué hacemos entonces nosotros?
Este Shabat se llama Shabat Zajor, el Shabat del recuerdo, de la memoria.
Nos llama a aprender a recordar, a intentar manejar eso que creemos que manejamos y que a veces nos maneja a nosotros: la memoria.
Poder recorrer nuestra sabiduría y descubrir en nuestro pasado las llaves que te hagan comprender mejor el hoy y escribir mejor el mañana.
A la vez esta semana aquí en Argentina, se conmemora el Día Nacional de la Memoria. También en nuestro país hemos vivido el desastre, el horror y la muerte. Y no debemos olvidarlo.
La memoria para el pueblo judío no es un vago reflejo de la nostalgia, no es dejar en algún lugar del recuerdo las cosas que sucedieron alguna vez. La memoria está relacionada a la acción y a la responsabilidad. Recordar no tiene que ver con alojar las cosas en algún lugar del corazón o la mente. Sino recorrer la propia historia, comprender más alto, transformarte en más sabio. Y entonces accionar y cambiar.
La clave será transformarnos en una sociedad más integrada.
Integración no es asimilación. Asimilarse es ser simil al otro. Es ser como el otro. Integrarse es transformarte en alguien más integro, al construir una sociedad integral aceptando al otro. Tal como es. Sin querer hacerlo simil o haciéndote similar a él.
No transfromarte en el otro exige que te sepas. Que te conozcas. Exige buscarse, y representar con autoridad y orgullo tu propio ser, tu propia esencia. Tu historia. Tu fe.
El odio infundado, el odio que nace desde el fanatismo visceral, desde el sectarismo ideológico, volvió a mostrar su peor cara esta semana. El repudio al horroroso ataque en las mezquitas de Nueva Zelanda debe ser integral. Y entonces integrarnos en un mensaje de amor, condolencias y abrazo a las familias de las víctimas.
Amigos queridos, amigos todos.
La raíz y el origen de la violencia, la discriminación y la intolerancia, es la ignorancia. Es el no saber al otro.
Para saber al otro, primero tenemos que saber quiénes somos.
Por eso Zajor, por eso la memoria. Por eso debemos recorrer nuestra sabiduría y entonces, ser nosotros artífices de una sociedad más integradora.
De un mundo con más equilibrio, con más justicia, con más humanidad, y con mucha más paz.
El Rab Ale Avruj es Rabino de la Comunidad Amijai,
y Presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masortí