La existencia de una relación estratégica entre Rusia e Israel es evidente desde hace tiempo. No se trata de una alianza per se, pero sí de una amistad de conveniencia. Si bien sus intereses no siempre coinciden, ambos Estados actúan en sincronía, pues comprenden que sus objetivos ulteriores son inverosímiles sin la aquiescencia o visto bueno por parte del otro.
Esta interpretación da cuenta de frecuentes reuniones bilaterales de alto nivel entre líderes y funcionarios de ambos lados. Sin ir más lejos, luego de entrevistarse con Vladimir Putin, el premier israelí Benjamin Netanyahu afirmó el 3 de marzo que Jerusalén y Moscú trabajarían juntamente para examinar la retirada de tropas extranjeras de Siria. Teniendo en cuenta las intenciones de Estados Unidos de evacuar a sus soldados del conflicto, el anuncio hace referencia a la presencia de militares turcos e iraníes en suelo sirio, creando la impresión de que el Kremlin está perdiendo la paciencia con Ankara y Teherán.
Según diversas fuentes, teniendo en cuenta que la supervivencia del régimen damasceno ya no está en juego, los rusos están percatándose de que sus socios en la pacificación de Siria, bajo el encuadre de la cumbre de Astana, dinamitan más de lo que aportan. En contraste, Israel es el único actor que no objeta las ambiciones rusas en Medio Oriente, estando dispuesto a colaborar en la pax russica del posconflicto.
Irán representa el problema más inmediato. Como vengo discutiendo en mis columnas, el esfuerzo persa por asegurar una presencia permanente en Siria está deteriorando la relación entre los ayatolás y los estamentos ruso-sirios de defensa. Esto se debe esencialmente a los recurrentes ataques de la fuerza aérea israelí a objetivos iraníes en el país; y que, no obstante, también dañan las instalaciones del régimen sirio, por no hablar de su reputación. Las fuerzas de Assad no pueden hacer nada para disuadir a Israel de que continúe efectuando ataques quirúrgicos, de modo que seguir hospedando a militares iraníes representa un costo cada vez más mayor, que quizás supera los beneficios que Teherán pueda aportar.
En público, Damasco solo puede ventilar su frustración mediante la propaganda y declaraciones envalentonadas contra el "enemigo sionista". En privado, esta situación se traduce en presión para que Rusia interceda y modere el fuego israelí. A diferencia de Estados Unidos, Rusia es el único peso pesado que mantiene un trato cordial con todos los actores involucrados en la conflagración de Medio Oriente. Es decir, por fuerza de las circunstancias, constituye el único intermediador aceptado, suponiendo para Moscú una gran influencia que se condice con el deseo de Putin de devolverle a su país el carácter de superpotencia global.
Ahora bien, pese a la presión de su aliado, Rusia no desea conflictuar la seguridad israelí, y ha demostrado que no actuará en función de cubrir los intereses de Irán. En agosto de 2018 los rusos formalizaron su demanda de que Hezbollah y las milicias iraníes mantuvieran una distancia de por lo menos 85 kilómetros de la frontera con el Golán israelí. Sin embargo, aunque los iraníes han acatado la orden, no hay indicios de que Teherán vaya a desconectarse del resto de Siria, ni garantías suficientes para prevenir que militantes chiitas retomen posiciones cerca de Israel.
Existe consenso entre los analistas de que Rusia no puede expulsar a Irán de Siria. Tampoco puede actuar contra el atrincheramiento de sus efectivos al largo plazo, algo que Israel no puede tolerar. En este sentido, solo el uso de la fuerza por parte de la aviación israelí puede demorar o complicar la situación de Irán. Asumiendo que Israel se cuide de no atentar desmesuradamente contra las capacidades del régimen sirio, el debilitamiento de Irán podría llegar a ser de utilidad a los efectos de estabilizar Siria bajo los auspicios rusos.
Según marca el sitio especializado DEBKAfile, durante el reciente encuentro entre Putin y Netanyahu en Moscú, el líder ruso aseguró que en este punto los intereses de Jerusalén y Moscú convergen, en esencia, regresar Siria a lo que era antes de la guerra civil. Este acuerdo signa la desconfianza hacia los planes iraníes, y podría adelantar mayores presiones para que el Gobierno de Assad se desligue de sus benefactores persas. Es decir, Rusia no utilizará sus baterías antiaéreas para obstaculizar la libertad de acción de la fuerza aérea israelí, siempre y cuando, por lo dicho recién, Israel no cruce las líneas rojas del Kremlin. Por descontado, primero que nada, los israelíes no tienen permitido arriesgar las vidas del personal ruso en Siria. Tampoco tienen permitido llevar a cabo operaciones a gran escala que afecten el balance de poder en Siria, o mismo poner a Rusia en una situación en donde se vea humillada.
Esto último fue lo que ocurrió, por ejemplo, durante episodios en abril y en septiembre del año pasado. Primero, Estados Unidos lanzó un ataque con misiles crucero contra instalaciones de Assad. Aunque el ataque no fue contundente —para no verse humillada— el hecho forzó a Rusia a incrementar su compromiso hacia la seguridad de su aliado, utilizando su equipamiento defensivo para escudar al régimen. Este desarrollo llegó como un llamado de atención hacia Israel. Luego, cuando los sirios derribaron por error un IL-20 matando a 15 tripulantes, el Ministerio de Defensa ruso acusó a Israel de haber utilizado a la siniestrada aeronave como "escudo", para distraer así a las baterías antiaéreas mientras sus cazas realizaban un ataque quirúrgico.
Dejando de lado estos incidentes, es claro que la cooperación entre Rusia e Israel va en aumento, lo que suscita desasosiego en la república islámica. Mientras semanas atrás Netanyahu visitó Moscú, Assad visitó Teherán. Hasta ahora, desde que comenzara la guerra civil, hace ocho años, Assad solo había viajado al extranjero dos veces: ambas para entrevistarse con Putin. No por poco cabe preguntarse si el encuentro del presidente sirio con Hassan Rouhani y Ali Jamenei no representa un regañamiento hacia el Kremlin.
El otro asunto espinoso en la estrategia de Moscú es Turquía. Fuentes rusas observan con preocupación que el revisionismo turco, el llamado neootomanismo, es conflictivo con la prioridad de pacificar Siria, y sobre todo con el proyecto de conservar su integridad territorial. Los analistas militares tienen buenos motivos para suponer que los turcos no abandonarán sus conquistas en el norte sirio. El rol militar de Turquía en las regiones de Afrín y Yarablus está gradualmente expandiéndose para cubrir aspectos de gobernanza civil como administración pública, educación y justicia. En otras palabras, en los sitios ocupados por fuerzas y rebeldes proturcos se está gestando un proceso de culturalización de los locales para inculcar lealtad hacia Turquía.
El asunto es más complicado aún si se evalúa que la repartición de territorio no necesariamente ha terminado. Recep Tayip Erdogan viene prometiendo que lanzará una nueva ofensiva hacia ambas orillas del Éufrates, y así dinamitar cualquier bastión kurdo en la frontera con su país. Con los norteamericanos preparando la evacuación de por lo menos 1800 tropas (de 2000) de la zona, es probable que el "sultán" haga valer sus palabras. Intentando evitar que Ankara expanda sus operaciones sin consultar o coordinar con Moscú, el ministro de Relaciones Exteriores ruso, Sergey Lavrov, sugirió recientemente que Rusia podría enviar policía militar para patrullar la frontera turco-siria dentro del marco de una "zona segura".
Este tipo de declaraciones a Erdogan no le caen para nada bien. La política rusa de intermediar entre todas las partes no excluye a los actores kurdos, de modo que, a diferencia de Turquía, Rusia discrimina a los kurdos sirios entre aquellos que son "buenos" y otros que son "terroristas". En palabras de Lavrov: "Es necesario separar el trigo de la paja y ver cuáles de las fuerzas kurdas son realmente extremistas y constituyen una amenaza para la república turca". En suma, la belicosidad de Ankara hacia los elementos kurdos contrarresta la percepción de que Turquía está comprometida con el plan de crear zonas de descalación en miras de calmar las aguas en Siria.Turquía y Rusia mantienen acuerdo en otros puntos importantes, incluyendo la necesidad de cooperar para mantener a Idlib aislada (el último gran bastión yihadista), y la visión estratégica de una Turquía asertiva que puede desafiar a la OTAN; y comprarle a Rusia tecnología de punta, como las baterías antiaéreas S-400. No obstante, y a diferencia de lo que exponen otros analistas, considero que la interdependencia entre turcos y rusos no convierte a los primeros en proxies o en "aliados" de los segundos. Ambos Estados, herederos de grandes imperios, comparten una arraigada aversión hacia Estados Unidos, pero no por ello pueden suprimir con facilidad siglos de rivalidad geopolítica y conflictos armados entre ellos.
Volviendo a las premisas, considero que no se debe restar importancia a la dinámica entre Moscú y Jerusalén. Putin no solo reafirmó su compromiso hacia la seguridad de Israel, sino que le asignó un asiento en la discusión sobre el futuro de Siria. Por esta razón, quedará por verse hasta qué punto este desarrollo impacta sobre las discusiones en el marco de Astana, el mecanismo de cooperación que reúne a rusos, turcos e iraníes para tratar las cuestiones del Levante y Mesopotamia. En cualquier caso, lo cierto es que Rusia necesita a Israel para valer su cometido de pacificar la región.
El autor es licenciado en Relaciones Internacionales y magíster en estudios de Medio Oriente por la Universidad de Tel Aviv. También se desempeña como consultor en seguridad y analista político. Su web es FedericoGaon.com.