La esperanza blanca nacional y popular

Derrumbados en las encuestas los candidatos que habían apalancado por años, extraviada para siempre toda oportunidad entre el humo de sus declaraciones, su ausencia de carisma, el aroma a refrito de sus proyectos y su ostentosa incapacidad, polarizado el escenario político no por decisión de Durán Barba sino por incapacidad del peronismo de encontrar nuevos hombres y nuevas ideas, dividida la ancha avenida del medio entre un senderito de una sola mano que lleva a ninguna parte y una colectora más del kirchnerismo, atosiga hoy las páginas y pantallas perionistas la figura de Roberto Lavagna, la esperanza blanca nacional y popular.

Lavagna que luce orgullosamente sus soquetes puestos al revés por debajo de las sandalias en su coqueta casa de Cariló. Lavagna que se reúne o no se reúne con menganito y zutanito para acordar o desacordar. Lavagna que pide que incluyan en el nuevo justicialismo a Ricardito y Margarita. Lavagna que es apoyado en su cruzada redentora por Marcelo Tinelli, ese heraldo de la berretización de la cultura que supimos conseguir en tres décadas de decadencia nacional.

De lo que se habla poco y en ningún lado es de los promotores de la campaña Lavagna 2019. Acaso, porque son los mismos que se entusiasmaron con otra esperanza blanca peronista; de apellido suizo. Acaso, porque son los mismos que en 2003 nos presentaron una simpática pareja de abogados patagónicos llegados a Balcarce 50 para salvar a la Patria del abismo neoliberal. Acaso, porque son los mismos que se entusiasmaron con los primeros años de aquel mandato, los de la cuarta Plata Dulce, y solo se bajaron del caballo cuando fueron por ellos, después de que se habían cargado a casi todos los demás. Acaso, porque nadie menciona nunca adónde nos han llevado todas y cada una de las esperanzas blancas peronistas. El Luder de los decretos de aniquilación de 1975 y la autoamnistía militar de 1983. El Cafiero que inauguró la serie de gobernadores peronistas que devastaron la provincia de Buenos Aires desde 1987. El Menem que se afeitó las patillas a inicios de los noventa para abrazar el nuevo orden mundial.

Acaso, nadie menciona a los que se ocultan detrás de las cortinas porque la Argentina lleva décadas de funcionamiento corporativo antirrepublicano; de carteles de la obra pública que la causa de los cuadernos ha develado; de alianzas farmacológicas que derrocaron presidentes ejemplares como Illia; de medios salvados de la hecatombe por pesificaciones mágicas y licuaciones salvadoras; de sindicatos y centrales industriales unidos en la heroica lucha contra el poder hegemónico de las instituciones democráticas; de promotores de mesas de concertación capitaneadas por la Iglesia que reemplacen al Congreso Nacional.

Como el Diálogo Argentino 2002, por poner un ejemplo, que cerró sus trabajos entregándole un documento al presidente Eduardo Duhalde un día antes de su primer discurso en el Congreso. Todos recordamos aquella epopeya civilizadora, aquel pacto de la Moncloa argento, aquella desmentida de la grieta, aquella demostración de que la Argentina corporativa de la CGT, la UIA y la Iglesia sentía y veía más allá que la turbia clase política nacional. Permítanme recordarles ahora los maravillosos resultados obtenidos: 75% de devaluación en un día, 41% de inflación anual con salarios y jubilaciones congelados (aumentarían menos del 3% en todo 2002), pesificación asimétrica (los dólares, para los bancos; para los que pusieron dólares, papel picado), y corralón (apropiación definitiva de los ahorros bloqueados provisoriamente por el corralito). Y récord inflacionario desde la híper (41%) con Pignanelli a cargo del Banco Central; récord histórico de desocupación (21,5%) con Camaño de ministra de Trabajo; récord histórico de caída del PBI (-10,9%) y la industria (-11,4%) con De Mendiguren de ministro de Industria; y un aumento de la pobreza del 50% en un año (del 38,3% de la Alianza al 57,5% de Duhalde). Una masacre en nombre de los buenos sentimientos y la justicia social.

Fue este recorte brutal y salvaje, el más dramático y profundo de la Historia argentina, desarrollado entre coros que entonaban la marchita sin que hubiera saqueos por hambre ni marchas de la CGT pidiendo la cabeza de los compañeros ministros, de donde salió el veranito de Lavagna. Fue ese recorte monstruoso ejecutado por Remes Lenicov el que le permitió a Lavagna asumir en condiciones ideales. Para entonces, en abril de 2002, el ajustazo estaba hecho y el consumo privado había caído 14,9% en un año; las inversiones, el 36,1%; las importaciones, el 49,7% y el PBI era el mismo de 1993. Pero el país ya había logrado los famosos superávit gemelos, tenía amplios excedentes energéticos, una capacidad industrial ociosa de más del 50% que posibilitaba crecer sin invertir ni desarrollarse y no tenía que hacer pagos al exterior porque por obra de Rodríguez Saá estaba en default. El precio de la soja, por su parte, había comenzado su meteórica carrera ascendente y cotizaba a us$360 la tonelada, casi el triple que el año anterior. Consecuentemente, sin que se tomara una sola medida diferencial, el PBI creció un 13% entre el primer y el segundo trimestre de aquel 2003 en que Néstor Kirchner prolongó el mandato de Lavagna, heredero de Remes Lenicov. Bad cop and good cop.

Pero los argentinos detestamos las consecuencias y amamos las causas. Fue en 2003, con la asunción de Lavagna, que comenzaron todas las políticas populistas que desembocaron en la situación actual. El aumento de los salarios en pesos y en dólares sin relación ninguna con el aumento de la productividad, el retraso tarifario que nos dejó sin energía y el atraso cambiario que desembocó en las inflaciones con recesión de 2014 y 2018. Y el retorno de la inflación, que había logrado ser reducida al 4,4% en 2004 pero que para el año de salida de Lavagna se había más que duplicado (9,8%) y volvía a rondar los dos dígitos. En el medio había quedado, también, el mayor pagadiós de la historia del mundo; cuando bajo el nombre de "reestructuración voluntaria de la deuda" el trío Kirchner-Lavagna-Nielsen defaulteó bonos de la deuda con un ahorro —según Lavagna— de us$41.300 millones, pero que terminó con pagos de más de us$20.000 millones por el famoso cupón PBI y —gracias a la excelente idea de emitir deuda con legislación en Nueva York que terminó en el juicio de los holdouts en los tribunales del doctor Griesa— con un costo adicional de us$10.500 millones para salir del default pese al 44% de quita obtenida por Cambiemos en 2016.

Nada nuevo. Todas y cada una de las gestiones económicas de las que participó Lavagna, la esperanza blanca peronista, terminaron en grandes crisis. En 1973 fue Director Nacional de Política de Precios de la Secretaría de Comercio, bajo las órdenes de José Ber Gelbard; en un proceso que acabó llevando al Rodrigazo de 1975. En 1985, fue secretario de Industria y Comercio Exterior con rango de ministro del gobierno de Alfonsín, que terminó en la hiperinflación. Y en abril de 2000, dato poco conocido, fue el embajador plenipotenciario designado por la Alianza ante los organismos económicos internacionales y la Unión Europea, cargo que abandonó para ser ministro de Economía del kirchnerismo. Rodrigazo, hiperinflación y 2001. Cómo es que Lavagna —junto a Guga Lousteau y Felipillo Solá, uno de los mejores exponentes del poliamor aplicado a la política— ha logrado esa fama de tecnócrata eficiente que lo circunda es un misterio; otro misterio generado por el sesgo peronista que afecta la información nacional.

Pero la candidatura presidencial de Lavagna evoca un episodio más reciente: la anterior candidatura presidencial de Lavagna, ocurrida en 2007 por una de esas ocurrencias en que abunda la historia de la Unión Cívica Radical. Los resultados lo dicen todo: 16,89% de votos para la fórmula Lavagna-Morales (UCR), que sumados al 23,82% obtenido por la Coalición Cívica con Carrió sumaban bastante más que el 35,22% de Cristina que habilitó ocho años adicionales de kirchnerismo. Un caballo de Troya que dos meses después de la asunción de Cristina Kirchner se reunió en Olivos con Néstor Kirchner, ese muchacho idealista que no perdió la ocasión de hacerlo fotografiar…

¿Volverá a repetirse la historia, mi muñequita dulce y rubia/ el mismo amor, la misma lluvia/ el mismo el mismo loco afán? Ni Cadícamo podría decírnoslo. Pero la esperanza blanca del peronismo ha ya anunciado las bases del acuerdo por su candidatura. "No voy a hacer campaña con la corrupción en un país donde está por discutirse todo", afirmó. Y agregó: "Yo creo poco en los denunciantes profesionales". Debe ser por eso, estimo, que Lavagna fue el primero en 2003 en darle la bienvenida a Julio De Vido. "La semana previa a la asunción, Lavagna le cedió a De Vido una oficina muy cercana a la suya en el quinto piso para que pudiera reunirse con sus colaboradores, ya que el ministro de Planificación aún no tenía dónde instalarse", reporta el Clarín de 02/06/2003. Debe ser por esta hostilidad de Lavagna a los denunciantes profesionales, también, que se fue del gobierno de Néstor Kirchner decepcionado por el inesperado descubrimiento —ocurrido después de tres años de gestión— de carteles de la obra pública pero sin hacer una sola denuncia, como era su obligación de funcionario. Como Alberto Fernández y Sergio Massa, vaya casualidad.

La frase "No voy a hacer campaña con la corrupción" es, además, redundante; ya que si algún candidato peronista llega a hacer campaña contra la corrupción se queda sin alianza electoral. Hoy, como siempre, cuando están en juego tantas cosas, ¿qué importan las tocadas de trasero y los agravios del pasado? Chi ha avuto, ha avuto. Chi ha dato, ha dato. Scurdámmoce 'o passato. Simmo 'e Napule, paisá! Traduzco al castellano: todos juntos de nuevo por el poder y la impunidad. Por eso, es mejor para la esperanza blanca del peronismo no hacer campaña con la corrupción ni hablar de la causa de los cuadernos, ni de las operetas verbitskianas contra Stornelli y Bonadío. Mejor, sobre todo, es no mencionar que el Frente para la Gloria, el Frente Reciclador y el Peronismo Racional sostienen unidos y organizados los fueros de Menem y Cristina en el Senado, ni que acaban de dar juntos —en la Comisión Bicameral de Trámite Legislativo— el primer paso para voltear el DNU del Gobierno que habilita la extinción de dominio y las esperanzas de recuperación de la que se llevaron, unidos y organizados, durante doce años. Los doce años en que el kirchnerismo y el peronismo que ayer nomás se ofendía cuando se les decía "kirchneristas" le votaron todo a mano alzada en el Congreso a Néstor y Cristina, esos arcángeles públicamente despreciados pero internamente reverenciados del movimiento nacional y popular.

El autor es diputado nacional.