Por un feminismo que no niegue la potencia del maternar

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Hoy es el Día Internacional de la Mujer y muchos ponemos el ojo especialmente en predicar por la igualdad de derechos y oportunidades entre varones y mujeres. Es un día, como dice la ONU, para promover nuestro desarrollo pleno: como personas, como trabajadoras, en nuestra vocación, en el ámbito espiritual, en nuestra salud y salud sexual y reproductiva; y, también, en el despliegue pleno de nuestra maternidad, las que hemos decidido y hemos podido serlo.

Es clarísimo que hoy tenemos muchísimas más oportunidades que en otras épocas de la historia, cuando para la mujer todos los caminos conducían a la casa a criar hijos, ser madre como única función social posible. Con los años la mirada sobre la maternidad fue pasando a la de los ´50 y ´60, con Simone de Beauvoir a la cabeza, que la definía como un obstáculo a la vocación humana de trascendencia (la mujer "puede consentir en dar vida solamente si la vida tiene un sentido; no puede ser madre sin tratar de desempeñar un papel en la vida económica, política, social"). Hasta llegar hoy a un feminismo que en ocasiones riñe y se sacude incómodo, pero reconoce la importancia de la maternidad como uno de los factores en la identidad femenina, aunque no el único. "Hay que ayudar a las mujeres a no ser madres cuando no quieren serlo, pero también hay que ayudarlas a serlo cuando lo desean", dice la historiadora y gran figura del feminismo francés, Yvonne Knibiehler.

La maternidad debería ser deseada, o no ser, y en esto vuelvo a expresar mi posición a favor de la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo, sin frivolizarlo pero permitiendo que la salud pública asista. La violencia que se ejerce cuando somos vistas como úteros caminando, es la misma violencia que lleva a que, cuando no podamos ser madres -un tema que me atañe en lo personal y laboral – seamos vistas, señaladas o incluso lleguemos a sentirnos menos mujeres. Citando el supuesto chiste de un ecografista a un marido en medio de un tratamiento de fertilidad: "Mirá que si viene fallada, es motivo de devolución".

Al mismo tiempo, aunque aún faltan estadísticas en profundidad, se sabe que hoy cada vez más mujeres se animan a expresar su deseo de no ser madres, y a ponerlo en práctica. La tasa de natalidad bajó desde 2001 a la actualidad de 2,42 a 2,29, según la ONG CIPPEC en base a datos de la Dirección de Estadísticas e Información de Salud del ministerio nacional (y esto, según el mismo informe, es algo que se ve en todos los niveles socioeconómicos). También muchas se animan a ser madres solas, a través de donación de espermatozoides: ya no son sólo mujeres abandonadas las que crían sin pareja, si no quienes han tomado la decisión activa de hacerlo y no temen a los prejuicios. El monoparental es el modelo de familia que más ha crecido en los últimos años en la Ciudad de Buenos Aires y se duplicaron las consultas en los centros de fertilidad. Aumentó, asimismo, la cantidad de madres de más de 30 años (en 2001 era 32 % y en 2016, 38%).

Pero aún con todo esto, la participación de las mujeres en el mercado laboral se mantuvo prácticamente constante. La "penalidad a la maternidad" nos deja como el grupo minoritario del mercado de trabajo, mientras que los varones con hijos son la mayoría.

El deseo de tener hijos es un vendaval de mujeres y varones, es profundamente íntimo y atañe -por suerte para la reproducción de la especie- a la gran mayoría de las personas. Pero somos nosotras las que ponemos el cuerpo y postergamos nuestra vida cuando este momento llega. Como sociedad nos corresponde generar las condiciones para que podamos desarrollarnos en nuestra vocación y en nuestra vida individual al igual que los varones, sin poner en riesgo el bienestar de los niños.

Que los varones críen a la par es algo necesario e imperioso. Más allá de la limitación física en la lactancia, ellos pueden ser la figura de apego (la aptitud para el cuidado y el amor no son cuestiones de biologías), y responsabilizarse de igual a igual por el cuidado del hogar. Promover políticas públicas y privadas de cuidado para los niños, licencias compartidas entre varones y mujeres, flexibilidad en el trabajo para poder sostener la lactancia, son cuestiones urgentes. Pues hoy somos una olla a presión.

No concibo un feminismo que niegue la potencia del maternar (que es distinto del tener hijos) como un rasgo clave en la identidad femenina. Hoy es un buen día para volver a estar en tribu, escuchar nuestras historias, celebrar nuestras diferentes elecciones y decirle al mundo que las mujeres modernas somos equilibristas tenaces de un mundo que se complejiza y, es cierto, por suerte (y gracias a la lucha de muchas mujeres en la historia), es cada vez un poco menos hostil.

Periodista / Licenciada en Ciencias de la Comunicación

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