Todo vuelve, de alguna forma regresa con el mismo rostro o ropaje. O, como escribió el dramaturgo Bertolt Brecht: "El vientre que parió la bestia inmunda aún es fecundo".
Se viene escribiendo y hablando del crecimiento del extremismo de las derechas en toda Europa. Algunas agrupaciones que mantienen esas posiciones rígidas ya participan del poder en Alemania (AFP) y en Austria. En Hungría está personificada en Viktor Orbán, su caudillo autócrata. En Alemania del Este, que fue ocupada por los comunistas desde el final de la Segunda Guerra hasta la caída del Muro, desfilan los disconformes con el saludo nazi.
Tal vez sea una protesta, posiblemente sea nostalgia aunque hayan pasado 80 años. Los germanos del este, desde la unificación por la caída del Muro, han sufrido maltrato, peores sueldos, olvido y cierto desprecio por parte de los del oeste. Se expande la desocupación en el este y no hay miras de que el panorama productivo cambie.
No es el único proceso con esas características. Muchos ex alcaldes comunistas se han inscrito en las filas de Marine Le Pen, la líder extremista francesa. La ideología comunista ya no atraía partidarios y los alcaldes querían conservar y acrecentar su poder. Parecida situación ha ocurrido con jefes de comunas comunistas en Italia, volcados, de pronto, a los grupos xenófobos y antieuropeos.
El brote reivindicativo del nazismo se ve hasta en los países bálticos, donde partidos de extrema derecha toman posiciones de relevancia y niegan las realizaciones de los socialdemócratas que gobernaron las últimas seis décadas. Hay grupos de extrema derecha, con poder de movilización en Hungría, en Polonia, en los Países Bajos y en la mediterránea Grecia, donde tienen representación parlamentaria.
¿Pero por qué ahora? Porque el sistema no ha podido crear redes de contención. Y además porque la gente no quiere que le hablen de los grandes principios de la democracia si el dinero no le alcanza, no encuentra empleo y cunde el desarraigo y la presencia masiva de inmigrantes, con costumbres diferentes que generan miedo en los débiles. El antisemitismo resurge en una Europa que se asemeja a un hormiguero donde reina la desesperanza. El refugio de los antisemitas es esa derecha extrema, en todos los países, incluyendo al Vox andaluz, donde sus dirigentes se sienten caballeros medievales dispuestos a dar muerte a los "infieles".
La crisis financiera del 2007, cuyos efectos aún perduran, ha hecho borrar seculares creencias republicanas en las sociedades. A todo ello se agregó la ola de refugiados de Medio Oriente. Solo Alemania abrió las puertas a un millón de los perseguidos por las guerras. En Francia no saben qué hacer con ellos y les permiten hacer campamentos a orillas del Sena o en el puerto de Calais, mientras tratan de encontrar ubicación. Pero no definen políticas. Es que no hay una estrategia común sobre la inmigración y los que cruzan el Mediterráneo. Unos se pasan la pelota a otros y así se perpetúa el vacío de normas y encuadramientos.
Entre los intelectuales no hay criterios unánimes. Están los que respetan el multiculturalismo (por la altísima presencia musulmana en Francia, por ejemplo) y otros que lo rechazan, con la misma fuerza como si invadieran sus casas particulares. Hay reiteradas polémicas sobre el tema en los periódicos del Viejo Continente.
Es tal el criterio ultranacionalista que cunde que hay una rabieta colectiva contra la Unión Europea, un deseo de desprenderse de todo lo que tanto ha costado crear a los líderes de la segunda posguerra para evitar nuevas guerras, enfrentamientos absurdos.
No en vano aparece el Brexit, el desprendimiento de Gran Bretaña del continente a un costo colosal, en primer lugar, porque no quiere abrirle las puertas a ningún inmigrante, ni africano ni de Medio Oriente. Y eso que la inglesa es una sociedad plural por excelencia, donde cada grupo ha conservado sus costumbres y su religión. Se puede comprobar caminando por las calles de Londres.
El antisemitismo ha brotado en ese pantano. Y mezcla todo.
El antisemita odia tanto al Estado de Israel como al judío que vive en sus países desde hace siglos. No sabe distinguir entre los vaivenes políticos en Israel con sus distintos gobiernos más o menos expansionistas que nada tienen que ver con sus vecinos judíos con cuyos hijos su familia participa de los juegos.
Precisamente en estos días el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, ha pedido que cese la "epidemia" de antisemitismo en Europa. La cuestión es que Netanhayu se equivoca. No se trata de una "epidemia", porque la caída económica y política es la que retrotrae un prejuicio parecido al de la década del treinta. Alguien tiene que ser culpable. Y así como en la Edad Media se condenaba a los judíos bajo la mentirosa acusación de que envenenaban los pozos de agua o mataban niños en sus festividades religiosas, empujados a esos prejuicios por una Iglesia Católica entonces retrógrada, ahora vienen a ser los únicos responsables de la crisis.
El retiro de Ángela Merkel y el acorralamiento de Emmanuel Macron por los chalecos amarillos son señales de peligro. Alertan que el tema del antisemitismo puede tomar más vuelo que el que tiene en la actualidad. Con todas las contradicciones que esta desgracia tiene. Según un diario alemán, no solo hay 200 mil integrantes de la comunidad judía en Alemania, sino también más de 300 militares en actividad. El antisemita no mide el daño que produce. Porque no solo se dedica a profanar cementerios, también llena de esvásticas las paredes de las ciudades que habita. Y motoriza una violencia que no se sabe cuándo termina.
Si bien es tema de otra nota, América Latina también tiene un historial de antisemitismo. En la década del treinta del siglo pasado, mientras 500 mil refugiados en los puertos de Europa buscaban visas para huir de la persecución nazi, todos los países latinoamericanos, incluso la revolucionaria México, les cerraron las puertas. El único país que otorgó refugio fue Bolivia. Argentina, igual que Uruguay y Brasil, se negaron a otorgar salvoconductos para el ingreso de judíos hasta fines de la década del cuarenta.
En 1920, luego en 1930 y 1940, el antisemitismo tuvo activa presencia en la Argentina, en especial en la Cancillería y en las Fuerzas Armadas, preparadas por militares germanos. Una importante columna de escritores ultranacionalistas admiraba el fascismo de Benito Mussolini y el "orden" impuesto por Adolf Hitler, junto con su animadversión contra el comunismo.
Hay muchos criterios pero todos pueden concentrarse en que en la Argentina hay un antisemitismo larvado, no explícito. Sean quienes sean los que bombardearon la Embajada de Israel y el edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), contaban con ayuda, mano de obra y logística argentinas. Durante la dictadura militar los judíos que caían en manos de las Fuerzas Armadas sufrían más torturas y sevicias que los que no lo eran.
La explosión antisemita europea no tendrá un final paradisíaco en el corto plazo. Se tendrán que renovar las instituciones históricas, recrear mejores condiciones de vida a través de la derrota de la crisis económica, y los líderes deberán coordinar una acción común frente a los problemas que surgen a diario. La xenofobia no desaparece de la noche a la mañana.