La autora es presidenta de Generaciones de la Shoá en el Museo del Holocausto de Buenos Aires.
El Volksempfänger, receptor del pueblo, fue producido a partir de 1933 por el Ministerio de Propaganda e Ilustración Pública del Reich. Todos querían tener una radio en su casa, esta nueva invención proveía noticias, música, novelas y entretenimiento directamente a cada hogar. El ministro Joseph Goebbels advirtió inmediatamente su enorme potencial de difusión para hacer llegar los mensajes e instalarlos en la vida cotidiana de todos los alemanes. El Volksempfänger se vendía a precio muy inferior a cualquier otro aparato de radio de modo que cualquiera lo podía comprar. No solo cada una y toda familia alemana tenía una radio, sino que el Ministerio enviaba una fuerza de control que iba casa por casa para confirmar que la radio estaba encendida y que el discurso de Hitler o de Goebbels por cadena nacional era oído por la familia entera. Se exigía que todo restaurante y café tuviera una y que los discursos fueran emitidos. También había parlantes en las calles, ubicados en postes y columnas de alumbrado público, que tronaban a todo volumen las encendidas diatribas nazis.
La radio fue un medio privilegiado de penetración que, en medio del terror de ser visto como opositor, fue homogeneizando la "opinión pública" y encarrilándola en el sentido que el Ministerio pretendía.
Cuando el mismo mensaje es repetido y replicado por variados dispositivos, primero puede sonar extemporáneo, pero, a medida que la reiteración se hace música de fondo, se va naturalizado e imponiendo, y genera en muchos un cambio de visión. ¿Quién se animaría a decir lo contrario? La aceptación paulatina, al principio instrumental, corre el peligro de internalizarse y volverse parte de uno mismo.
Goebbels fue un maestro en la generación de lo que hoy llamamos fake news y un brillante estratega en los mecanismos implementados para su difusión e instalación.
Discursos por cadena nacional obligados y audibles en todas partes, casi imposibles de ser evadidos, con mentiras y consignas que fueron penetrando lentamente como tóxicos "naturales". La conspiración judeo-bolchevique. La puñalada por la espalda. La "teoría racial". ¿La gente los incorporó por ingenuidad, por tontería? No fue así. Fue debido al terror. El terror de sugerir siquiera una reflexión o comentario crítico. Fue porque había que tener un trabajo para mantenerse y el régimen especulaba con eso; había que estar afiliado al partido y al sindicado adecuado y, además de no ser judío, no tener ninguna mancha, por pequeña que fuera, que levantara sospecha alguna de comunismo o activismo político opositor.
Goebbels tuvo tan claro que la remodelación de la opinión pública era esencial para el mantenimiento e incremento del poder del III Reich —que iba a ser de mil años— que fue la primera vez en la historia que la propaganda tuvo un ministerio. Desde allí el control era total. Afiches, obras de teatro, películas, periódicos y otras publicaciones, chistes, murmuraciones y sospechas, todo el rango posible era cubierto por el Ministerio de Propaganda e Ilustración Pública.
Pero la radio fue el eje central de la estrategia comunicativa porque entraba de buen grado en cada casa, y vestía a las mentiras y las consignas con el disfraz de la verosimilitud.
El éxito de Goebbels fue tan fantástico que sus sucesores, los gobiernos dictatoriales, totalitarios y fascisto-populistas que siguieron al tristemente pretencioso y desafinado "nunca más", lo tomaron como modelo. Hoy día las fake news no llegan por la radio, sino mediante las usinas de engaños goebbelianas y son distribuidas por algunos referentes periodísticos y principalmente por las redes sociales que consumimos todos con la misma ingenuidad que aquellos alemanes, con la misma voracidad suicida.