Fascismo y populismo en la era de la globalización

Guardar

La polémica acerca de si el gobierno kirchnerista era o no una dictadura y si nos conducía directamente a Venezuela fue uno de los puntos fuertes del debate político nacional en la hora declinante de Cristina, cuando la soja a 600 dólares y la tasa cero de la FED se terminaron, la crisis energética explotó y hubo que empezar a pagar la cuenta de una década de populismo, desinversión y saqueo.

La realidad vuelve a poner sobre la mesa este debate, actualizándolo. ¿Qué haría Cristina si un cisne negro la pusiera nuevamente al frente del país? ¿Habría una CFK 3.0 recargada, con ataque a los medios y la oposición, colonización de la Justicia, demonización de todo lo que se le opone, liberación de "presos políticos", uso de las agencias del Estado como medio de apriete, reelección indefinida y una reforma constitucional que termine en el modelo dictatorial bolivariano? ¿Seríamos, esta vez sí, Venezuela? "Del fascismo al populismo en la Historia" (Federico Finchelstein, Taurus, 2018) brinda un interesante marco teórico global para repensar el kirchnerismo en relación con las dos bestias negras de la Historia del siglo XX y su resurgimiento en los inicios del XXI.

El mayor acierto de Finchelstein, según creo, es el de intentar separar dos conceptos, fascismo y populismo, frecuentemente confundidos en el debate de los medios y el Congreso, cuando las diferencias teóricas se derriten al calor de la batalla y las palabras son usadas como armas. Pero el camino al infierno está asfaltado de buenas intenciones y —en mi opinión— los buenos propósitos de Finchelstein terminan diluyéndose en una serie de confusiones. Las enumero y discuto a continuación, no por ánimo de inspector sino porque los veo repetirse diariamente en cierta intelectualidad socialdemócrata hoy cercana a la ancha avenida del medio.

Populismo no es lo mismo que fascismo, desde luego, y hacen mal en olvidarlo quienes acusan de fascista a un régimen populista olvidando las diferencias. Sin embargo:

-El fascismo no es un conjunto separado del populismo, como sostiene Finchelstein. El fascismo es populismo radicalizado; es decir: un subconjunto extremo del populismo, y no algo diferente. Para sostener que el populismo es cosa distinta del fascismo y no su mera exacerbación no basta, como hace Finkelstein, señalar las diferencias; hay que demostrar que no son diferencias de grado sino esenciales, conceptuales. Señalar que el fascismo es violento y dictatorial, y que el populismo, no, es útil para construir categorías teóricas pero implica subestimar la génesis populista del fascismo y sus riesgos, lo que ha tenido tremendas consecuencias en la Historia.

-Es cierto que el fascismo se distingue del populismo por el uso político de la violencia. Las guerras y genocidios del siglo XX no dejan dudas acerca de lo inigualable de la barbarie fascista. Pero también es cierto que el populismo ha hecho un uso amplio y repugnante de la violencia, justificándola para alcanzar sus fines. Las torturas a opositores en las mazmorras de la Sección Especial Anticomunista, la quema de iglesias y la inauguración de una retórica violentísima desde el poder ("Levantaremos horcas para colgar a los opositores", "Al enemigo, ni Justicia", "Cinco por uno", etcétera) durante el primer peronismo; el aprovechamiento de la violencia terrorista de las "formaciones especiales" y el inicio de su exterminio a manos de la Triple A en el segundo peronismo, y el accionar de las patotas sindicales y piqueteras comandadas por los Moyanos y los D'Elía, sumados al asesinato de un fiscal de la Nación, en el kirchnerismo, son ejemplos concluyentes de violencia populista. Además, la relación entre populismo y violencia ha sido reiterada en todo el mundo, como demuestra lo que está sucediendo hoy en Venezuela. También aquí, la violencia fascista surgió de la violencia populista. Es su radicalización en las circunstancias en que el régimen necesita llegar al poder apelando a todos los medios (como el Perón de Puerta de Hierro) o ve en peligro el poder conseguido (como hoy Maduro).

-También es cierto, como sostiene Finchelstein, que el fascismo es intrínsecamente dictatorial mientras que el populismo apela al voto y la democracia; aun cuando se trate de una democracia fraudulenta y sin república. Sin embargo, la república es más importante que la democracia, como prueba el hecho de que el más horrendo acto de la Historia, el genocidio judío, fue cometido por un régimen surgido del voto que destruyó las instituciones republicanas. En general, cualquier genocidio es perfectamente realizable en condiciones "democráticas pero no republicanas", para usar la categoría de Finchelstein. Basta que la mitad más uno de los alemanes decidan que los judíos deben ser expulsados o aniquilados y lo voten en un plebiscito para que se cumpla la cláusula "democrática" concebida de este modo. Pero ningún genocidio es posible sin violar los derechos humanos, el Estado de derecho y la independencia de poderes, elementos centrales del republicanismo. Agrego: ni Hitler ni Mussolini llegaron al poder como dictadores, sino que se construyeron como tales en el poder. El uso que hicieron de la violencia fue moderado —populista, diría Finchelstein— antes de eso. Alguna cabeza socialdemócrata abollada en Munich y algún comunista acuchillado en Torino, como sucede en regímenes populistas, pero nada comparable al Holocausto y la Guerra. Eso —la dictadura, el genocidio y la guerra— solo es posible desde un poder consolidado, lo que implica que para llegar a ser fascista hay que comenzar por ser populista, y radicalizarse, y no lo contrario.

-No es cierto tampoco lo que sugiere el título de Finchelstein. No se va "Del fascismo al populismo" sino de uno a otro (ya que entre populismo y fascismo no existen divisiones netas sino un degradé lleno de grises), y más frecuentemente, del populismo al fascismo que lo contrario. De ninguna manera el peronismo fue la primera experiencia populista de la Historia mundial. Todos los fascismos fueron, originalmente, populismos. El primero y original, el de Mussolini, no era muy diferente al primer peronismo en términos de persecución de opositores y prensa independiente, invasión totalitaria de la privacidad, propaganda omnisciente, sistema de espionaje, subordinación del sindicalismo, militarización de la vida social, caracterización de las demás fuerzas políticas como traidoras al Pueblo y la Nación, etcétera; hasta que entraron en alianza con Hitler; sin lo cual no hubieran sobrevivido. Tampoco era tan diferente el kirchnerismo de Cristina al Chávez de los tiempos de gloria, cuando el precio del petróleo le sonreía y no era necesario andar encerrando opositores, armando milicias paramilitares, falsificando resultados electorales, cancelando parlamentos y asesinando manifestantes como tiene que hacer hoy Maduro.

Hay una incomprensión esencial en las afirmaciones de Finchelstein de que fascismo y populismo son cosas distintas y separadas y que la dinámica habitual es ir del fascismo al populismo. Ambas ideas nos dejan desarmados frente al fenómeno mundial al que asistimos: el ascenso de populismos que, si las circunstancias históricas lo permiten o lo hacen necesario para preservar el poder, podrían transformarse en fascismos. Pasó a inicios del siglo XX, ¿qué lo impediría en el siglo XXI, cuando la repetición a escala mundial de muchos de los elementos críticos que sacudieron a la Europa de entonces (disminución del crecimiento económico, aumento de la desocupación, tendencia a la globalización de la economía sin un desarrollo similar de las instituciones políticas, desprestigio de la democracia y sus líderes e instituciones, surgimiento de movimientos xenófobos y nacionalistas, aumento de las tensiones internacionales y las guerras comerciales) parece estar causando reacciones similares? Las impresionantes coincidencias deberían alarmarnos: otra vez el Estado nación revela haber perdido el carácter inclusivo de sus primeros siglos, otra vez se demuestra impotente para gobernar fuerzas supranacionales más poderosas que él, otra vez su crisis desprestigia a los regímenes democráticos y republicanos asociados con él, y otra vez surgen quienes proponen dar marcha atrás hacia un supuesto pasado de gloria nacional que está, en realidad, bañado en la sangre de millones.

Me encantaría discutir aquí la condescendencia de Finchelstein con el peronismo como campeón de la justicia social y su insistencia en distinguir populismos de Derecha y de Izquierda, pero no tengo más espacio. He aquí mi última discrepancia: no es el populismo, sino el nacionalismo. El populismo es la forma, pero el contenido es nacionalista. Y el fascismo es, esencialmente, nacionalismo radicalizado. Nacionalismo como reacción extrema ante las fuerzas globales que tienden a arrebatarle a la nación el monopolio soberano de la economía, la política, la identidad y la cultura. Para decirlo con palabras de Hobsbawm, Hitler no fue otra cosa que un nacionalista consecuente. Consecuente con el Deutschland über alles ('Alemania por encima de todas las cosas') de la primera estrofa del himno alemán y que percibía perfectamente que las fuerzas propulsoras de la globalización iban a terminar con la Alemania tal como era. No más Ein Volk, ein Reich, ein Führer ('un Pueblo, un Reino, un Conductor') sino una confusa mezcla de arios y turcos que forman parte de un país multiétnico y multicultural que ha delegado parte de su soberanía en la Unión Europea y cuya líder actual no se parece a Otto von Bismarck sino más bien a Doña Petrona.

¿Quién lo hizo? ¿Quién transformó al Kaiser y a Bismarck en Doña Petrona-Merkel y al Tercer Reich en la Alemania actual? Fueron el desarrollo científico-tecnológico, la globalización económico-financiera resultante, las tendencias políticas antinacionalistas y las grandes migraciones. Banqueros sin alma como los Rotschild; científicos sin corazón como Einstein; internacionalistas sin patria como Trotsky, y emigrantes sin tierra como los de la Diáspora. Las particulares condiciones de su desarrollo histórico pusieron a los judíos en ese lugar: el mayor pueblo transnacional de la Historia, obligado —además— a especializarse en ciencia, comercio, finanzas, arte y política; todos ellos campos inmateriales (y fáciles de transportar ante un pogromo) en los que se basa la globalización, esa enemiga de la nación-Estado. Soberanistas versus globalistas, en suma; como nos recuerda hoy John Bolton, asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca y líder ideológico del América first, trocado hoy en Make America Great Again. Mi país por encima de todo. ¿Les suena?

"El nacionalismo populista es la tragedia global que se nos viene" reza mi biografía en Twitter desde 2009. Muchos hechos desgraciados han sucedido desde entonces en Estados Unidos, en Europa y en Latinoamérica. Que el renacido populismo global no degenere nuevamente en formas de fascismo es tarea de todos quienes creemos que la vida humana, el Estado de derecho, los derechos humanos y la democracia vienen primero que cualquier soberanía.

El autor es diputado nacional (Cambiemos).

Guardar