El autor es ex vicecanciller de la Nación.
Venezuela está en una etapa de pre-transición. El agravamiento de todos los parámetros de convivencia civilizada ha dejado poco margen para ejercicios de concertación. La palabra "diálogo" o el concepto de conversar con una hoja de ruta en blanco han quedado superados por la efervescencia de las circunstancias, ya no hay margen para una solución que no implique de manera inmediata el final del régimen encabezado por Nicolás Maduro. En lugar de diálogo parece más apropiado hablar de negociación, cuyo objetivo sería acordar los términos de la transición y evitar los riegos de mayor derramamiento de sangre e incluso de guerra civil. La negociación con Maduro es sobre su salida del poder.
Para la oposición, la transición se iniciará cuando cese la usurpación de Nicolás Maduro y se acuerden las condiciones y la fecha de elecciones presidenciales. El representante de la Asamblea Nacional ante el Grupo de Lima, Julio Borges, ha señalado que la iniciativa de México y Uruguay sobre Venezuela es solo una maniobra dilatoria que pretende extender la agonía y dar oxígeno al régimen a través de una salida cosmética. En una visión coincidente, la misma Iglesia venezolana reconoce que tampoco una mediación del papa Francisco sería viable. El cardenal Baltazar Porras indicó que la posibilidad de acción diplomática de la Santa Sede para acercar posiciones se agotó hace dos años por falta de voluntad del régimen venezolano.
Lamentablemente se está ante un escenario de cara o cruz. Si las Fuerzas Armadas siguen sosteniendo a Nicolás Maduro, China, financiando a la dictadura y Rusia, suministrando armas y material militar, el final será más lento y probablemente con enfrentamientos dolorosos. Si, en cambio, con pragmatismo China y Rusia se suman al sentir mayoritario de la comunidad internacional y las Fuerzas Armadas reconocen las limitaciones de las circunstancias, una salida pacífica es eventualmente posible para instalar un gobierno de transición que permita la restauración democrática a través de la convocatoria a elecciones libres, transparentes y creíbles con verificación internacional.
La transición pactada, integrada por fuerzas de la oposición y del chavismo, permitiría cerrar algunas de las cicatrices de la polarización y orientar a Venezuela a un futuro más promisorio. Existen algunas antecedentes útiles de países que salieron de tragedias comparables. Polonia, por ejemplo, lo logró en 1989, en un acuerdo entre el gobierno comunista y Solidaridad que condujo a un proceso democrático, convocó a elecciones libres y orientó al país de la catástrofe hacia una profunda reforma económica. Siguiendo la analogía con Polonia, Venezuela parece haber llegado al mismo punto crítico del proceso polaco, donde todas las partes enfrentadas pueden tener alguna buena razón para consensuar y poner fin a la dictadura. La supervivencia del ejercicio, incluso para evitar revanchismos conforme al ejemplo sudafricano, requerirá de paciencia estratégica y habilidad diplomática.
Es hora de que todos, en particular Estados Unidos, Rusia y China y los países del Grupo Lima o aquellos reunidos en Montevideo, actúen como garantes de esa posibilidad, ayuden a poner fin a las sanciones económicas internacionales y contribuyan a la formulación de un programa de estabilización para que Venezuela vuelva a gozar de las condiciones democráticas y económicas que merece.