El costo enorme que Mauricio y Cristina le imponen al país

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Si no hay un cambio vertiginoso de último momento —que uno de ellos se retire, que surja con fuerza una tercera opción—, el próximo 10 de diciembre reasumirá el poder Mauricio Macri o lo hará Cristina Kirchner. Esa noche, cerca de la mitad de los argentinos sentirá una gran tensión, como si su futuro estuviera en riesgo: será el inicio de un nuevo ciclo gobernado por alguien a quien consideran un enemigo. Macri y Kirchner cosechan, desde hace bastante tiempo, mucho más rechazo que aprobación en la sociedad. No se hablan entre sí, han conducido gobiernos durante los cuales el país empeoró en casi todos sus indicadores, representan los dos polos de una grieta que ha dañado mucho a la sociedad. Obturan el surgimiento de nuevos dirigentes con una mirada más fresca. Que sean las opciones dominantes representa un problema serio para la joven democracia argentina, en un momento además de agobio económico, y donde la democracia evidencia claros síntomas de deterioro en la región, especialmente en Venezuela y Brasil.

La situación sería muy distinta si el 10 de diciembre asumiera cualquier otro de los presidenciables: María Eugenia Vidal, Axel Kicillof, Horacio Rodríguez Larreta, Agustín Rossi, Felipe Solá, Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey, Roberto Lavagna o el que fuera. En un caso, sería la repetición de algo conocido y rechazado por una mayoría que, en la mejor de las alternativas, habrá decidido elegirlo como el mal menor. En el otro, la aparición de una novedad, de una expectativa, de una nueva posibilidad, que no registra los problemas de los anteriores. Entre los elementos a favor de las alternativas a las figuras dominantes es que cualquiera de ellas puede establecer un diálogo con el resto del espectro político: en momentos difíciles, eso es necesario para un país. Macri y Kirchner, en cambio, se odian. Ella tiene serias razones para pensar que si él gana, finalmente deberá afrontar una condena a prisión. Sería razonable que él pensara que también su vida se complicaría mucho si ella es la que gana.

Sin embargo, la trampa está tendida. Cristina seguramente sea candidata a presidente. Y Macri también. Ninguna de las personas del espacio kirchnerista puede ganarle una interna a CFK. Si no se presentara, como especulan algunos analistas, desobedecería el ADN familiar. Desde que Néstor Kirchner llegó a la intendencia de Río Gallegos, siempre es un Kirchner el que encabeza las listas: Néstor en 2003, Cristina en 2005, Cristina en 2007, Néstor en 2009, Cristina en 2011, Máximo y Alicia en 2015, Cristina en 2017. Néstor, Cristina, Alicia o Máximo, para diputados, senadores, gobernadores o presidentes. Esta vez, será casi todo junto: Cristina a presidenta, Máximo a diputado en la cabeza de la lista bonaerense, Alicia a gobernadora.

La decisión de Cristina está avalada por la cantidad de votos que tiene entre los opositores a Macri ("el 80% del voto opositor", según el cálculo de Alberto Fernández). Pero esos votos no le aseguran que pueda vencer a Macri en una segunda vuelta: de hecho, hace poco no logró vencer ni a Esteban Bullrich en la provincia donde ella es más fuerte. La mayoría de las consultoras anticipan que el favorito, en un mano a mano, sigue siendo, pese a todo, el actual Presidente. En cambio, en los mismos sondeos, hay candidatos alternativos que tienen mejor posibilidad de unir al peronismo e, incluso, de ganarle a Macri en caso de llegar al ballotage. Pero Cristina es Cristina: es la ex Presidenta, es la que tiene mayor cantidad de votos cautivos, es la Jefa.

Mauricio Macri ya ha dejado claro que irá por la reelección. Su relación con la sociedad es tan conflictiva como la de su enemiga. En los sondeos que consume la Casa Rosada, tanto María Eugenia Vidal, por amplio margen, como Horacio Rodríguez Larreta, aparecen con una posibilidad más segura de derrotar a Cristina Kirchner. Eso ha hecho que la Casa Rosada forzara a ambos a convocar a elecciones el mismo día que las presidenciales: la candidatura de Macri es débil, a punto tal que necesita rodearse de ellos para ganar.

La decisión que ha tomado el equipo presidencial de no desdoblar las elecciones bonaerenses es una fuerte evidencia de cómo son las cosas. La idea de que se vote en dos fechas distintas se apoyaba en algunos datos muy certeros. Kirchner le gana a Macri en la provincia de Buenos Aires, como le ganó Daniel Scioli en el 2015. En cambio, Vidal le gana un mano a mano a cualquier candidato kirchnerista. Si se vota el mismo día, las cabezas de las boletas dirán "Macri" y "Kirchner". Para que gane Vidal la provincia, debería producirse un importante corte de boletas a su favor. Es un riesgo grande. En cambio, si se votaba en días separados, Vidal podía ganar tranquila en la provincia de Buenos Aires y luego hacer campaña por Macri presidente. Macri ordenó todo en función de sus intereses personales.

Juntos hasta el final… Vidal y Macri durante un acto en Mar del Plata el pasado lunes (Foto: Christian Heit)
Juntos hasta el final… Vidal y Macri durante un acto en Mar del Plata el pasado lunes (Foto: Christian Heit)

Tiene todo el derecho y el poder para hacerlo. Así como Cristina seguramente se presente, aun cuando viene de muchas derrotas, Macri hace valer su condición de Presidente, de jefe e impone su candidatura a Cambiemos. Donde manda capitán, no manda marinero. El problema no es que no tengan derecho a hacerlo, sino la dinámica que eso cristaliza.

Macri y Cristina han liderado presidencias cuyos resultados, como mínimo, han sido muy controvertidos. Una llevó la inflación de un dígito al 40% en 2014 y al 25% en 2015. El otro al 48% en 2018. Los dos aumentaron la pobreza. Una recibió superávit gemelos, autonomía energética y una economía en crecimiento fuerte: la entregó con altos niveles de déficit energético, fiscal y de balanza de pagos. El otro pidió que lo juzgaran según su capacidad de bajar la pobreza y consideró que la alta inflación era una demostración de la incapacidad para gobernar. Los resultados están a la vista. El rechazo que ambos sufren en las encuestas tal vez sea una expresión de todo eso que ocurrió. Solo un enorme acto de fe habilita a pensar que la continuidad de uno o el regreso de la otra mejorarán las cosas que ellos empeoraron.

Hay otro rasgo que distancia a Mauricio y Cristina del resto de los candidatos potenciales. Las formidables fortunas de sus respectivas familias generan muy razonables y serias sospechas para cualquiera que analice el tema fuera de cualquier fanatismo. Ambos viven muy por encima de las posibilidades de sus gobernados, gracias a recursos cuyos métodos de adquisición han sido muy sospechosos: ni María Eugenia Vidal, ni Axel Kicillof, ni Roberto Lavagna tienen que explicar semejante detalle.

Pero Mauricio y Cristina son los jefes. Por algo será. Y a eso no hay con qué darle. La lógica que los ha llevado a ser jefes es la grieta. Para el 30% que ama a Cristina y odia a Macri no hay ninguna líder que exprese mejor que ella sus anhelos, frustraciones, esperanzas. Para el 30% opuesto, quien lo hace es Macri. Esa lógica, la lógica del enemigo, es la que marca el funcionamiento político argentino desde 2008, con los resultados sociales que están a la vista.

El año pasado, dos prestigiosos profesores de Harvard, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, publicaron un notable libro llamado Cómo mueren las democracias, donde advirtieron contra este tipo de dinámicas, que cristalizan y potencian las candidaturas del actual Presidente y su antecesora. "Si contemplamos a nuestros adversarios como una amenaza peligrosa, tenemos mucho que temer si resultan elegidos. Podemos decidir emplear todos los medios a nuestro alcance para derrotarlos, y es ahí donde encontramos una justificación para emplear medidas autoritarias: puede encarcelarse a políticos que se etiquetan como delincuentes o subversivos y pueden destituirse gobiernos que representan una amenaza para la nación… Cuando los partidos se contemplan como enemigos mortales… perder deja de ser una parte rutinaria y aceptada del proceso político y, en su lugar, se convierte en una catástrofe a gran escala. Cuando el costo percibido de perder es suficientemente elevado, los políticos se ven tentados de abandonar la contención. Y las acciones de táctica dura constitucional pueden, a su vez, debilitar todavía más la tolerancia mutua y reforzar la creencia de que los contrincantes representan una amenaza peligrosa", dicen.

Hablan de Turquía, Venezuela, Rusia y los Estados Unidos de Donald Trump. Por suerte, la Argentina está lejos de sufrir tamaños riesgos.

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