El 21 de enero pasado, a dos días de cumplirse 30 años del intento de copamiento del Regimiento de La Tablada, un familiar de un integrante del Movimiento todos por la Patria (MTP) -sucedáneo ochentista del PRT-ERP- anunció en una entrevista que el grupo emitirá un comunicado desmintiéndose a sí mismo: "Fueron a generar un hecho revolucionario a partir de una acción armada"; sería el nuevo relato de los sobrevivientes de la trágica aventura.Recordemos que por años la versión oficial del MTP fue que irrumpieron en el cuartel para frenar un golpe carapintada en germen. El propio jefe de la operación, Enrique Gorriarán Merlo, murió en el año 2006 sin desdecirse. Desde la cárcel, en 1993, en sus primeros contactos con la prensa, pasados ya varios años del asalto, el planteo de los integrantes del MTP seguía siendo el mismo: "Fuimos al cuartel con el intento de frenar ese golpe militar, esa sublevación militar carapintada que se estaba gestando allí", decía una integrante del grupo. "Seguimos pensando después de cinco años que la información era correcta", afirmaba también Roberto Felicetti, uno de sus referentes.
Ahora, en cambio, en la citada entrevista se anunció: "Por los treinta años saldrá un comunicado que reivindica la lucha de los compañeros y una caracterización del hecho bastante sincera que se corre de la versión oficial que mantuvieron para el juicio. Los compañeros, por la lectura que hacían de la coyuntura y por las características que fue asumiendo la organización en ese momento, quisieron generar un hecho revolucionario a partir de la toma de un cuartel militar".
Vale recordar que la versión del MTP se completaba con la denuncia de una conspiración entre Carlos Menem y Mohamed Alí Seineldín, jefe de una de las tres rebeliones carapintadas de esos años.
En julio de 1988, una interna abierta había consagrado candidato a presidente por el PJ a Carlos Menem. El año 1989 era el último del mandato de Raúl Alfonsín, desgastado por los sucesivos fracasos económicos y la alta conflictividad social. Las elecciones estaban fijadas para mayo de ese año. En enero, cuando se produjo el asalto al cuartel de La Tablada, el triunfo electoral del peronismo se daba por descontado. El poder ya había migrado hacia la oposición. Blanqueando esa realidad, Alfonsín adelantó seis meses el traspaso del mando.
En concreto, según el MTP, Carlos Menem, virtual presidente electo, estaba conspirando para provocar un golpe contra un gobierno radical que estaba concluyendo y al que, según todos los pronósticos, él iba a suceder luego de ganar elecciones libres.
¿Quién podía creer semejante patraña?
Plantear que Menem iba a sabotearse a sí mismo comprometiendo sus chances de llegar a la presidencia era tomar por tontos a los argentinos; el planteo era tan pueril y absurdo que la denuncia al respecto formulada por algunos de los integrantes del MTP días antes del ataque no tuvo la menor repercusión y sólo fue recogida por el diario entonces afín a ese movimiento, Página 12.
Tampoco la finalidad de las rebeliones carapintadas era el golpe de Estado; no buscaban derrocar al gobierno, eran asonadas reivindicativas, reclamos dirigidos tanto a las autoridades civiles como a las cúpulas militares.
El asalto al cuartel de La Tablada no fue un contragolpe para salvar la democracia, sino todo lo contrario: una provocación antidemocrática que buscaba obstaculizar el ascenso del peronismo al gobierno.
Darío Gallo y Gonzalo Álvarez Guerrero, coautores de El Coti. Biografía no autorizada de Enrique Nosiglia (Sudamericana, 2005), escriben: "A fines de 1988, los seguidores del riojano estaban convencidos de que sectores liberales del Ejército se opondrían de cualquier manera al triunfo del justicialismo. Y manejaban dos hipótesis: un atentado contra Menem o un golpe previo a las elecciones para asegurar la continuidad radical".
A tal punto se identificaba el MTP con el PRT-ERP que estaba imbuido por el mismo desprecio hacia la voluntad popular expresada en las urnas: como lo habían hecho en 1973 y 1974, desafiando al flamante gobierno peronista, lo hacían en 1989 ante la inminencia de un retorno al gobierno de esa fuerza política.
Dicho esto, es posible segmentar las responsabilidades. Muy probablemente la mayor parte de los militantes del MTP que ingresaron al cuartel hayan sido carne de cañón de una operación cuya trama, hilos e intenciones desconocían. Eso no los exime del error político de una acción armada en plena vigencia de la democracia; más inexcusable por tener lugar a pocos años del final de la peor dictadura vivida por la Argentina, como si nada hubieran aprendido. Para colmo, en la continuidad de la misma tradición político ideológica del PRT-ERP, responsable de provocaciones como los asaltos al Comando de Sanidad del Ejército (septiembre de 1973) y al cuartel de Azul (enero de 1974), también en una etapa de recuperación democrática y cuando por fin, tras 17 años de proscripción, los argentinos volvían a confiar el destino del país en Juan Perón.
Podemos imaginar a algunos militantes del MTP como unos "siete locos", viviendo en un microclima conspirativo, marginal y delirante. Después de todo, también la conducción de Montoneros logró, en 1979 y 1980, tras la desarticulación -por exterminio- del grueso de sus estructuras y en pleno auge de la dictadura, que varias decenas de cuadros participaran de una contraofensiva que sólo tuvo por resultado aportar más víctimas a una lista de bajas ya sobrecogedora.
También a los integrantes del MTP sus jefes los llevaron a una aventura riesgosa en la que pagaron un precio absolutamente desproporcionado: el ataque fue lógicamente repelido por los efectivos presentes -se supo luego que los asaltantes no esperaban encontrar resistencia, ¿porque alguien se los aseguró?- pero además la ocasión fue aprovechada para provocar un baño de sangre que dejó más de 40 muertos, 29 del MTP, además de heridos y hasta 3 desaparecidos. Los sobrevivientes pasaron largas temporadas en prisión hasta ser indultados por Eduardo Duhalde (algunos ya habían visto sus penas conmutadas por Fernando de a Rúa).
Se sabe también por testimonios de sobrevivientes que varios de ellos no tenían idea de lo que realmente iba a suceder y creían que "iban a hacer una toma simbólica y que no iba a haber tiros´", según consignan Gallo y Álvarez Guerrero. "Era tomar el cuartel y salir", dijo uno y otro contó que no habían previsto una red sanitaria para el caso de que hubiese heridos.
Aunque pueda mirarse con indulgencia la actitud de algunos de estos militantes del MTP, muy distinta es la responsabilidad de los jefes y más todavía la de sus mandantes. Y caso aparte el de Enrique Gorriarán Merlo, provocador reincidente, que estaba viviendo desde hacía varios meses clandestino en Buenos Aires, ya que aún tenía causas penales abiertas de años anteriores, y dirigió la operación sin ingresar al cuartel. Gallo y Álvarez Guerrero se hacen eco de la versión de que Francisco Provenzano, uno de los caídos en La Tablada, dejó una carta para su hermano, de esas que son para ser leídas "en caso de…" que contenía la significativa frase: "Para mí Gorriarán arregló por arriba entre los servicios".
Alguien orquestó la gran provocación que fue La Tablada. Y hasta puede que haya habido más de un círculo de provocadores. Quizás alguno pudo creer en su propia astucia para montar este escenario de falsedades y caer a su vez en la trampa de otros.
La justicia no pudo probar un involucramiento de funcionarios del gobierno radical como ideólogos o instigadores del operativo pero la sospecha al respecto fue generalizada, fundada además en los lazos personales entre varios miembros del MTP y funcionarios del gobierno; sin mencionar que en los años 60 y 70 las filas del PRT se nutrieron en parte de jóvenes de origen radical.
Sin embargo, el resultado desastroso del operativo, que evidentemente el grueso del grupo atacante no había previsto, salpicó también la imagen de un Presidente paseando entre cadáveres que no parecía estar al mando de la situación: si la idea era beneficiarlo complicando a la oposición, el resultado fue el opuesto al esperado por los aprendices de brujo de su entorno -si los hubo-, porque ciertos remanentes del Proceso aprovecharon para tomarse una revancha.
Del mismo modo que en los 70, los extremos coincidieron: como antes la guerrilla con sus operaciones demenciales había servido de excusa a quienes querían quebrar la institucionalidad y frustrar un proceso de reconstrucción y unidad nacional, así también el trasnochado grupo del MTP sirvió a los intereses contrarios a los declamados: todos contra la Patria, cabría decir.
Según Gallo y Alvarez Guerrero, los carapintadas se comunicaron con el equipo del candidato Carlos Menem para decir: "No tenemos nada que ver, ni somos atacantes ni somos los represores. Es una maniobra para perjudicarnos, es lo que vinieron armando los últimos días".
El supuesto sinceramiento actual del MTP es en realidad un acto de cinismo. Sin avergonzarse, sin disculparse, admiten que intentaron engañar a la opinión pública, simulando ser carapintadas -recordemos que ingresaron arrojando volantes firmados por un imaginario Nuevo Ejército Argentino-, para abonar su excusa de un golpe en gestación, y ahora, 30 años después, proclaman que iban a "producir un hecho revolucionario". Es decir, nuevamente a sustituir la lucha política por las armas.
"Podemos discutir lo mal o lo bien que estuvo eso -dijo la misma vocera oficiosa del MTP citada más arriba- pero es diferente a las demás versiones [y] corre un poco ese velo de misterio y conspiración sobre Tablada". Como si solo se hubiese tratado de un "error político" y no de una abierta conspiración contra la democracia…
Pablo Waisberg y Felipe Celesia, autores de La Tablada: Vencer o Morir. La última batalla de la guerrilla argentina, dijeron en una entrevista: "No había un golpe, ellos lo que fueron a hacer fue a dar un putsch pro izquierda, a mover el tablero político de manera de poder reacomodarlo y tener alguna iniciativa al estilo sandinista, una vanguardia que encendía la pradera y después venía la Revolución".
En concreto, se trataba de sustituir a la expresión de las mayorías, democráticamente manifestada en las urnas, la voluntad de una minoría iluminada.
La socióloga Claudia Hilb es una de las que más avanzó en la crítica a la opción militarista de las organizaciones guerrilleras y a la experiencia trasnochada de La Tablada, en un ensayo incluido en su libro Usos del pasado. Qué hacemos hoy con los 70 (Siglo Veintiuno Editores, 2014). Hilb cuestiona la esencia misma de aquellas organizaciones erigidas en "vanguardias" que se sentían con derecho a prescindir "de una legitimación mayoritaria" y suplantar la lucha por la hegemonía política por la "lógica del enfrentamiento de aparatos militares".
Claudia Hilb expresa la tremenda desazón que le causó la "incomprensible aventura militar en democracia", que fue el intento de copamiento de la Tablada por el Movimiento Todos por la Patria. Y cuestiona severamente el hecho de que los guerrilleros fingieran ser carapintadas y entraran al cuartel a sabiendas de que allí no se gestaba ningún golpe sino con el fin de provocar una reacción popular contra el ejército para entonces sí, asaltar ellos el poder. "En el montaje del asalto al cuartel de La Tablada se deja ver, a la vez como caricatura y como tragedia, el destino totalitario del pensamiento revolucionario del siglo XX", sentencia.
Hilb recuerda que "el horror de la dictadura del Proceso de Reorganización Nacional ahogó en sangre toda posibilidad de reflexión crítica sobre lo sucedido" en los 70.
De hecho, ese horror sirvió de excusa en particular a las conducciones supérstites de las organizaciones para evitar la autocrítica. Más tarde, el uso que el kirchnerismo hizo de los 70, no solo llevó a asimilar toda crítica a la práctica de las organizaciones armadas con una justificación del Proceso; creó una suerte de coartada ideal para obturar toda reflexión crítica. De ese lado sólo hubo víctimas. Y héroes.
Como señala Claudia Hilb, que también militó en los 70, a décadas de aquellos sucesos, "es nuestra responsabilidad legar a las generaciones que nos sucedieron una reflexión sin concesiones sobre nuestra responsabilidad pasada".
Hoy, en coincidencia con el 30° aniversario de La Tablada, se está desarrollando el juicio por las ilegalidades perpetradas por quienes repelieron el ataque. En febrero habrá sentencia.
Esperemos que ese juicio no sirva también de excusa para que los protagonistas de aquel hecho sigan alimentando la tergiversación sobre lo sucedido y atribuyendo culpas a terceros sin asumir su propia responsabilidad. O, del mismo modo que pasó con los jefes guerrilleros de los 70 busquen un aplauso por haber atentado contra la democracia; ya que eso y no otra cosa fue La Tablada.
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El libo que demuele desde adentro todos los pilares del relato setentista