Las perspectivas en materia económica para este 2019 indican dos escenarios posibles, uno malo y el otro aún peor. El balance de los tres primeros años de gestión de Cambiemos resulta elocuente: una inflación acumulada de 158%, aumentos de tarifas en promedio -de gas 900%, electricidad 550%, boleto de subte 223%, medicina prepaga 139%, nafta 192%-, pérdida de poder adquisitivo del salario en promedio de 18 puntos porcentuales, caída del comercio minorista de 15%, una caída del PBI per-cápita de 4,5%, incremento de la brecha entre ricos y pobres de 1,5 veces, aumento de la desocupación nuevamente hacia los dos dígitos (10%), pérdida de 70.000 puestos de trabajo registrados, una fuga de capitales de US$60.823 millones, y un aumento de la deuda pública de 2.701.674 dólares por minuto. Resulta sorprendente, sin embargo, que tras estos resultados el presidente declare que este es el camino y que no conoce otro posible. La profundización del rumbo nos conduce a los dos escenarios posibles planteados al inicio, el malo o el peor.
El primero resultaría a partir de una dinámica ya lanzada, donde todos los motores del crecimiento se encuentran en franca retracción. El principal de ellos, el consumo privado, viene cayendo como consecuencia de la pérdida de poder adquisitivo de los salarios y la contracción del crédito. La profundización del rumbo implicaría sostener la estrategia de utilizar a los salarios como intento de ancla nominal sobre los precios, de manera tal que la continua pérdida de poder adquisitivo se encuentra asegurada.
Por su parte, las altas tasas de interés que utiliza el Banco Central como apuesta a la estabilidad cambiaria, actúan de condicionante a cualquier expansión del crédito, sobre todo en una economía en la cual, dada la pérdida de poder de compra de los ingresos, las familias recayeron en la utilización del crédito como mecanismo de compensación y como intento de no resignar un mínimo bienestar. Este sobreendeudamiento familiar, con altas tasas de interés que potencian el peso de las deudas en los ingresos totales frente a la necesidad de refinanciamiento, por el lado de la demanda, y la política de aumento de encajes remunerados que propicia el Banco Central, por el lado de la oferta, explican la desaparición del crédito.
De esta forma, perdiendo ingresos y sin crédito, el consumo interno continuará su derrotero. Por el lado de la tracción externa a partir de un fuerte crecimiento de las exportaciones no se vislumbra una salida tampoco. Se trata de una variable de muy poco peso en la demanda agregada de nuestra economía, que no ha resultada impulsada de manera significativa ni siquiera tras la fuerte devaluación del año pasado, y no se vislumbra ninguna política adicional de estímulo a las mismas.
La estrategia de inserción internacional del Gobierno resulta errada desde el inicio de su gestión, como consecuencia de una pésima lectura del contexto mundial. Asimismo, eliminación de impuestos mediante, sólo se ha logrado una reprimarización de las exportaciones, a contramano de la necesidad de mejorar el perfil exportador hacia una mayor participación de manufacturas de origen industrial, que implica más valor agregado y permita generar empleo. Por el lado de la utilización del gasto público como instrumento de estímulo al crecimiento, en condiciones adversas como las actuales no podemos esperar más que el efecto contrario. El compromiso asumido por el gobierno nacional con el FMI, tras haber ido raudamente a la búsqueda de un salvavidas que le permita llegar a la orilla de las elecciones de este año, implica la infructuosa búsqueda de un objetivo imposible de alcanzar, el de déficit cero.
Por detrás de esta lógica se esconde un oximoron, el del ajuste expansivo. Una contradicción en sí misma ex-ante, que cuenta con el agravante de haber sido probada reiteradas veces a lo largo de nuestra historia. Por último, la pretendida estrella del crecimiento económico para esta etapa de cambio, tan pre anunciada por el gobierno, la inversión, se destaca por su ausencia hasta el momento, a la vez que las condiciones garantizan su imposible aparición estelar en el futuro próximo.
En un contexto de debilitamiento del mercado interno, altas tasas de interés que funcionan como estímulo a la inversión financiera y actúan elevando el costo de oportunidad de cualquier proyecto productivo, y con un aparato productivo que, dada la caída de la demanda, se encuentra operando con un 40% de su capacidad ociosa, es esperable que ningún tipo de inversión vaya a ocurrir, ni externa ni doméstica.
De este análisis se desprende que el escenario de estanflación en el cual se encuentra la economía argentina, que viene de cerrar un 2018 con una caída de más de 2 puntos del PBI y la tasa de inflación más alta de los últimos veintisiete años (47,6%), se extenderá en este 2019. En este contexto, resulta esperable una contracción del PBI nuevamente en torno a los dos puntos porcentuales, y una inflación que, recesión mediante, continuará elevada, entre un 30% y un 35%. Esto genera pérdida de empleo y deterioro de los ya golpeados indicadores de pobreza. Además, las políticas de ajuste y el sostenimiento de altas tasas de interés actúan como fuerte transferencia de recursos desde los sectores más postergados hacia los más poderosos desde el punto de vista económico. Así, esto implica, no sólo una torta cada vez más chica, como consecuencia de la recesión, sino cada vez peor distribuida. Este escenario es el de mayor probabilidad de ocurrencia, el malo.
El otro escenario posible, que por el momento presenta una probabilidad de ocurrencia menor al precedente, implica el fracaso en la contención del artificialmente contenido frente financiero. Si bien los inversores son perfectamente conscientes de la imposibilidad de la argentina en hacer frente al programa financiero del año próximo, han decidido sostener sus posiciones en pesos en el corto plazo, apostando a la estabilidad cambiaria que el gobierno en connivencia con el FMI les asegura. Se conoce que al mercado financiero lo dominan dos fuerzas, para un lado la codicia, y hacia el otro, el pánico.
Por el momento domina la codicia, en el corto plazo, a sabiendas de su falta de sostenibilidad, pero monitoreando de cerca cada movimiento del resto de los participantes del juego. El momento en que se dispara el pánico resulta fugaz, puede darse a partir de la aparición de algún evento inesperado (cisne negro) o sólo dispararse por un cambio de comportamiento de parte de algún actor relevante. En caso de que el mercado financiero anticipe el escenario del año próximo y lo descuente en sus expectativas, la artificial contención del frente financiero, podría caerse como un castillo de naipes, y conducir al escenario peor, donde las variables macroeconómicas indicarían una recesión de mayor alcance y profundidad, y una disparada inflacionaria que puede hacer ver al registro del año pasado como un grato recuerdo, de esos que se añoran en los peores momentos.
La suerte de los argentinos se encuentra echada en esta continuidad de la política económica oficial. Entonces, se torna imprescindible un cambio de rumbo, que apueste al mercado interno, que busque renegociar inteligentemente la deuda contraída, que ejecute políticas contra cíclicas, que plantee una inserción internacional inteligente, y que priorice la generación de empleo ante todo. Dada la magnitud de la crisis económica, la salida está en la política, que deberá plantear una alternativa que logre los consensos necesarios para convocar a una concertación económica-social, con un plan estratégico de desarrollo sobre la mesa.
La salida es posible, este año resulta clave. La solución depende del conjunto de los argentinos.
El autor es economista y docente.