La computadora tiene cara de mujer

Por Pablo J. Boczkowski y Eugenia Mitchelstein

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Los hombres y sus fierros. Este es el mito popular, el que sugiere una fuerte identificación entre la computadora y lo masculino. ¿Y si esto no fuera algo natural sino el resultado de procesos de discriminación que han vuelto invisible el rol de las mujeres en el desarrollo de la tecnología?

El caso del sector informático en el Reino Unido es emblemático para entender la discriminación de género como constitutiva de la informática en la sociedad moderna. Este país emergió de la Segunda Guerra Mundial con una posición de liderazgo en este sector, tras un período durante el cual las mujeres tuvieron un rol protagónico en programación.

La administración británica de aquel entonces decidió hacer una apuesta fuerte a desarrollar la industria informática y fortalecer su liderazgo a nivel global. Para ello puso a hombres en los puestos clave. "El principal mecanismo de discriminación de género fue la preferencia directa de los gerentes de contratación por hombres para estos nuevos puestos importantes, en lugar de las mujeres candidatas que ya estaban haciendo esos trabajos", sostiene Marie Hicks, profesora de historia en el Institute Illinois of Technology.

Hicks señala que este mecanismo de discriminación se apoya en la premisa de que "todas las mujeres van a tener, o al menos que exista el riesgo de que lo hagan, patrones de vida hetero-normativos que involucren a esposos e hijos, lo cual significa que hace que se las considere trabajadoras o emprendedoras 'menos buenas'" que los hombres.

Sin embargo, las investigaciones de Hicks demuestran que "el impulso para deshacer la feminización existente en la fuerza laboral del sector informático llevó a la caída de la industria" en el Reino Unido. Y esto "deshizo la alineación pre-existente entre la computación y las mujeres".

Marie Hicks, profesora de historia
Marie Hicks, profesora de historia en el Institute Illinois of Technology (Foto: cortesía de Marie Hicks)

Para la autora de La desigualdad programada, "todavía hay una fuerte idea cultural de que las mujeres no deben ejercer el poder tanto como los hombres, y que es problemático para las mujeres tener el poder sobre los hombres". Y agrega que "solo hay que mirar la situación política en los Estados Unidos desde 2016 para ver un ejemplo actual muy apremiante de esta dinámica, y todo el daño más amplio que causa en la sociedad".

Esta situación expresa una tensión entre feminismo y misoginia en la cultura popular contemporánea, según Sarah Banet-Weiser, profesora de medios y comunicación en la London School of Economics and Political Science. "El feminismo popular es activo en la configuración de la cultura. Sin embargo… la misoginia popular es reactiva. Debemos entender y teorizar el feminismo popular y la misoginia popular en relación entre sí, no como elementos separados o discretos".

La autora del libro Empoderadas, vincula el fortalecimiento del feminismo popular en conexión con la tecnología digital. "El feminismo popular generalmente se materializa como un tipo de medio en sí mismo que es ampliamente visible y accesible. Aparece en los medios masivos… en la publicidad, en la música popular, en los programas de premios, y en el contexto contemporáneo tal vez aparezca con mayor urgencia en las redes sociales, con sitios digitales como Instagram, Tumblr, Facebook y Twitter que proporcionan plataformas para su circulación".

Sin embargo, las redes también han sido utilizadas para el recrudecimiento de la misoginia en la cultura política actual. "Esto está simbolizado por movimientos de extrema derecha en todo el mundo, desde la elección de Trump en los Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil, el ataque a la 'ideología de género' en Hungría, así como otros éxitos de la extrema derecha, y respalda una misoginia popular agresiva y defensiva" de la sociedad patriarcal, señala Banet-Weiser.

Y agrega que "si bien el feminismo popular es altamente visible, a menudo solo tiene visibilidad, mientras que la misoginia popular se reproduce en la estructura" política y económica de la sociedad.

Sarah Banet-Weiser, profesora de medios
Sarah Banet-Weiser, profesora de medios y comunicación en la London School of Economics and Political Science (Foto: Maggie Smith)

Esto se manifiesta incluso en nuevas plataformas tecnológicas como Instagram o YouTube, que muchas veces son vistas como la posibilidad de alterar tendencias de género pre-existentes en medios y tecnología. Brooke Duffy, profesora de ciencias de la comunicación en Cornell University, estudió este fenómeno en el marco de lo que denomina "el trabajo aspiracional" de los influencers en las redes. Este tipo de trabajo se caracteriza por la "inversión de tiempo, energía y recursos financieros que estas personas dedican para hacer una carrera que les permita cobrar por hacer lo que aman".

Si bien el trabajo aspiracional existe desde hace mucho tiempo, Duffy advierte que lo que es novedoso del contexto actual es "la medida en que a muchos de nosotros se nos promete éxito profesional al usar las redes sociales para 'descubrir' o 'monetizar' los proyectos por los que estamos apasionados. En la cultura popular, estamos expuestos a historias de personalidades de las redes que… consiguen un éxito instantáneo. Sin embargo, tales narrativas ocultan la realidad de cuán pocas personas encuentran fama y fortuna en este campo híper-competitivo".

La autora de (No) cobrar por hacer lo que amas hace hincapié en el rol constitutivo que el género tiene en la actividad de los influencers, si bien tanto hombres como mujeres la llevan a cabo. "Muchas de las industrias en las que el trabajo aspiracional está generalizado, como la moda, la belleza, el estilo de vida y la artesanía, tienen un número desproporcionado de mujeres y están devaluadas" con respecto a otros sectores productivos.

Duffy añade que "podemos ver esto históricamente en la tradición de lo que  menudo se considera 'trabajo de mujeres'. Este trabajo, ya sea trabajo doméstico no remunerado (crianza, cuidado) o empleo remunerado (servicio y trabajo administrativo) ha sido históricamente devaluado. Tanto a nivel social (visto como 'natural' o 'fácil') como económicamente (se paga mucho menos que los roles que tienen los hombres). Al mismo tiempo, estos campos tienden a ser descartados como femeninos y, por lo tanto, frívolos".

Brooke Duffy, profesora de ciencias
Brooke Duffy, profesora de ciencias de la comunicación en Cornell University (Cortesía de Brooke Duffy)

¿Qué consejos brindan las especialistas a los fines de remediar la discriminación de género en el sector de tecnología?

Hicks sostiene que "en su mayor parte, las empresas y los gobiernos quieren ver la discriminación estructural como algo que 'simplemente sucede', no algo que crean activamente". Por lo tanto, esta historiadora hace hincapié en la necesidad de un abordaje estructural que reemplace iniciativas puntuales y aisladas: "la clave radica en cambiar cómo se hacen las cosas en lugar de insertar unos pocos candidatos de 'diversidad' en un sistema roto".

Banet-Weiser coincide en la mirada estructural al señalar que "las industrias de medios y tecnología a menudo se han construido alrededor de la discriminación de género". Y propone "corregir los desequilibrios de género en el lugar de trabajo, desde el número de mujeres empleadas hasta la naturaleza de su empleo: reconocer las disparidades entre los tipos de trabajo que tienen los hombres y las mujeres, y promover o contratar a mujeres en puestos de liderazgo".

Por su parte, Duffy hace un llamado a una "mayor transparencia en la economía de la industria de medios digitales, tanto para los ejecutivos como para los creadores de contenido".

"¿Quién paga? ¿Cómo es la compensación? ¿De qué otra manera se valorizan las actividades creativas? ¿Qué papel juegan los sistemas algorítmicos?" se cuestiona esta profesora de Cornell University. "Todas estas son preguntas que exigen mayor transparencia para comenzar a desafiar las vastas desigualdades que caracterizan a los sectores de los medios y la tecnología".

El reconocimiento de la discriminación de género como un fenómeno constitutivo en lugar de una anomalía, y la mayor transparencia en la organización del mercado laboral son estrategias indispensables para empezar a ver que la tecnología digital también tiene cara de mujer.

*Eugenia Mitchelstein es profesora en el Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de San Andrés

Pablo J. Boczkowski es profesor en el Departamento de Estudios de la Comunicación de Northwestern University, Estados Unidos

Mitchelstein y Boczkowski son codirectores del Centro de Estudios sobre Medios y Sociedad en Argentina (MESO)

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