Desde que los franceses inventaron las encuestas, en el siglo XIX, hasta que George Gallup las internacionalizó, en Washington, en 1935, pasó mucha agua bajo el puente. Incluso hubo un ministro de Economía uruguayo (Floro Costa) al que su pasión por esa actividad lo llevó a envolverse en una polémica con tratadistas argentinos, que pensaban que la economía revestía tantas complejidades como para dejarla sujeta a una consulta numeral. Fue una firma argentina la que vaticinó el triunfo de Violeta Chamorro, contra el dictamen universalmente aceptado por las restantes encuestadoras que la consideraban perdedora, lo que una vez más sirve para calificarnos.
Si bien Gallup, al crear su famosa empresa, le asignó un papel de asesor ante los líderes de opinión, sus consideraciones no deberían alterar el pensamiento general (forzando a sus seguidores a violentar su opción y sobre todo su conciencia).
En nuestro país, se sabe que el señor Aurelio —cuya militancia justicialista nunca fue ocultada por el interesado— orienta sus diligencias para favorecer a la señora K (que no es peronista aunque lo proclame). Ese dato abrió la instancia para que los demás candidatos efectuaran una contratación por su cuenta. En síntesis: ninguna encuesta es confiable para un hombre de a pie, por cuanto cada una responde al candidato que paga sus honorarios: la del señor Mauricio Macri le es fiel a sus intereses, como la del señor Sergio Massa lo será los suyos. De ese modo, la anticipación de los resultados electorales, finalidad básica del sistema, se ha visto desvirtuada por razones crematísticas, sin perjuicio de admitir que se ha convertido en un instrumento de propaganda. Con lo cual, todos son sospechosos.
El analista debe, pues, recurrir a su intuición u "olfato" para emitir un juicio. Anticipo que en mi estimación habrá ballotage; ello no solo ocurre por intuición, sino por algunos elementos que han sido desgranados en el espacio que precede. El señor Aurelio le atribuye a la señora K una ventaja que el elegido por el Gobierno se ocupa de demostrar que en el terreno de la realidad esa encuesta carece de valor.
Pero el Gobierno ha cometido diversos errores, principalmente dirigidos a aquellos sectores que una mayor identificación tienen con él (ocupación de las calles con piqueteros, falta de seguridad no obstante tener una figura recia al frente del ministerio, marcha atrás con las retenciones, etcétera).
No se trata de que la gente vote al Gobierno porque no tiene alternativa para evitar un mal mayor (porque ello, además de impolítico, sería inmoral).
En síntesis: los gobernantes deben confiar menos en encuestas pagadas y recurrir más a sus socios naturales.