Cuando tenía seis años, Amos Oz colgó un cartel en la puerta de su pieza: "Amos Klausner, autor". A la edad de ocho años, en 1947, construyó "un impresionante cohete" (así lo describió) en el patio trasero de su casa con el fin de "apuntarlo al Palacio de Buckingham". Redactó un ultimátum dirigido a "Su Majestad el Rey George VI de Inglaterra" usando la máquina de escribir de su padre, Yehuda Klausner. A esa temprana edad ya podían advertirse dos trazos que marcarían su vida adulta: su interés literario y su compromiso político.
Oz se vio a sí mismo como una suerte de profeta con un mensaje moral hacia su pueblo, al que sermoneó a propósito de su realidad política circundante. Se inmiscuyó en asuntos políticos al fundar el movimiento pacifista Shalom Ajshav ("Paz Ahora") y con acciones como la de obsequiar al terrorista palestino encarcelado Marwan Barghouti un ejemplar traducido al árabe, dedicado en hebreo, de uno de sus libros. "Amo a Israel", declaró a The Guardian, "pero no me gusta demasiado". También confesó: "Siento por el idioma [hebreo] todo lo que quizás no siento por el país [Israel]". Durante una entrevista con la BBC afirmó: "Si la gente dice que Israel es desagradable, hasta cierto punto concuerdo. Si la gente llama a Israel el diablo encarnado… esto sigue siendo legítimo", unas aseveraciones que lo ubicarían en compañía de los antisionistas. No obstante, a continuación agregó: "Pero si ellos continúan diciendo que en consecuencia Israel no debería existir, entonces su antisionismo se transforma en antisemitismo porque ninguno de ellos alguna vez dijo que luego de Hitler Alemania debería dejar de existir o que luego de Stalin no debería existir Rusia". Aunque la equiparación de Israel con la Alemania nazi o la Rusia estalinista es muy poco feliz, esto lo dijo en defensa de su país.
Estas ambivalencias ideológicas quedaron fuertemente reflejadas en su obra; de manera destacada en su autobiografía Una historia de amor y de oscuridad. Oz entremezcla su niñez en el seno de la vida familiar con la época histórica del nacimiento del Estado de Israel. Hijo de un intelectual lituano con pretensiones literarias que terminan en fracasos, y de una ucraniana romántica atormentada por su pasado y agobiada por su presente, el pequeño Amos se ve tironeado por las personalidades diferentes de sus progenitores. De su padre aprenderá el encanto de la lengua hebrea; de su madre, el arte de soñar. Cuando esta se suicida, Amos decide abandonar el apellido paterno y adoptar el de Oz ("fuerza" en hebreo). Eventualmente dejará Jerusalén por un kibutz en el que vivirá y trabajará por los siguientes treinta años y a cuya comunidad tributará sus derechos de autor futuros, fiel al socialismo incorporado. Al trocar la mística Jerusalén por la ruda vida rural en el Israel de los años cincuenta, Oz cristaliza una fantasía materna: se convierte en el soldado-héroe de sus sueños, escapismo ideal de un matrimonio estéril. Peleará en las guerras de Israel, militará políticamente, se consagrará como uno de los autores estelares de su patria, enseñará literatura en la Universidad Ben-Gurion, viajará como profesor invitado a Oxford, Princeton y Berekeley, será multi-premiado y mundialmente aclamado.
Pero, como él mismo postula en este libro, "un sueño cumplido es un sueño desilusionado". Y así, aunque parecía estar desafiando al padre del sionismo político, Teodoro Herzl ("si lo desean, no será un sueño") y sugiriendo su desencanto con el Israel moderno más que con su propia trayectoria personal, ponía posiblemente en evidencia las dolencias anímicas heredadas de su madre. Como nos recuerda el historiador Harold Brackman, en 1970, durante la Guerra del Desgaste con Egipto, Oz de hecho preguntó a Golda Meir: "¿Con qué sueñas?". "No tengo tiempo para sueños" respondió la primera ministra.
Este choque entre lo ideal y lo real, entre los sueños dorados y los hechos claroscuros, impregnará la visión político-literaria de Amos Oz, quien, junto a otros destacados autores israelíes —A. B. Yehoshua, David Grossman—, se erigirán en los voceros idealistas de Israel. "Políticos-artistas", en la caracterización de la periodista inglesa Julia Pascal, "como Bertolt Brecht, Jean-Paul Sartre y George Orwell" anteriormente. Hombres de imaginarios mundos bellos u oscuras distopías que debieron resignar la praxis política en los realistas de su tiempo: Winston Churchill, Charles de Gaulle y Golda Meir.
El autor es escritor y analista político internacional.