Repasemos qué ha pasado para poder entender qué nos pasa.
Cuando concluía el año 2017, Dujovne asumió públicamente la conducción de la economía acabando con la autonomía del Banco Central. Tras liberar el flujo de divisas algunos meses antes, anunció un "recálculo" de las metas económicas que el Gobierno se había fijado. De ese modo, estimó que la inflación para el año 2018 sería del 15% y para el 2019 del 10%.
Al comenzar este año, el Banco Central dispuso que los supermercados, hoteles y cualquier otro comercio podrían ser autorizados a comercializar dólares libremente. Nadie en el gobierno vislumbró entonces la crisis que se avecinaba.
Aunque la incertidumbre ya inquietaba a muchos, el gobierno se animó a pronosticar un escenario holgado en dólares. Cuando transcurría mayo, Luis Caputo, por entonces Secretario de Finanzas, aseguró que Argentina había garantizado todo el financiamiento necesario para que Mauricio Macri concluyera su mandato sin sobresaltos.
Aunque desde enero era fácil observar una fuerte demanda sobre el dólar, el gobierno nunca se ocupó de atender el problema. No atinó a cuidar los dólares que existían en el mercado y, lo que es peor, siguió entregando dólares a todos los especuladores a los que convocaba el "festival de LEBAC's", montado por el mismísimo gobierno.
El resto es historia conocida. De Argentina emigraron miles de millones de dólares y quedó claro el riesgo de default. Para evitarlo, el Gobierno recurrió al Fondo Monetario Internacional y entregó en la burocracia de ese organismo toda la decisión económica del país.
Irónicamente, el gobierno que había dicho que se endeudaba para sobrellevar el déficit fiscal y así evitar costos sociales, repentinamente dejó en manos del FMI el más tremendo ajuste del que se tenga memoria realizado con el único propósito de saldar una enorme deuda tomada en los años de administración macrista.
Ese ajuste ocurre en un marco de presión devaluatoria de la moneda, de inflación sostenida, de pobreza creciente y de precarización del empleo. Este año la moneda se devaluó más de un 100%. La inflación rondará el 48%. La desocupación creció casi un 50%. La pobreza, finalmente, alcanza a uno de cada tres argentinos y si nos detenemos en los jóvenes, a la mitad de ellos.
No quiero creer que todo eso ha sido premeditado, porque si este fuera el plan que quería desarrollar el "mejor equipo de los últimos cincuenta años" no alcanzarían los años que nos quedan para que paguen el daño que han causado.
Prefiero creer que esto ha sido el producto de un gobierno desconocedor del Estado que ha improvisado una y otra vez ante los problemas que debía resolver. No sé qué condena merecerá por esto, pero no tengo dudas de que la sociedad sabrá castigarlos.
Argentina está en manos de un gobierno que ha cedido a un organismo internacional la administración del Estado. No es lo que yo creo. Es lo que el mismo gobierno afirma. Ha perdido toda soberanía sobre el control de su moneda y avanza con políticas desregulatorias que la burocracia del FMI le exige.
Macri y su gobierno ha puesto el destino de la Argentina en manos de otros que ni siquiera son argentinos. Aunque muchas veces antes se cuestionaron políticas como las que hoy despliega el gobierno, a nadie se le ocurrió pensar jamás que la inoperancia podría deparar semejante realidad.
Cuando Macri concluya su mandato, Argentina estará definitivamente hipotecada. No lo digo yo. Lo dice el mismo FMI cuando advierte que claramente existe la posibilidad de que en el año 2020 nuestro país no pueda cumplir sus compromisos externos.
Esa realidad hace que el riesgo país no pare de crecer. Hoy, si la Argentina lograra colocar un bono en dólares en los mercados internacionales (algo imposible de que suceda) debería pagar una tasa semejante a la que debimos afrontar en los bonos colocados cuando Cavallo y De la Rúa hicieron el "Megacanje" y construyeron así la antesala del defalut de 2001.
El año 2019 no nos depara un escenario de calma.
Ya sabemos que la presión sobre el dólar se mantiene. En los últimos dos meses del año, el Banco Central debió vender alrededor de 2.500 millones de dólares para evitar una disparada del precio de la divisa.
Sabemos también que la presión inflacionaria no cederá. Con los aumentos anunciados en los servicios que comenzaran a aplicarse a partir de febrero, nadie duda que cuando el 2019 termine la inflación no será menor al 30%.
Con el estancamiento económico que vivimos, la moneda deteriorándose y la inflación sostenida en altos índices, difícilmente la conflictividad social no asome. Al cabo de tres años de gestión de Cambiemos, el salario real se deterioró casi un 20%.
A esta crisis económica se suma la institucional. A Macri no le alcanzó con manipular la Justicia Federal a su antojo para perseguir opositores. Ahora sabemos que está trabajando en ese fuero para "despegar" a sus empresarios amigos involucrados en el "cartel de la obra pública". Quiere hacerlo mediante juicios abreviados o la admisión de la "probation". Una auténtica desvergüenza. Persecución para adversarios e impunidad para amigos. Esa es la justicia que Macri ha construido.
No le bastó operar sobre la Justicia Federal. También buscó intervenir la mismísima Corte Suprema poniendo al frente de ese tribunal a un juez amigo que antes supo ser abogado de importantes empresas. De ese modo, acabó contaminando el único tribunal federal que no merecía cuestionamientos públicos.
A veces me pregunto cómo fue posible generar semejante deterioro en nuestro país. Entiendo que el enojo de muchos con el gobierno anterior (potenciado por el accionar mediático y en redes sociales ambos cuidadosamente urdidos) puede explicar la esperanza que despertó Macri.
Lo que es difícil de entender es que se haya defraudado tanto al conjunto social con un manejo tan improvisado de la cosa pública. Era impensable que se pudieran cometer tantos desatinos que nos acabara deparando este tiempo de decepción.
Lo cierto es que hoy terminamos un año espantoso, en el que vivimos de sobresalto en sobresalto hasta acabar en esta incertidumbre que hoy nos atrapa. Una incertidumbre que no nos deja vislumbrar la orilla ni nos permite conocer quien conduce este barco en el que estamos.
Triste imagen del fin del año en el que la improvisación de los ineptos solo nos condujo a un naufragio.