El piso se mueve y no se encuentra la salida para el escape. Más allá de la recesión, la pobreza que no cesa y las fábricas paradas, la relación finanzas-economía real muestra heridas serias. A lo largo del año que termina el peso se devaluó un 51% frente al dólar. Para los expertos hay otra forma de encarar el fenómeno y es que el dólar trepó un 105% en el año. Es un fenómeno que no se ha dado en otros países latinoamericanos, que padecen las mismas peripecias de comercio exterior y tienen que hacer frente a la quietud económica interna.
Cualquiera puede encontrarse con sorpresas: si, por un lado, las inversiones financieras o productivas extranjeras han desaparecido, paralelamente escaparon del sistema financiero argentino más de 36 mil millones de dólares por disposición de ciudadanos de nuestro país. Depósitos en el extranjero, propiedades, acciones de argentinos fuera de nuestro ámbito geográfico se elevaron 9260 millones de dólares en el tercer trimestre de 2018. Llegaron, entonces, a un monto total anual ya señalado.
Fuera del sistema financiero local o más allá de nuestras fronteras, las tenencias argentinas llegan a casi trescientos mil millones de dólares, más del 60% del producto bruto interno del país. Esto es mucho más que "falta de confianza". Es, para precisarlo, una "desconfianza estructural" que parece no cesar y que viene de arrastre.
En términos comparativos, el total implica 55 mil millones de dólares más que a fines de 2015, cuando se inició el Gobierno de Mauricio Macri, que subió a escena con un exagerado optimismo como si el país viviera en el mejor de los paraísos, cuando las variables generales de la economía estaban resquebrajadas. ¿Y el blanqueo al cual se le dio tambores de bienvenida y saltos de alegría? El proceso de legalización llegó a casi 120 mil millones de dólares pero entró un efectivo menor que el deseado o esperado. La gran masa de dinero argentino en el exterior se quedó allí, no volvió a poner la firma y el rostro ante la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP).
Todo esto es un dato. Mientras el país discute y con razón el aumento brutal de las tarifas, la energía y el transporte, pocos economistas le ponen el ojo a la deuda externa del país, pública y privada. Al comenzar el tercer cuatrimestre del 2018 alcanzaba las altas cumbres de 255 mil millones de dólares. Entre el año pasado y este que nos deja creció un poco más de los 37 mil millones de dólares.
Para cerrar el trazado del mapa financiero, los argentinos siguen enviando dinero afuera. Volvieron en menor cuantía (pese a la cifra respetable lograda) de todo lo acumulado en el exterior. No es cuestión de hablar de antipatria. Se trata de negocios que no son tal si no hay ganancia.
Esto genera una gran inquietud: ¿Cómo hará este o el próximo gobierno para pagar semejantes compromisos y calmar la fuga? Aquí no se trata de líderes carismáticos que tengan la varita mágica. Nadie, ni en el mundo político ni en la esfera económica, ha presentado una alternativa que nos alivie. Porque un paso en falso y entramos, otra vez, en default.
Esto es la verdadera película que están viendo en los distintos mercados del mundo. Por eso la tasa de riesgo país se mantiene en altos niveles. Desde agosto pasado el riesgo país se mueve de 600 a 800 puntos y puede crecer si las encuestas consideran que Cristina Fernández ocupa el primer lugar en las preferencias en las elecciones.
Es notable la tranquilidad de la administración Macri ante estos hechos. Porque fue la Casa Rosada y el círculo estrecho que rodea al Presidente los que decidieron subir al ring a la ex Presidente, vapuleada por las investigaciones de alta corrupción por parte de la Justicia. ¿Se trata de un suicidio político o de una estrategia? ¿Considera el Gobierno que todavía tiene chances para ganarle la partida a la viuda de Kirchner o a cualquier otro candidato que pueda parir el peronismo? ¿La paliza del incremento tarifario se impone ahora, a comienzos del ciclo anual, para evitar tocar los presupuestos familiares en la segunda mitad del 2019?
Las circunstancias son distintas, pero si el Gobierno actual ignora el factor económico en la emisión del voto, se equivoca. Por ejemplo: la reelección de Carlos Menem en 1995 mostró que, en determinados momentos, la gente vota con el bolsillo y no con la ideología o las predilecciones personales.
Importaron poco al votante las demostraciones de un grado nunca visto de corrupción, de exacción de los dineros públicos, de tropelías y negociados en las privatizaciones. La gente solo quería seguir viviendo en la ficción de la convertibilidad que ya por entonces hacía agua y que resultaría dificilísimo de mantener en la segunda mitad de la década del 90. Históricamente hablando y fuera de la Argentina, los ingleses le dieron la espalda a Winston Churchill en las elecciones que se realizaron después de la Segunda Guerra Mundial. Él los había guiado hasta la victoria. Pero los habitantes no lo votaron porque querían un cambio, una mejora económica, un mundo distinto al de Churchill.
El tema que más aflige a los financistas que tienen el ojo puesto en el mundo, además de la Argentina, es que poco tiempo después del acuerdo por 57.100 millones de dólares la insolvencia de la Argentina sea tan elevada. A tal punto que está duplicando el riesgo país de Brasil, Bolivia, Paraguay, Ecuador. Y triplica en más al de Chile, Perú y Uruguay.
¿Una coalición política, un consenso más amplio podría ayudar a Macri a generar más esperanza y triunfar en las elecciones presidenciales? ¿Hay predisposición oficialista para ello? ¿Acaso el entendimiento extrapartidario no haría de mantel para servir la mesa y no dejar sentar al peronismo kirchnerista que sigue negando las acusaciones, pese a todas las pruebas? ¿Es un problema de este gobierno, de los opositores o de la sociedad misma que ha demostrado ingenuidades, que en su tiempo compró espejitos de colores con Cavallo y de pronto realzó a la Alianza que ya estaba fragmentada desde el comienzo?
El 2019 da la impresión de ser decisivo pensando en el futuro y en las cargas que sofocan al país.