Lo que dejó el 2018

Una buena estrategia de campaña, si aspira a ser exitosa, debe basarse en un buen diagnóstico previo que permita conocer en profundidad la situación sobre la cual se propone incidir para llegar a la ciudadanía de manera efectiva y eficiente.

Este diagnóstico debería recoger de manera precisa la información e insumos clave obtenidos durante la necesaria fase previa de investigación que debería emprender con rigurosidad toda campaña que aspire a ser competitiva. En particular, la definición de las principales prioridades y preocupaciones del electorado, las fortalezas y las debilidades propias y de los rivales, un completo mapa de los actores de la contienda (candidatos, electorado, potenciales alianzas, medios, etcétera), una estimación de los votos necesarios para ganar, y un análisis de los diferentes escenarios alternativos posibles, entre otros tantos elementos.

Sin dudas, la capacidad de un candidato y su equipo para conocer y comprender las necesidades, las expectativas y los anhelos de los ciudadanos es directamente proporcional a la posibilidad de diseñar mensajes que comuniquen efectivamente los temas de campaña.

Es en este punto donde la mayoría de las campañas sufren una derrota precoz, no solo por evitar hacer un diagnóstico oportuno, sino por sucumbir ante la intuición, los prejuicios o los preconceptos que acechan en el siempre peligroso "microclima" de la política.

En definitiva, de lo que se trata es de entender dónde están parados los distintos candidatos y espacios, y dónde pueden aspirar a estar en términos del escenario electoral en ciernes. Una tarea que implica necesariamente analizar y entender qué pasó durante el año que está pronto a concluir para poder proyectar el futuro próximo y actuar sobre él.

Cambiemos: el revés económico y los triunfos cortos

El reconocido sociólogo polaco Zygmunt Bauman acuñó el concepto de "modernidad líquida" para dar cuenta de lo contingente y dinámico que suele caracterizar a nuestra época: un contexto en donde lo longevo, lo perdurable y lo estanco se diluyen vertiginosamente. Un concepto que, al describir la realidad social en la cual estamos inmersos, es también aplicable a la política y en las vísperas del año electoral.

Los estrategas de Cambiemos deberían haber tomado nota de los reveses que dejó un 2018 en el que, parafraseando a Marx, todo lo sólido se desvaneció en el aire de la economía real. Un oficialismo que comenzó el año casi convencido de la posibilidad de transitar sin sobresaltos el camino hacia una reelección en primera vuelta ya trabaja estratégicamente en un escenario de ballotage que parece a todas luces inevitable. Escenario de ballotage que, por cierto, requeriría de la participación de Cristina Kirchner, condición que hoy aparece casi como ineludible para que Mauricio Macri tenga chances de consagrarse nuevamente Presidente de la República.

Si Cambiemos evaluase cómo comenzó el 2018 y cómo lo está terminando, no queda dudas de que este fue un año digno de ser olvidado. La performance de las variables económicas, el diferencial de imagen del Presidente, la aprobación de gestión o incluso la percepción prospectiva —la tan mentada "esperanza" que supo acompañar al Gobierno— arrojan un saldo que distaría mucho de provocar tranquilidad y optimismo. Quizás todo lo contrario.

Sin embargo, y teniendo en cuenta que Cambiemos en general y el PRO en particular tienden a encarar sus campañas electorales con una impronta "propositiva-zen", son los pequeños triunfos los que marcan el clima hacia adentro de Balcarce 50.

Uno de esos "saldos positivos" es la imagen de Macri. La tendencia a la baja que caracterizó el 2018 comenzó a revertirse, según varias encuestas publicadas en el último mes, a partir de la relativa estabilidad cambiaria y, sobre todo, con posterioridad a la cumbre del G20 que tuvo lugar en la Ciudad de Buenos Aires a mediados de noviembre. Así, la percepción respecto al Presidente pasó de un rango que oscilaba el 30% de imagen positiva en el promedio de septiembre a noviembre de 2018 a casi 40% en diciembre.

A pesar de esta mejora, está claro que la economía tiene una fuerte influencia en el clima de opinión pública. De hecho, para 4 de cada 10 argentinos el principal problema en este momento es, precisamente, lo económico. Pero cabe remarcar que no es el único. El Gobierno es consciente de que, para un segmento importante del electorado, variables como la seguridad o la institucionalidad son sus principales preocupaciones. En este terreno es donde Cambiemos se siente fuerte. Cuando logra disipar la discusión económica y pondera elementos como la corrupción en la agenda pública, los guarismos tienden a mejorar.

Unidad Ciudadana: "Cuanto peor, mejor" no alcanza

Si el retroceso económico marcó el derrotero de Cambiemos en el 2018, las denuncias y las investigaciones judiciales por corrupción hicieron lo propio con el kirchnerismo, volviendo a cubrir con un manto de incertidumbre el futuro electoral de dicha fuerza.

Unidad Ciudadana se aferró en 2018, como nunca antes, al supuesto básico de que "cuanto peor, mejor". En este razonamiento, una economía desgastada arrastraría consigo a la imagen de Macri y de su gestión, promoviendo al mismo tiempo una mejora en la imagen de Cristina.

Si bien esta lógica no es del todo desacertada —siendo que Macri y Cristina casi no comparten electores y ambos pugnan por la masa de indecisos—, los resultados de diversos sondeos de opinión indican que solo con eso no alcanza. Esperar el fracaso de Macri y, adicionalmente, que los electores descontentos con él se inclinen por la ex mandataria son dos "inversiones de riesgo". Si en campaña es riesgoso dejar librado al azar un cabo suelto, Cristina estaría dejando dos.

En medio de ese contexto, la corrupción surgió como un tema de campaña inesperado, amenazando ser uno de los protagonistas en 2019. Si bien la mayoría de los estudios cuantitativos y cualitativos dan cuenta de que la causa de "los cuadernos" no influyó electoralmente sobre los votantes duros del espacio, la notoriedad del escándalo puede impactar sobre el porcentaje de votantes que aún no decidieron su voto.

En términos de "triunfos", el 2018 fue para Cristina el año en el que continuó su tendencia a cristalizar al votante duro. Se trata de un 30% de los electores, quienes la votaron y en las encuestas dicen que la volverían a votar independientemente de lo que suceda en el fuero penal. Si bien se trata de un interesante piso electoral, el costo de conservarlo, y progresivamente aumentarlo, a partir de un discurso rígido, es que el resto del electorado se sienta excluido e incluso atacado.

Un discurso político centrípeto que, en vez de alcanzar a sectores alejados de su centro ideológico, concentró en torno a él a un puñado de electores convencidos. En otras palabras: creó un piso alto, pero un techo bajo.

Peronismo federal: hacer pie en Buenos Aires y romper con la polarización

El peronismo federal está en una encrucijada. Si bien su performance en los distintos sondeos que circulan no es mala, está claro que con las cifras actuales está lejos de aspirar a meterse en el ballotage.

Para el peronismo federal los adversarios a vencer en una instancia previa a la campaña no son ni el kirchnerismo ni Cambiemos. La luz de alerta se prende con la polarización, es decir, con la estrategia en común que ambas fuerzas mencionadas despliegan para disipar el escenario electoral de un posible tercer competidor.

Si bien es complejo que un tercer espacio, cuyo líder aún no es unívoco, pueda romper la polarización de dos frentes electorales tan convocantes —6 de cada 10 argentinos votaría por alguno de los dos—, las posibilidades no están cerradas. Quizás para un peronismo desperdigado por el territorio nacional lo más difícil sea hacer pie en la provincia de Buenos Aires, no pudiendo evitar el potencial de un distrito clave que concentra a 4 de cada 10 electores a nivel nacional y la "conurbanización" de la política que caracteriza a las campañas desde hace ya varias décadas.

En este sentido, vuelve a ser Sergio Massa quien asoma como la figura más estable, y por cierto más convocante, dentro del peronismo federal.

Una campaña a la vuelta de la esquina

Respecto al futuro, el cronograma electoral está casi definido. Basta la confirmación de un puñado de distritos, entre ellos la siempre gravitante provincia de Buenos Aires, para que tengamos el panorama completo de cuándo se votará y, por ende, qué tipo de estrategia diseñarán e implementarán las diversas fuerzas en pugna. Lo que se sabe a ciencia cierta es que el cronograma electoral comienza tempranamente con la elección de las primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) provinciales en La Pampa, el 17 de febrero, a efectos de dirimir quién será el gobernador que reemplazará al justicialista Carlos Verna.

Los tres espacios que se perfilan a disputar la carrera presidencial comenzaron el año con un manojo de hipótesis y proyecciones que no tardaron en sucumbir ante una realidad que se evidenció cada vez más "líquida". La fortuna, como el célebre estratega político Nicolás Maquiavelo llamaba al acontecer, hizo lo suyo y ahora resta que la virtud de los dirigentes, otro concepto clave para el florentino, encauce su rumbo.

Si bien la carrera a la presidencia no es de velocidad, sino de resistencia, cada espacio deberá precisar su diagnóstico interno lo antes posible, para así apuntalar definitivamente los cimientos con los que recorrerá el sinuoso trayecto que en 2019 podría depositarlos en el codiciado sillón de Rivadavia.

El autor es sociólogo, consultor político y autor de "Gustar, ganar y gobernar" (Aguilar, 2017).