En mi último artículo argumenté que Estados Unidos no se retiraría de Siria. ¿Por qué lo haría? La presencia de por lo menos dos mil militares en el norte del país proyecta influencia frente a otras potencias, colabora con la lucha contra los remanentes del Estado Islámico (ISIS) y previene que Irán expanda su alcance en el Levante. Luego, desde un punto de vista moralista, podría decirse que, con sus fichas en la región, Estados Unidos protege a la población kurda, disgustada con cualquier actor de la región.
No obstante, en mi análisis olvidé una de las variables más importantes a la hora de analizar la política estadounidense. Se trata de un factor que yo mismo identifiqué previamente, acaso como algo positivo a los efectos de reforzar el poder de disuasión de Estados Unidos para con países autocráticos. Me refiero al carácter impulsivo e imprevisible del actual comandante en jefe. Efectivamente, el 19 de diciembre se dio a conocer que Donald Trump decidió retirar a sus soldados de Siria y de Afganistán, llevándose en contra al establecimiento de seguridad, y provocando la renuncia de James Mattis, su secretario de Defensa.
Políticos y analistas coinciden en remarcar que el accionar de Trump es contraintuitivo y degrada los intereses de su país. Rusia desde luego sale favorecida, y Turquía tiene ahora la luz verde que necesitaba para pronunciar su intervención contra los kurdos. Además, Irán tendrá más vías para aprovisionar a Damasco y a sus milicias en Siria. En cuanto a Afganistán, la retirada de entre cinco y siete mil militares podría poner en jaque al gobierno de Kabul. Los talibanes tienen presencia a lo largo y ancho del país, y la experiencia muestra que un Estado disfuncional solo traerá desestabilidad regional.
Las razones de Trump parecen limitarse a la narrativa "America First"; y a la idea de que Estados Unidos no tiene que ser el policía del mundo. De momento circulan versiones que apuntan a que el Presidente decidió retirar las tropas luego de un llamado con su contraparte turco, Recep Tayyip Erdogan, sin consultar a su gabinete o a países aliados. Es decir, habría tomado una decisión clave de forma unilateral. Aunque las circunstancias son muy recientes, cabría pensar que en algún punto Trump se dejó llevar por la admiración que reserva para hombres fuertes de la estirpe de Erdogan o Vladimir Putin.
En cierto sentido, este episodio da credibilidad a la difundida crónica de Michael Wolff, Fire and Fury ("Fuego y Furia"), en la que el periodista argumenta que Trump no está interesado en temas internacionales, y que en última instancia se guía por su intuición. Por ejemplo, si bien el círculo íntimo de Trump tenía opiniones encontradas sobre el rol militar de Estados Unidos en Afganistán, paradójicamente en 2017 el Presidente decidió enviar más tropas allí, siguiendo el consejo de su hija.
La fuerte personalidad del magnate probablemente explica tantas rotaciones de personal dentro de su equipo. Ningún presidente ha cambiado a tantos ministros y asesores como Trump, y nuevamente se divisa un recambio. Aparte de Mattis, también ha renunciado Brett McGurk, el enviado presidencial para coordinar la lucha contra el ISIS. La decisión unilateral de Trump le está costando duras críticas en el seno del Partido Republicano, y esto podría llevar al desencanto de algunas figuras clave. Por ello, queda por verse sobre todo qué sucederá con John Bolton, el consejero de seguridad neoconservador, quien en septiembre vocalizó públicamente sus opiniones sobre la necesidad de que Estados Unidos permaneciera en Siria.
Si Trump tiene un carácter problemático, cabe suponer que la partida de Mattis será muy perjudicial. El decorado militar constituía la única figura de la administración que era ampliamente respetada tanto por demócratas como por republicanos. En contraste con Mike Pompeo, el secretario de Estado —considerado un yes man (que dice que sí a todo lo que le pide el presidente) — a Mattis lo veían como un elemento moderador, presuntamente capaz de contrarrestar los instintos impulsivos de su jefe.
Para los analistas Trump no deja de ser un enigma. Su política exterior tiene elementos realistas y asimismo idealistas. Considerando que la estrategia de seguridad nacional tiene por doctrina un "realismo basado en principios" (principled realism), la Casa Blanca no contribuye a despejar esta ambigüedad. Mientras Trump se perfila como un halcón listo para combatir el terrorismo y la radicalización religiosa, nunca fue concreto en desafíos específicos, desde Rusia hasta Siria. Y si bien mostró sus músculos al cancelar el acuerdo nuclear con Irán (JCPOA, por su acrónimo en inglés), su reciente accionar trae un escenario que beneficia enormemente a Teherán.
Los reportes de prensa indican que fuerzas iraníes ya se están desplazando a Deir Ezzor, un punto estratégico en el este de Siria, y que marca distancia entre las tropas de Al-Assad y las Unidades Kurdas de Protección Popular (YPG). Tampoco sorprendería que Turquía haga valer sus amenazas, y en las próximas semanas lance una ofensiva contra posiciones kurdas en ambas orillas del Éufrates. Estados Unidos abandonará a sus aliados kurdos a su suerte, y no está en condiciones de dejar algún tipo de arreglo de seguridad para suplantar a sus soldados. Si interpretamos correctamente las palabras de Pompeo, Washington espera ilusamente lo mejor, y llama a Rusia y a Turquía a cumplir con el derecho internacional.
A partir de ahora, y tomando en cuenta que Estados Unidos no hizo nada por proteger la independencia del Kurdistán iraquí (KRG), los norteamericanos no tendrán influencia ni simpatía entre los kurdos. Dejando posiciones moralistas de lado, lo cierto es que los kurdos ahora buscarán protección en Moscú, que, pese a no querer antagonizar con los turcos, tampoco les ha cerrado la puerta a representantes de esta etnia. Si Vladimir Putin quería que los norteamericanos se retirasen de Siria, ahora lo consiguió sin el menor esfuerzo.
Algunas voces prominentes como Stephen M. Walt argumentan que ya era hora de que Estados Unidos se retirase de regiones sin valor inherente para los intereses estadounidenses, pues opinan que Washington a la larga nunca podrá pacificar o controlar el devenir de Siria o Afganistán. No obstante, así y todo, Walt reconoce que con su accionar Trump da concesiones gratuitas, sin obtener nada a cambio de otros actores. En esencia, esto demuestra que su política para Medio Oriente "no posee consistencia ni una lógica estratégica coherente".
Creo que la decisión de Trump tal vez nos dice más acerca del presidente que de la política exterior norteamericana. Sin embargo, también es cierto que en los hechos Trump no hace más que profundizar la tendencia que comenzó con Barack Obama, cuando Estados Unidos comenzó a desentenderse de los asuntos de Medio Oriente, pese a las preocupaciones de sus aliados. Como establece David E. Sanger en The New York Times, la visión de Trump comparte con su predecesor la postura de que los soldados no pueden alterar el balance estratégico de Medio Oriente, y que por ende no deben estar allí.
El autor es licenciado en Relaciones Internacionales y magíster en estudios de Medio Oriente por la Universidad de Tel Aviv. También se desempeña como consultor en seguridad y analista político