El mal está en la incapacidad de sentarnos a discutir

La pregunta "¿en qué momento se jodió Argentina?" flota en los círculos académicos desde que la formuló Zavalita, el protagonista de Conversación en la Catedral, la más celebrada de las novelas de Mario Vargas Llosa, publicada en 1969. Mientras transitaba por la avenida Tacna, en un mediodía limeño gris y neblinoso, Zavalita se preguntaba: "En qué momento se había jodido el Perú", para inferir luego que "él era como el Perú, se había jodido en algún momento". Su conflicto no era solo el del país: era el suyo, de su familia y del medio social en que había nacido. De ahí que la respuesta al interrogante planteado aquí contenga un fuerte contenido emocional, vinculado a la percepción del éxito y del fracaso, y a la dimensión personal, nacional o universal que se le adjudique.

Los argentinos tenemos conciencia de que caminamos en un equilibrio precario y que tal vez nos encontremos en un declive inexorable; que el modo de vida que nos merecemos —o creemos merecer— está en riesgo o ya se ha perdido para siempre. Sin embargo, más que mirar adelante, volvemos la mirada al pasado. Este nos ofrece la oportunidad de desentrañar los aciertos y los errores cometidos, las políticas equivocadas y las fructíferas, pero resulta más simple reducir la tarea a dar nombres de buenos y malos, de víctimas y victimarios, y así limpiar de responsabilidades a "los nuestros".

Veamos algunos ejemplos: los indigenistas adjudican a la Conquista de América y a la interrupción del desarrollo de las culturas originarias el punto de partida de todos los males (1492); los hispanistas determinaron que la raíz del fracaso del imperio se encontraba en la dinastía de Borbón, que entre otras fechorías expulsó a los jesuitas (1767); los antiimperialistas culpan a la Revolución de Mayo de haberse entregado a los ingleses, y de ahí en adelante; los católicos consideraron a la ley de educación común (1884) la gran responsable del deterioro moral del pueblo argentino; los conservadores culparon a la ley del voto secreto de colocar al número por encima de la eficacia (1912); los radicales, al régimen "falaz y descreído" de burlarse de las mayorías (1916); los nacionalistas, al liberalismo y la antipatria del retroceso y de la crisis (1930); los peronistas, a los antiperonistas; los antiperonistas, a los peronistas, y así sucesivamente, hasta llegar a los tiempos contemporáneos, en que se aceleró la oferta: los militares en primer lugar, seguidos por Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Eduardo Duhalde, Néstor y Cristina Kichner, Mauricio Macri, empresarios, sindicalistas, piqueteros, policías, etcétera.

El mal que nos aqueja ya no es la extensión, como suponían los románticos del siglo XIX, sino la incapacidad de sentarnos a discutir el presente y el futuro, como gente seria, sin recurrir a chicanas

Atención, paremos aquí, y preguntemos: ¿quién puede tirar la primera piedra? Una mirada algo más serena indica que la sociedad que se constituyó entre las orillas del Plata y Los Andes, a lo largo de cinco siglos, con aportes étnicos y culturales diferentes, tuvo logros y se benefició en su conjunto cuando alcanzó consensos; que la táctica de echarle las culpas al antecesor es una estrategia de patas cortas; que la creencia de que gracias a las riquezas naturales del país tenemos asegurado el bienestar no es sostenible; que el mal que nos aqueja ya no es la extensión, como suponían los románticos del siglo XIX, sino la incapacidad de sentarnos a discutir el presente y el futuro, como gente seria, sin recurrir a chicanas propias de una asamblea estudiantil, y sin considerar exclusivamente las encuestas de las próximas elecciones o las ventajas inmediatas para "nuestra" capilla.

Hay mucho por examinar, desde la calidad de la educación hasta el financiamiento de las jubilaciones y las pensiones, la producción y la distribución de la riqueza, el funcionamiento de las instituciones, la relación con el mundo y con nosotros mismos, cómo sacar a millones de argentinos de la pobreza y la marginalidad, transparentar la política, sancionar la corrupción… Para todo eso hay que retomar un concepto perdido, la idea del bien común, junto a la convicción de que no hay destino ni condena fatal que nos impida ser solo algo mejores, que no es poco.

Algunas expresiones que vienen del pasado histórico nos alientan, por ejemplo, el juramento de independencia de los congresales de 1816, comprometiendo vidas, haberes y fama, en medio de las incertidumbres del momento; el preámbulo de la Constitución Nacional dirigido a nosotros, nuestra posteridad y todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino; en la historia reciente, la convocatoria de Alfonsín a dejar atrás la dictadura y participar de la democracia, todos, cada uno con sus próceres, sus ideales y sus banderas. Porque la Argentina es de todos y señalar las continuidades, lo bueno que hicieron otros, aunque no sean los "nuestros", es un ejercicio indispensable de convivencia con proyección de futuro.

La autora es escritora, historiadora, secretaria de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina.