Moisés Ikonicoff: adiós a un intelectual en serio

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Se me fue Moisés, Moisés Ikonicoff, un intelectual en serio, de esos que no se la creen, que nunca se la creyeron. Amigo de la lectura, de la vida y de la risa, cultor de la sutileza. Enriquecía las mesas donde nunca bebía, el alcohol no era lo de él, tampoco el cigarrillo, solo los libros fueron su vicio. Y caminar, a veces trotar por Palermo, discutir siempre. Importante dirigente estudiantil en su tiempo, marxista que termina de docente en París, Juan D. Perón lo invita a venir a fundar una escuela de administradores similar a la de Francia. Escribe un libro sobre la economía de renta, una descripción impiadosa de nuestro empresariado.

Cuando el entonces presidente electo de Brasil, Fernando Henrique Cardoso, visitó esta capital, se refirió a Moisés como uno de sus dos grandes amigos entre nosotros.

Era un sabio enojado con la solemnidad. Las formas no eran lo de él, cómo olvidar cuando decidió participar de un teatro de revistas. Fuimos al estreno con el Pato Galmarini, solidarios con el amigo, complicado entender cómo de la Sorbona se puede viajar a esos confines, Él me contaba que demasiado tiempo de docente, que necesitaba recorrer otros mundos, su imagen esmirriada entre las esbeltas vedetes convocaba a la risa o a la admiración. Era demasiado fuerte como para que lo roce el ridículo. Su vida entre los intelectuales fue solo una parte, la curiosidad lo llevaba a otras tierras, apasionado por la vida, necesitaba transitarla toda.

Alguna vez tuvimos un programa de televisión con Dalmiro Sáenz, los tres en un pequeño coche. Moisés manejaba un poco distraído, o demasiado. El coche y él se parecían, era el único momento donde no era un placer acompañarlo, digo en el coche, y sí absolutamente en el resto, charlar, la vida, los recuerdos, las pasiones, los libros. Se leía todo y sabía qué recomendarnos en cada etapa de nuestras neurosis.

Le divertía salir en televisión, era un pensador apasionado por el humor. Viajamos mucho, alguna vez le escribí unos versos absurdos que festejó durante años. Sabía reírse de sí mismo, ese saber supremo que no soportan los solemnes, ese límite que expulsa sin piedad a los pobres de espíritu.

Enamorado de la vida, la quiso recorrer en todas sus versiones, era tan serio que no necesitaba asociarse al club de la seriedad. Trasgresor innato, siempre, solidario como pocos, tan importante que no creía en la importancia, tan formado que no se asumía intelectual, tan querible que no va a ser fácil olvidarlo. Siempre me asombró su recorrido, intelectual y concreto, países, cátedras, intelectuales, experiencias. Se nos fue un chiquito que era un grande, en medio de tantos enanos que se la tiran de importantes. Un enemigo de la solemnidad, de ese envoltorio que oculta la pobreza del espíritu. Moisés no la necesitaba, estaba muy por encima de eso. Intento con este recuerdo enjuagar una lágrima como despedida de mi gran amigo.