Cuando hace 70 años le preguntaron a René Cassin en qué se había inspirado para pensar la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la respuesta del autor principal del texto fue tan clara como sencilla: "Me imité a traducir los diez mandamientos al lenguaje moderno".
El jurista francés de origen judío que en 1968 fue Premio Nobel de la Paz estaba convencido de que los derechos no eran humanos solamente por ser para los de nuestra especie. Cassin entendía que en la esencia de las personas estaba la búsqueda de un mundo para todos y que la tarea de la comunidad internacional era potenciar esta dimensión que nos iguala.
Luego del horror del Holocausto, el mundo comprendió que había que tomar acciones para que este capítulo no se repitiera. Si bien el mundo firmó la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, las personas siempre tuvieron derecho a vivir en paz y dignamente. Es nuestra responsabilidad comprometernos con ellos.
En los últimos tiempos el mundo volvió a vivir una crisis de refugiados no vista desde la Segunda Guerra Mundial. Las mujeres y distintas identidades de género no se sienten seguras en una gran cantidad de países y miles de millones aún no pueden cubrir sus necesidades humanas más básicas.
Cassin, que supo ser miembro de la Comisión de Crímenes de Guerra de la ONU y Unesco, hablaba de la existencia de una "fuerza invisible que siempre sostendrá los derechos humanos". La bandera de los organismos diplomáticos, educativos, gobiernos y de todos los habitantes del mundo debe ser que esta fuerza empuje al planeta. El resultado será un futuro en el que las personas nos encontremos cada vez más con la paz y menos con los episodios oscuros del pasado.
El autor es director ejecutivo del Congreso Judío Latinoamericano.