El mundo está experimentando los efectos de un proceso de dimensión global. Sus consecuencias, trascendentales para la vida de los países, no pueden ser ignoradas. De hecho, muchas naciones alrededor del planeta ya han tomado medidas para intentar paliar sus efectos. ¿Será posible entonces que nosotros, los argentinos, ignoremos ese proceso global y pretender que con nuestra "proverbial creatividad" encontraremos la forma de eludirlo? ¿Creernos capaces de evitar lo inevitable? ¿Seguiremos negando la realidad y por tanto buscando soluciones ilusorias? Si no logramos revertir dicho proceso, todas las preguntas anteriores tendrán una lamentable respuesta positiva.
Es esencial lograr que la sociedad y cada uno de sus individuos tomen conciencia de los sustanciales cambios que experimenta la población mundial, y de qué dramática manera esos cambios influirán en su futuro. En nuestro futuro. Nos referimos a la cuestión del acelerado crecimiento de la población mundial mayor de 65 años, y a la creciente longevidad o, en otros términos, el incremento de la sobrevivencia después de la edad de retiro. Este fenómeno ya ha modificado la tradicional pirámide poblacional, y seguirá haciéndolo. Recurramos a las más comunes figuras geométricas, un triángulo y un cuadrado, y lo podremos entender con toda claridad
El triángulo es la figura tradicional de la pirámide poblacional que muchos conocemos, su base la componen los más jóvenes y a medida que escalamos en la pirámide la población de mayor edad se reduce. La forma piramidal se consolida, habida cuenta que tradicionalmente los adultos mayores fallecen a medida que los segmentos de edad aumentan.
Hoy estamos enfrentando una vertiginosa transformación de esa pirámide, el triángulo se va transformando rápidamente (por lo menos en el sentido de lo que el tiempo significa para la historia de los países) en un casi perfecto cuadrado. Aquellos que hasta hace apenas unas décadas enfrentaban una esperanza de vida de alrededor de quince años luego de terminar su etapa laboral tienen hoy una expectativa de sobrevivencia superior a los veinticinco años luego del retiro. Y lo que es más dramático aún es que esa expectativa sigue creciendo. Y, como ya mencionamos, a un ritmo sostenido.
¿Cómo algo tan positivo como lograr que nuestros mayores vivan más y que esa tendencia se sostenga en el futuro puede producirnos preocupación? La consecuencia inmediata de esta tendencia positiva gracias las nuevas tecnologías clínicas implica que a esa población de adultos mayores no solo habrá que pagarles pensiones por muchos más años y en forma creciente, sino que la sociedad deberá ofrecerles prestaciones de salud durante períodos más prolongados. En definitiva, el actual sistema de reparto provisto por aquellos Estados que los sostienen deberá sostenerlos por mucho más tiempo.
El envejecimiento poblacional opera entonces como el disparador fundamental de la mayoría de las reformas en los sistemas previsionales. Todos ellos, sin excepción, buscan lograr el equilibrio entre la sostenibilidad del sistema a través del tiempo y cuidar el nivel de los beneficios. El punto es que la realidad demuestra que estamos ante un dilema: es uno u otro. Y lo que es peor aún, los dos conducen irrenunciablemente a una estrangulación financiera.
Por tanto, de continuar dicho sistema de reparto, el Estado, en realidad todos esos Estados, se verán "forzados" a recaudar más fondos para afrontar estas incrementales demandas. Debemos tener presente que los sistemas de reparto tienen como rasgo característico la solidaridad intergeneracional, que implica que la población activa financia las pensiones, los ingresos de la población pasiva.
El crecimiento de la longevidad global al que estamos asistiendo, junto a otros fenómenos adversos, globales y locales, va a impulsar a los Estados, de proseguir los sistemas actuales de reparto, a subir las cargas previsionales pagadas por la población activa a fin de mantener los beneficios en términos reales que hoy reciben los retirados o, por otro lado, mantener el nivel de dichas cargas y generar mayor pobreza dentro de la población pasiva. Cualquiera de dichas soluciones genera un menor bienestar para la población en su conjunto debido a que los gobiernos se verán impulsados a subir las cargas previsionales pagadas por los trabajadores y las empresas, o reducir los beneficios para los retirados, o modificar los índices de ajuste de esos beneficios, para intentar reducir su impacto en el presupuesto del Estado, o aumentar la edad de retiro, lo cual implica demorar el recambio generacional de la población activa. En otras palabras, una menor creación de empleo para quienes deban ingresar al mercado laboral.
En todos estos casos, como ya mencionamos, la población en su totalidad tendrá una calidad de vida inferior o, en otras palabras, el Estado de bienestar se irá resquebrajando sostenidamente en el tiempo.
Por cierto, muchos países han recurrido a una combinación de dichas "soluciones", y lo han hecho aun cuando el ahorro es parte de su cultura. Tomaron conciencia de que lo que cuenta es seguir reduciendo el protagonismo del Estado como proveedor de bienestar, para que este sea sostenible en el tiempo.
Ante este escenario, cada vez más países van adoptando reformas previsionales. El proceso se acentúo globalmente desde el año 1981 y continúa con mayor dinámica en la actualidad.
Información relevante para tomar idea de la dimensión generalizada del problema a nivel mundial: 76 países aumentaron o aumentarán en los próximos años la tasa de cotización (aportes de los individuos y los empleadores); 56 países aumentaron o aumentarán en los próximos años la edad de retiro; 60 países ajustaron o ajustarán en los próximos años la fórmula de los beneficios, obviamente a la baja; 40 países implementaron ahorro voluntario. En varios casos, estas medidas no fueron implementadas en forma aislada, sino que se combinaron dos o más de ellas.
En el límite de recurrir a "soluciones", hay países que al día de hoy han llegado al extremo de contraer deuda externa para solventar el gasto de sus sistemas previsionales.
Hay un condimento político a todo esto que es insoslayable, y que complica aún más la situación. Está palpablemente experimentado que todos los países que han introducido estas reformas que mencionamos vivieron serias crisis políticas al momento de querer llevarlas a cabo.
La veracidad acerca de la inviabilidad de mantener los sistemas de reparto solidario en las actuales condiciones es prácticamente irrefutable. Desde el punto de vista técnico y financiero es imposible negarlo. Pero lo que es imposible negar, al mismo tiempo, es que dichas medidas afectan sí o sí a sectores muy sensibles de la población, y es entonces muy difícil para los gobiernos, más aún a los de sistemas democráticos, poner en marcha medidas socialmente duras.
En el mundo se considera que idealmente el límite razonable para que un sistema solidario pueda definirse como financieramente sano es de cuatro aportantes por cada beneficiario. Actualmente, en Argentina, esa relación es de 1,4 aportantes por cada beneficiario. Podemos agregar que en el sistema, además, se pagan beneficios a más de 2,5 (dos millones y medio) de personas que no realizaron ningún tipo de aporte previo a retirarse. Es decir, reciben el beneficio del sistema definido como solidario, pero ellos no hicieron el aporte solidario en su momento. O sea, les pedimos a los activos que financien con más esfuerzo no solo a los que antes aportaron, sino también a los que no lo hicieron. No olvidemos que con la relación antes mencionada es absolutamente inviable lograr el equilibrio.
El autor es director regional de BNP Paribas Investment Partners, principal operador de planes de retiro de Argentina.