La vida moderna exige, y está a la espera de un nuevo tipo de plan, tanto para la casa como para la ciudad.
Le Corbusier
En la Ciudad de Buenos Aires convivimos a diario seis millones y medio de personas. Todos por igual trabajamos, estudiamos, llevamos a nuestros hijos a la escuela y disfrutamos de las infraestructuras y los servicios que la capital de nuestro país tiene para ofrecernos. Sin embargo, tres y medio millones de ellas son obligadas cada tarde a trasladarse fuera de sus límites para luego de unas horas de descanso volver a ingresar a la Ciudad.
Cada mañana, ni bien cruzan la General Paz, se suman a los vecinos de los barrios residenciales asentados en la periferia de la Ciudad, que también inician su viaje hacia "el centro", un área de escala metropolitana con alta densidad edilicia y baja densidad poblacional, rebozante de vida en los días y desierta de noche en muchas de sus cuadras. De forma inversa, muchos de los barrios ven reducida al mínimo su actividad durante el día.
Esta escena se repite una y otra vez desde mediados del siglo XX, cuando Buenos Aires ya contaba con su población y su fisionomía actual, pero lo cierto es que su conformación es resultado de procesos que vienen actuando desde su nacimiento mismo.
Desde que nuestra Ciudad fuera definitivamente fundada por Juan de Garay, un 11 de junio de 1580, comenzó su desarrollo bajo estrictas normas urbanísticas. Al primer modelo planificador, que en relación con el ordenamiento territorial proponía una grilla en forma de damero cuadricular con una plaza central rodeada de los principales edificios públicos, se fueron sumando con el transcurrir de los años distintas directrices para la urbanización hasta que, en 1925 y bajo la intendencia de Carlos Noel, comienza a regir el plano regulador y de reforma de la Capital Federal, que ya era un verdadero Código Urbanístico en el sentido actual y dividía la ciudad en seis zonas específicas diferentes.
En 1977 entró en vigencia el Código de Planeamiento Urbano que rige hasta nuestros días y que también zonifica el territorio según las actividades que en él se desarrollan.
Pero el zonning, que como puede verse ha sido la constante en nuestro modelo de urbanización, ha producido como resultado una ciudad desintegrada, con grandes distancias que separan las diferentes actividades y el automovil particular como vehículo privilegiado para vincularlas. Las disrupciones en el tejido urbano también son producto de un código que facilita la proliferación de edificaciones de perímetro libre y que, debido a la gran cantidad de confusas fórmulas que se aplican para determinar la constructividad, sacrifica la transparencia.
Por eso hoy nos encontramos impulsando un nuevo Código Urbanístico, que de acuerdo con el Plan Urbano Ambiental de la Ciudad, regulará el tejido edilicio por pautas morfológicas y descartará los indicadores cuantitativos.
Existirán solo 6 alturas (en lugar de 27 como hasta hoy) que respetarán la identidad de los barrios y serán mayores para las parcelas frentistas a avenidas, ya que son estas las que tienen el mayor desarrollo de infraestructura de servicios y transporte público.
Pero la más importante innovación será la implementación del mix de usos, que deja atrás el zonning que nos acompaña desde los orígenes de la ciudad para permitir la convivencia armónica de distintas actividades en todo el territorio.
Vivienda, trabajo, esparcimiento, salud, educación y comercio convivirán en cada barrio, de forma que sus vecinos puedan acceder a todo lo que necesitan en un radio reducido, con el consiguiente ahorro de tiempo, costos e impacto ambiental relacionado con los traslados.
Al dotar de vida urbana a los barrios periféricos se gana también en seguridad. Citando a la reconocida urbanista Jane Jacobs: "Una calle muy frecuentada tiene posibilidades de ser una calle segura (…). La seguridad de la calle es mayor, más relajada y con menores tintes de hostilidad o sospecha precisamente allí donde la gente usa y disfruta voluntariamente las calles de la ciudad".
Generar condiciones de constructividad sin cambiar el carácter de esos barrios, además de mejorar su vida social, va a hacer más eficiente su funcionamiento. La densidad mejora la amortización de las infraestructuras y el costo de mantenimento de los servicios públicos, al repartirse entre más personas.
A decir del sociólogo Manuel Castells: "El espacio físico es la expresión de la sociedad". Pues bien, la ciudadanía ha cambiado y ahora es la Ciudad la que debe acompañar esos cambios, con nuevas centralidades, mayor integración y una densificación ordenada. Para ello necesita un nuevo Código, con el vecino como protagonista.
El autor es legislador de la Ciudad, presidente del bloque Vamos Juntos.