Sobre la Ilustración a pesar de Steven Pinker

Alberto Benegas Lynch (h)

Steven Pinker es más conocido por su teoría materialista del ser humano, lo cual se pone de manifiesto especialmente en su obra Blank Slate (tabla rasa o del latín tabula rasa) y en un apretado resumen de su autoría en Youtube, "On Free Will", donde declara: "No hay tal cosa como libre albedrío" y "no hay espíritu o alma" (psyché en griego, psique) en el ser humano, puesto que "todo se reduce a procesos físicos". En la práctica describe al ser humano como una colección de moléculas, en el cerebro, neuronas y procesos de sinapsis, todo lo cual es independiente de las contribuciones del autor respecto a las formas de adquisición del aprendizaje, de la flexibilidad del cerebro y del contexto evolutivo que aparece en el mencionado libro (naturalmente muy ponderado por los deterministas Richard Dawkins y Daniel Dennett).

La objeción de los "interaccionistas-dualistas" al estilo de los Karl Popper, John Eccles, Max Planck, John Searle, Raymond Tallis, Roger W. Sperry, Antony Flew, Howard Robinson, Richard Swinburne, Wilder Penfield, Konrad Lorenz, Juan José Sanguineti, William H. Thorpe y tantos otros, estriba en el rechazo de Pinker a la mente o los estados de conciencia diferenciados del cerebro, lo cual, como hemos apuntado, da por tierra con el libre albedrío. Como en esta oportunidad centro mi atención en la Ilustración, para el tema anterior remito a mis ensayos y bibliografía correspondiente, pero hay un resumen telegráfico del asunto en la última de mis columnas semanales en Infobae titulada "La fuerza del espíritu humano".

Antes de abordar brevemente el básicamente magnífico libro de Pinker titulado En defensa de la Ilustración, explico la razón del título de esta nota, esto es el porqué de aquello de "a pesar de Steven Pinker". Se debe a que la obra subraya la importancia de la razón y de los necesarios climas de libertad para que prospere, lo cual se contradice con el hecho de negar el libre albedrío, puesto que sin él la libertad se convierte en una ficción. Esto es así en parte porque, como explican los autores citados, los nexos causales en la materia, es decir, aquello que cuenta con estructura molecular, no permite criterios y decisiones independientes de los antedichos nexos (ideas autogeneradas, revisión del los propios juicios, proposiciones verdaderas y falsas). Este es precisamente el sentido del título tan ilustrativo del libro en coautoría del premio Nobel en Neurofisiología John Eccles y el filósofo de la ciencia Karl Popper: El yo y su cerebro (The Self and its Brain), al efecto de mostrar la distinción entre la mente, la psique o los estados de conciencia no material, por un lado, y el cerebro material, por otro.

Contradicción que no es exclusiva de Pinker, hay muchos liberales que han producido y producen notables contribuciones y sin embargo no contemplan la cuestión del libre albedrío. Es curioso que en un edificio el arquitecto no contemple la importancia de los cimientos, puesto que si así fuera la construcción se desploma. Lo mismo ocurre en las ciencias sociales respecto al fundamento de la libertad. Pero el ser humano, limitado e imperfecto, no está exento de contradicciones. Por ejemplo, para citar solo algunos de los grandes pensadores: Arnold Toynbee consideraba que la institución de la propiedad privada es irrelevante, Ludwig von Mises era partidario del servicio militar obligatorio, John Stuart Mill sostenía que en el binomio del proceso producción-distribución se trataba de términos independientes, Karl Popper propugnaba la censura a la televisión, Murray Rothbard era partidario del aborto, Hayek mantuvo la "irrenunciable función monetaria del gobierno" antes de finalmente concluir en la importancia de privatizar el dinero, y así sucesivamente. Cuando en clase doy estos ejemplos y otros, los alumnos me preguntan cuáles son mis contradicciones, a lo cual no puedo responder, puesto que, cuando detecto alguna, intento corregirla, la posteridad eventualmente dirá. En el caso que nos ocupa voy entonces al referido libro de Pinker.

La obra traducida al castellano (Editorial Paidós de Barcelona) tiene 741 páginas, de modo que en una nota periodística no pueden abarcarse todos los tópicos que analiza el autor. Destaco los más importantes. El libro en palabras de Pinker se refiere a "una panorámica histórica del progreso y sus causas" y pretende demostrar que una "lúgubre evaluación de la situación actual es falsa", lo cual se refiere a los notables adelantos en todos los terrenos para que el hombre viva muchísimo mejor que sus ancestros y esto ha ocurrido en la medida en que se han dejado atrás prejuicios, mitos y dogmas para aceptar las conclusiones de la razón y la apertura al conocimiento científico que son los ideales de la Ilustración.

Pero en esta instancia hago dos comentarios. En primer lugar, un punto en el que coincidiría Pinker y es que aquellos conocimientos deben ir acompañados de valores morales de respeto recíproco si se desea progresar, puesto que la tremenda dimensión de los aparatos estatales asfixia la creatividad y la vida pacífica. En segundo lugar, algo en el que conjeturo que el autor no estaría de acuerdo y es que la razón tiene sus limitaciones. Como ha señalado Friedrich Hayek el abuso de la razón conduce a terrenos contraproducentes y al propio estatismo, síntoma que Hayek bautizó como "racionalismo constructivista" (tomo este punto en mi libro Poder y razón razonable).

En este contexto debe notarse que Pinker descree de toda declaración a favor de irreversibilidades o inexorabilidades históricas, puesto que todo depende de lo que los humanos sean capaces de hacer. Solo el marxismo trasnochado es capaz de pronosticar inexorabilidades como el derrumbe del capitalismo (otra contradicción, puesto que si esto fuera así no habría necesidad de ayudar al proceso con revoluciones más o menos violentas tal como propugnan los marxistas). En realidad, Francis Fukuyama, cuando anunciaba "el fin de la historia" con el resurgimiento inevitable de la libertad de mercados a partir de la caída del Muro de la Vergüenza, no hacía más que adoptar un marxismo al revés. Esto lo señala Pinker, puesto que apunta con énfasis: "Me asusta cualquier idea de inevitabilidad histórica".

En cualquier caso, Pinker identifica la Ilustración con el "humanismo, sociedad abierta y liberalismo cosmopolita o clásico" y los mercados abiertos y competitivos, aunque no siempre es consistente y a veces resulta pastoso con los llamados gastos sociales. Pero en lo que atañe a las desigualdades de rentas y patrimonios formula una crítica demoledora a la obra más conocida de Thomas Piketty cuando cita un párrafo clave de ese libro. Así Piketty escribe: "La mitad más pobre de la población mundial es tan pobre en la actualidad como lo era en el pasado, con apenas el 5% de la riqueza total en 2010, al igual que en 1910". A continuación dice Pikety con una lógica implacable (haciendo honor a la Ilustración): "Pero la riqueza actual es infinitamente mayor que en 1910, por lo que si la mitad más pobre posee la misma proporción, es mucho más rica, no igual de pobre".

También Pinker destaca los errores comunes cuando se analiza el tema de la desigualdad al tomar la riqueza como algo estático y no dinámico en cuyo contexto se suelen interpretar las transacciones como de suma cero.

En este sentido, Thomas Sowell (especial aunque no exclusivamente en su libro Wealth, Poverty and Politics) enfatiza que cuando se engloban tramos de riqueza en distintos períodos, no se contempla que no son las mismas personas las que se ubican en los distintos tramos debido a la movilidad social y, por otra parte, subraya que en un mercado libre las posiciones y las diferencias patrimoniales se deben a las preferencias que revela la gente con sus compras y sus abstenciones de comprar. Por último en este tema, Pinker lo cita a Harry Frankfurt, quien concluye que lo censurable no es la desigualdad de riqueza, sino la pobreza. Margaret Thatcher en una oportunidad en el Parlamento inglés dijo que los igualitaristas prefieren un achicamiento del delta en un nivel inferior de riqueza que un delta mayor en un nivel superior de riqueza para todos.

Con mucha razón Pinker afirma: "Los intelectuales que se llaman a sí mismos progresistas odian el progreso" debido a las políticas empobrecedoras que sistemáticamente patrocinan, lo cual consigna en su capítulo titulado "Progresofobia". Claro que hay que ser cuidadoso cuando se ponderan los notables progresos de la humanidad, puesto que si todo fuera así, no habría lugar para la crítica a los desmanes del autoritarismo. Un descuido y los avances de la ciencia pueden utilizarse para conculcar derechos en lugar de protegerlos. Desde luego que hay enormes espacios para el descontento y la crítica, especialmente en estos momentos donde el nacionalismo avanza a pasos agigantados en Europa y en Estados Unidos, para no decir nada de Cuba, Venezuela, Nicaragua y en otos lares Corea del Norte, Siria, Irán, Rusia, buena parte de los países africanos y la China solo abierta para la producción de bienes en algunas zonas pero totalitaria en las libertades civiles (un trade off nefasto para el oxígeno que requieren las autonomías individuales).

Tampoco cabe la necesidad del progreso automático indefinido tal como sostenían en el siglo XVIII Joseph Priestley y Richard Pierce. Decían que habiendo libertad el progreso se daría por añadidura. La libertad sin duda es una condición necesaria, más no es suficiente. Si el hombre no se respeta a sí mismo y se degrada a la condición de la bestia, no hay progreso. El ensanchamiento de la conciencia moral está también inmerso en el proceso evolutivo, la regresión es posible si, por ejemplo, los humanos deciden drogarse hasta perder el conocimiento o deciden degenerarse y adoptar hábitos y costumbres repulsivas. La civilización es un tránsito permanente, no un puerto de llegada, estamos siempre en proceso.

En esta línea argumental Pinker atribuye un peso desmedido a la validez de "las pruebas empíricas" que, como explica Morris Cohen, esa misma afirmación no es convalidada empíricamente y Popper enseña que nada en la ciencia es verificable, ya que todo conocimiento es solo corroborable provisoriamente y sujeto a refutaciones. Hay sin embargo un enfoque compatible con el individualismo metodológico en Pinker al destacar: "Son los individuos, no los grupos, los que son sintientes: los que sienten placer y dolor, satisfacción y angustia", lo cual se opone a las visiones convencionales en cuanto a antropomorfismos del tipo de "la nación piensa", "el pueblo prefiere" o "la sociedad decide".

Hay en este análisis una interpretación común sobre la racionalidad con la que Pinker concuerda. Surge cuando escribe: "Muchos autores actuales confunden la defensa ilustrada de la razón con la tesis inverosímil de que los humanos son agentes perfectamente racionales". Nos parece que Pinker interpreta erradamente la noción de racionalidad, puesto que, como señala Ludwig von Mises, salvo los actos reflejos, todos los actos humanos son racionales, lo cual no quiere decir que estén acertados: la medicina de antaño era racional, pero se demostró equivocada en muchos aspectos y así con todas las ramas del conocimiento.

Finalmente, Pinker elabora sobre temas tales como los peligros del populismo para la democracia, la calidad de vida, la felicidad y el medio ambiente. Respecto a este último tema es del caso tener en cuenta los fraudes estadísticos que rodean a asuntos como el calentamiento global denunciados especialmente por el premio Nobel en Física Ivar Giaever, el cofundador y primer CEO de Weather Channel, John Coleman y el ex presidente de Greenpeace de Canadá, Patrick Moore. El libro de Pinker constituye una fértil contribución, pero, como se ha señalado reiteradamente, la rama principal del liberalismo clásico proviene de la escuela escocesa mucho más modesta en cuanto a la razón y sus alcances, en consonancia con las advertencias de Hayek en la materia.

El autor es Doctor en Economía y también es Doctor en Ciencias de Dirección, preside la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires y es miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas.