La batalla de Buenos Aires

Guardar

Podría ser el título de una película épica, ambientada en alguna gran guerra. Con John Wayne, Kirk Douglas o Charlton Heston como protagonistas… Sin embargo, hace algunas horas, solo la imaginación de Hollywood podría haber concebido a un grupo de argentinos "combatiendo" con elementos de la Edad de Piedra contra otros compatriotas que, hasta ese momento, no habían presentado batalla.

Un bando estaba integrado por simpatizantes del club River Plate. El otro, por los jugadores de su rival, Boca Jrs. El escenario bélico: el estadio Monumental de Núñez y sus adyacencias. La emboscada fue artera y cobarde. Las consecuencias pudieron ser peores. Ni siquiera una ambulancia llevando a uno de los heridos al hospital se salvó: tuvo que ser escoltada por más de una docena de motocicletas policiales. ¡Hasta en las guerras convencionales se respeta la cruz roja de las emergencias!

En el medio, como si se tratara de fuerzas de ocupación en un país en guerra civil, fratricida, uniformados de todos los colores intentaban vanamente poner punto final al desquicio.

El "combate", irracional y enfermizo, fue matizado por "danzas tribales", con un cerdito —de carnicería, listo para asar— como víctima. Y una madre colocándole bengalas en el abdomen de su pequeño hijo, como si fuera un terrorista de ISIS.

Luego, cuando la calma, aunque no la racionalidad, volvió a reinar transitoriamente, comenzaron los intentos de explicar el caos.

Una ciudad en guerra por un partido de fútbol. Dirigentes-empresarios desesperados por los contratos multimillonarios de transmisión internacional de TV, publicidad, gastos de satélite, etcétera, que peligraban. Políticos consultando sus oráculos (encuestas, sondeos, redes sociales). Los canales de televisión en cadena nacional. Los psiquiatras revisando sus tesis de graduación universitaria.

Lo primero. Lo más sencillo. Lo de manual: encontrar un culpable a quien crucificar. A quien hacerle pagar los costos políticos. A quien medir en encuestas de opinión y sondeos de imagen para analizar su caída.

Otra obviedad: responsabilizar a los uniformados y a quienes diseñaron el operativo de seguridad. Como si se tratara del Día D, el célebre desembarco de los aliados en Normandía, el 6 de junio de 1944. "¡Esta caleta no fue debidamente vigilada!". "¡La cabeza de playa no fue lo suficientemente sorpresiva!". "¡La compañía C no estuvo a la altura de las circunstancias"!

Está claro que los diseños de los operativos de seguridad y el desempeño de los efectivos que deben llevarlos a cabo son motivo de análisis y críticas. Eventualmente, también podrían ser investigados y sancionados sus responsables. Pero, en la "batalla de Buenos Aires" primó la locura, la desmesura, lo grotesco, lo absurdo.

Las fuerzas de seguridad, desde la restauración democrática, en 1983, vienen sufriendo un hostigamiento multidireccional. Lenta, pero muy lentamente, se intenta devolverles su dignidad y respeto. Todavía siguen recibiendo directivas contrapuestas, algunas absurdas, como la de no actuar frente a agresiones en la vía pública.

Los criterios judiciales también son equívocos y, muchas veces, arbitrarios frente a la actuación de los uniformados. Se sigue hablando de la actuación policial, del operativo de seguridad, de los responsables políticos, de los costos… Poco se ha dicho de los psicópatas que están sueltos, entre todos nosotros.

El autor es fiscal del Ministerio Público.

Guardar