El fracaso del Boca-River: un serio problema político

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El fracaso del Boca-River comenzó a vislumbrarse hace más o menos un mes cuando, una mañana de viernes, mediante un breve mensaje difundido por Twitter, el presidente Mauricio Macri anunció su decisión de que la serie se jugara con hinchada visitante.

En pocos minutos, su voluntad quedó desautorizada por dos de sus hombres de confianza: Daniel Angelici, el que lo sucedió en Boca Juniors, y Horacio Rodríguez Larreta, el que lo sucedió en el Gobierno de la Ciudad. Para entonces, las relaciones entre Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich ya estaban muy dañadas producto de fuertes divergencias sobre cómo proceder ante grupos políticos rebeldes en manifestaciones y cortes de calles. Ese cortocircuito marcaría las semanas previas al episodio de ayer.

Desde ese momento, se produjeron los siguientes hechos:

-Los clubes y el Gobierno de la Ciudad impusieron su voluntad de que se jugara sin visitantes.

-Durante el partido de ida, el ómnibus que llevaba al equipo de River Plate fue apedreado por simpatizantes de Boca Juniors.

-En ambos partidos, la venta de entradas por internet duró unos pocos segundos. Inmediatamente apareció la reventa a un precio por entrada que multiplicaba por diez al original.

-Dos franceses intentaron entrar a la bombonera con entradas apócrifas. Cuando la policía les preguntó su origen, respondieron: "Nos las dio un señor que se llama Di Zeo". Se trata de Rafael Di Zeo, el jefe de la barra brava de Boca, un ex detenido que es protegido por Daniel Angelici, el presidente del club.

Días antes del partido de revancha, fue detenido el jefe de la barra brava de River, con cuatro millones de pesos en su poder y otro talonario de entradas.

-El partido revancha fue precedido por un grave hecho de violencia que, en principio, no tiene que ver con el superclásico pero demuestra quién tiene autoridad y quién no en el terreno del fútbol. Sucedió el martes luego de que Atlanta ganara en la cancha de All Boys. La barra brava del club local, dominada por una banda de conexiones con los narcos, atacó al puñado de hinchas visitantes y destrozó parte del club. Cuando llegó la policía, fue corrida por los violentos y debió retirarse de manera humillante del lugar.

-Dos días después, el Club Atlético Boca Juniors convocó a su hinchada para un Bombonerazo. La ministra de Seguridad del Gobierno nacional, Patricia Bullrich, estaba espantada ante el hecho de que se organizara una concentración de decenas de miles de personas sin haber realizado un operativo de seguridad serio. A tal punto fue así que lo hizo saber a través de las pantallas de Todo Noticias, y retiró a sus dos veedores de la Bombonera. La desconexión entre las fuerzas de seguridad nacionales y locales era absoluta, pese a que sus jefes políticos pertenecen al mismo sector.

-El desmanejo de la situación llegó hasta el día de ayer. Lo lógico en un operativo de seguridad es que se anticipen las hipótesis sobre por dónde puede estallar un conflicto. Como mínimo, es una exhibición de impericia gigantesca que el micro con los jugadores de Boca atraviese un sector donde hay miles de hinchas de River, sin haberlo liberado previamente. Sería bueno conocer el nombre del responsable de esa decisión que estuve a un tris de teñir al país de luto.

Una mirada ingenua sobre lo que sucedió sostendría que todo se puede explicar por una torpeza de quien dirigió el rumbo del colectivo de Boca, combinada a la enfermedad de un pequeño grupo de hinchas de fútbol: el lugar común que le adjudica estos problemas a "los inadaptados de siempre".

Sin embargo, esos hechos se produjeron en un ambiente caldeado, en el cual una chispa podía encender la hoguera. Ese contexto, en cierta medida, puede explicarse por la manera en que funciona el fútbol en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Para entenderlo, basta comparar con lo que sucede en la provincia, un territorio mucho más peligroso. Allí, desde la asunción de María Eugenia Vidal, se libra una batalla muy dura y valiente contra las barras bravas. Han caído detenidos barras de Independiente, Banfield, Temperley, Almirante Brown, Laferrere, Tristán Suárez, e incluso de facciones locales de Boca y de River que habitan en el Conurbano. Eso no solo desactivó gran parte de la violencia, sino que, además, puso a los barras a la defensiva porque quedó claro que habían perdido el respaldo político: había jueces, fiscales y policías investigándolos, con órdenes de no transar.

En la Ciudad ocurrió exactamente lo contrario: se siguió la política pre 2015. Las barras seguían relacionadas con personajes poderosísimos, aunque ya no pertenezcan al kirchnerismo, sino al macrismo. Un rol clave en este proceso es el que juega Daniel Angelici, que controla a Boca, a gran parte del aparato de seguridad del Gobierno porteño y a una parte de la Justicia local. Así, las barras de su club y, por ende, del resto de los clubes, tienen protección para seguir imponiendo sus códigos y multiplicar sus negocios. Nadie combate en la Ciudad a las barras de River, Boca, San Lorenzo y de los equipos menores. Cuando algún periodista le preguntaba sobre esto a Horacio Rodríguez Larreta, el jefe de Gobierno, respondía: "No ha habido incidentes en el fútbol en los últimos años". Los episodios de los últimos tiempos demuestran que es un enfoque equivocado: las peleas que no se dan, es seguro que, tarde o temprano, se pierden.

Todo este proceso ha contribuido a golpear al ya debilitado Mauricio Macri. La Argentina que él heredó tenía muchos problemas. Ahora quedó evidenciado que hay uno más que no supo, no quiso o no pudo resolver: el de la violencia en el fútbol. Encima, ocurrió durante el partido más importante de la historia del fútbol argentino. Quiso imponer un criterio, que fue desautorizado, sus colaboradores se pelearon entre sí, sus sucesores convocaron a actos masivos de manera muy imprudente, no pudieron garantizar un operativo de seguridad razonable.

El Presidente ha sobrevivido a desafíos importantes y, aun con problemas, salió relativamente airoso de ellos. Lo que ocurrió ayer fue escalofriante. Lo mismo se puede decir de lo que sucedió el jueves en la Bombonera y el martes en la cancha de All Boys.

No es necesario hacer una encuesta para saber cómo afecta esto a la imagen del Gobierno: es, en cualquier caso, el menor de los problemas.

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