George Marshall, ¿un héroe olvidado?

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A pocos días del inicio de la histórica reunión del G20 en la ciudad de Buenos Aires, resulta ilustrativo rememorar la situación internacional en la que hace setenta años se gestara el llamado Plan Marshall, que fue un instrumento de gran ayuda para la reconstrucción económica y social de Europa Occidental tras la tragedia producida por el régimen nazi dirigido por Adolf Hitler.

Las estadísticas sobre las pérdidas humanas y económicas ocurridas como consecuencia de los 2.191 días que duró la Segunda Guerra Mundial (iniciada el 1º de septiembre de 1939 con la invasión de Alemania a Polonia y finalizada con la firma de la rendición del Emperador japonés Hiroito el 2 de septiembre de 1945), son realmente devastadoras.

El consenso de los historiadores determina una cifra que oscila entre 45 y 50 millones de muertos, la mitad fueron civiles, alcanzando los 100 millones la cantidad de heridos. Se estima que la Unión Soviética tuvo 20 millones de víctimas fatales, mientras que Alemania y Polonia padecieron alrededor de 7 y 6 millones de muertes. Las bajas inglesas, francesas e italianas rondaron un promedio, en cada caso, de medio millón de personas. A su vez los países que tuvieron mayor cantidad de deportados, entre 12 y 15 millones, fueron Rusia y Alemania.

Un militar 5 estrellas convertido en político

George Marshall nació el último día del año 1880 en una pequeña ciudad de Pensilvania y a los veinte años se graduó en el Instituto Militar de Virginia. Posteriormente, durante la Primera Guerra Mundial, fue enviado a Francia por la administración del presidente Woodrow Wilson, quien gobernó Estados Unidos durante dos mandatos entre 1913 y 1921.

A partir de 1917, cuando el mandatario demócrata se involucró directamente en el conflicto bélico, Marshall comenzó a trabajar como asistente principal del jefe del Ejército norteamericano, el general John J. Pershing, referente militar de los futuros generales Dwight Eisenhower y George Patton.
Marshall fue ascendido a coronel en 1933 durante la presidencia de Franklin Roosevelt, y tres años después alcanzó el grado de general. En simultáneo con el inicio de la contienda en 1939, Roosevelt designó a Marshall como Jefe del Estado Mayor del Departamento de Guerra.

Fue a partir del bombardeo japonés en Pearl Harbour, ocurrido en diciembre de 1941, cuando el general Marshall decide nombrar a Eisenhower como Comandante Supremo del ejército aliado en Europa. En tal carácter, viaja a Inglaterra a principio de 1942 donde toma contacto con su par inglés, Bernard Montgomery, para planificar la estrategia conjunta que finalizaría dos años después, en junio de 1944 con el desembarco de las tropas aliadas en las costas francesas de Normandía.

El propio Winston Churchill consideró a Marshall el gran organizador de la liberación europea del nazismo a pesar de haber mantenido profundas diferencias con el presidente Roosevelt sobre la estrategia más conveniente de los Aliados para llevar adelante la avanzada continental contra las fuerzas de ocupación alemanas.

Finalizada la guerra, y tras la muerte de Roosevelt en 1945, su sucesor Harry Truman envío a Marshall a China para intentar lograr un gobierno de coalición entre las facciones nacionalistas y comunistas, éstas últimas al mando de Mao Zedong, objetivo que no pudo alcanzar.

De regreso en Washington, el primer mandatario nombra a Marshall como secretario de Estado en enero de 1947, cargo que mantendrá hasta enero de 1949, y que utilizara para llevar adelante el llamado "Plan Marshall" de reconstrucción europea que le valió la obtención del Premio Nobel de la Paz en 1953.

En junio de 1947, durante un discurso pronunciado en la Universidad de Harvard, Marshall presentó los lineamientos políticos de su plan. "Es lógico", dijo el entonces secretario de Estado, "que los Estados Unidos hagan lo que sean capaces de hacer para ayudar a la recuperación de la normal salud económica en el mundo, sin la cual no puede haber estabilidad política ni paz asegurada. Nuestra política no se dirige contra ningún país, pero sí contra el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos. Cualquier gobierno que esté deseando ayudar a la recuperación encontrará total cooperación por parte de los Estados Unidos de América".

En tanto, el subsecretario de Estado Dean Acheson afirmaba que con 8 mil millones de dólares de superávit promedio, los Estados Unidos deberían implementar una política de ayuda planificada para facilitarle un rápido desarrollo a las principales economías europeas devastadas tras el final de la guerra.

Stalin dice no a la ayuda norteamericana

El Plan Marshall se desarrolló desde el 1º de abril de 1948 (al día siguiente fue convertido en ley por el presidente Truman) hasta el 30 de junio de 1952. En los meses previos del lanzamiento del plan, las exportaciones norteamericanas a los principales países de Europa, excluyendo a Rusia, alcanzaban los 5.700 millones de dólares, mientras que las importaciones rondaban los 840 millones de dólares.

Por su parte el dictador Josef Stalin rechazó de plano adherir a la propuesta de George Marshall por disentir básicamente con la estrategia geopolítica esbozada por el principal asesor de planificación política del Departamento de Estado, George Kennan, el famoso creador de la estrategia de contención soviética durante los inicios de la Guerra Fría, que falleciera en 2005 a los 101 años de edad.

Josef Stalin
Josef Stalin

En 1949, Kennan publicó un documento reservado dirigido al secretario de Estado Dean Acheson en el que sostenía que "a largo plazo sólo existen tres posibilidades para el futuro de Europa Occidental y Central: una es caer bajo la dominación de Alemania. Otra es caer bajo la dominación rusa. La tercera es una Europa federada, dentro de la cual Alemania sea absorbida y la influencia del resto de los estados sea lo suficientemente fuerte como para mantener a Alemania en su sitio". Para Acheson debería ser el gobierno francés el encargado de integrar a la República Federal de Alemania al corazón de la Europa Occidental.

Los 16 países incluidos en los préstamos norteamericanos por 13.500 millones de dólares (que alcanzaban los 274 millones de habitantes en 1948), fueron: Inglaterra; Francia; Italia; República Federal de Alemania; Holanda; Bélgica; Suiza; Austria; Grecia; Luxemburgo; Suecia; Dinamarca; Noruega; Turquía; Islandia y Portugal. Tanto Polonia como Checoslovaquia comunicaron su interés en participar del plan pero la negativa rusa sepultó los deseos de ambos países del bloque oriental de contar con los desembolsos del mismo.

El caso de España tuvo su particularidad, ya que no fue invitada a adherirse a las organizaciones internacionales surgidas tras el final de la guerra por la naturaleza autoritaria del régimen dictatorial encabezado por Francisco Franco, simpatizante de los gobiernos del Eje entre 1939 y 1945. Finalmente y a instancias de los Estados Unidos, España ingresó como miembro de las Naciones Unidas en 1955.

La ayuda financiera destinada a la reconstrucción europea fue fijada y autorizada sucesivamente por el parlamento de los Estados Unidos, y los flujos se canalizaban a través de la Organización Europea para la Cooperación Económica (OECE) que había sido creada el 11 de abril de 1948 y sirviera como antecedente de la llamada Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), instituciones ambas inspiradoras de la futura Unión Europea.

La OECE estimaba como objetivo prioritario de largo plazo el aumento de la productividad en los diferentes sectores económicos de sus países miembros, lo que llevó en marzo de 1953 a la creación de la Agencia Europea de Productividad. El modelo de gestión y producción de las pujantes empresas norteamericanas fue tomado como referencia en las principales ramas de las industrias europeas.

En paralelo a la creación y desarrollo del Plan Marshall se crearon otras organizaciones que tuvieron una enorme influencia en el marco de la naciente Guerra Fría. En septiembre de 1947 el presidente Harry Truman promulgó la Ley de Seguridad Nacional que dio nacimiento a la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Casi dos años después, en abril de 1949, se constituyó la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), siendo sus países firmantes originales Canadá, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Dinamarca, Islandia, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Noruega y Portugal.

El 18 de abril de 1951, a instancia del Ministro de Relaciones Exteriores de Francia Robert Schuman, se firmó en la capital francesa el Tratado de París, por el que se creó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA). Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo fueron sus miembros fundadores. Seis años después, el 25 de marzo de 1957, se firmó uno de los Tratados más importantes del siglo XX: el Tratado de Roma, constitutivo de la Comunidad Económica Europea (CEE), y de la Comunidad Europea de la Energía Atómica (EURATOM).

Los beneficios económicos y sociales del Plan Marshall para el despegue de las principales potencias europeas fueron innegables, como así también para los Estados Unidos que emergieron en la década del '50 como la gran potencia económica y militar mundial.

Mientras tanto, la Unión Soviética con su economía planificada, cerrada a la competencia y con un enorme presupuesto para la defensa, se mantuvo a flote durante cuatro décadas, hasta que en el año 1989 comenzaron los movimientos políticos de los países del bloque socialista que culminaron con la caída del Muro de Berlín, y la posterior reunificación de Alemania en 1991.

Una de las descripciones más agudas de ese momento histórico fue expresada por el filósofo alemán Ernst Nolte cuando sostuvo que "la Guerra Fría acabó en el momento en que el Secretario General del Partido Comunista Soviético, Mikhail Gorbachov, afirmó que su Partido no se sentía en absoluto portador de la verdad".

Por su parte, Theodore Sorensen, ex consejero político de John F. Kennedy, señaló que "como el afortunado ganador de la lotería, el gobierno estadounidense, a la mañana siguiente de la imprevista caída del comunismo, no sabe qué hacer".

El mapa mundial presenta hoy enormes desafíos frente al supuesto "Mundo Feliz" que parecía emerger en la última década del siglo XX: la posverdad, la tragedia humanitaria venezolana producida por la dictadura de Nicolás Maduro, la catástrofe del narcotráfico en México y los debates no resueltos sobre los efectos del cambio climático configuran una agenda negativa común que inflama la vena autoritaria de los líderes que aborrecen al sistema republicano como la mejor forma de gobierno.

Lo dijo con su claridad habitual el filósofo francés Bernard Henri-Levy: "El populismo es la única reacción de las democracias frente al pánico que las domina y la desbandada que las amenaza. La primera y última frase del populismo es la de sálvese quien pueda".

Ricardo H. Bloch es Socio Fundador de RHB Consultores.

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