La literatura de Ciencia Política plantea que el diseño institucional de los presidencialismos latinoamericanos se copia o asemeja al sistema de frenos y contrapesos de la Constitución de Filadelfia que pensaron los federalistas norteamericanos. Más allá de su diseño, el funcionamiento de este sistema es producto de la dinámica de los partidos. En consecuencia, el problema del presidencialismo latinoamericano no es su diseño, sino el sistema de partidos.
El presidencialismo estadounidense es hijo de las instituciones que los ingleses exportaron y allí se readaptaron y definieron. La monarquía británica era ya una monarquía limitada, parlamentaria. No había poder absoluto. La española, por el contrario, era una monarquía absoluta, centralizada y centralista. Entre el absolutismo monárquico y la monarquía limitada hay tanta distancia como entre el presidencialismo latinoamericano y el norteamericano.
Los norteamericanos, desde su nacimiento, eran conscientes de la necesidad de limitar el poder, de debatir, de participar. Los gobiernos locales fueron escuela de ciudadanía. En contraste, América Latina conoció la concentración de poder en monarcas, virreyes y caudillos que se transformaron en dictadores supremos. Individuos a los que se les otorgó la suma del poder público, sin debate ni participación.
En Paraguay, en los albores de la independencia gobernó el doctor Francia (José Gaspar Rodríguez de Francia), también conocido como "dictador perpetuo". En Venezuela, el ejercicio vitalicio del poder resalta en la historia de la mano de Hugo Chávez y también de Nicolás Maduro, y la condena a un desgarramiento que parece no tener fin.
La Nicaragua de Daniel Ortega, la intención de Rafael Correa y de Evo Morales, y de tantos otros presidentes, gobernadores o intendentes que, cuales monarcas, no tienen o no han tenido la intención de dejar el poder, desoyendo la advertencia de Bolívar en su discurso de Angostura de 1819: "La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía."
Nuestros presidentes son herederos de esta tradición caudillista y autoritaria: en esta clave podríamos leer, o quizás hasta entender, el triunfo de Jair Bolsonaro. El presidencialismo transita recurrentemente la tensión de todo un sistema y una sociedad que penden sobre él. La tentación autoritaria, ahora hija de la legitimidad que dan las urnas, está a la vuelta de la esquina.
Los partidos políticos recurren en la oposición a una política de superoferta. Ofrecen atajos económicos que saben imposibles e inviables si estuvieran en el ejercicio del poder porque los recursos son siempre escasos. Son irresponsables, no construyen democracia, la vapulean.
Los partidos son necesarios en los procesos de consolidación democrática. Son vehículos imprescindibles. Pero la clave, el principio rector de la democracia, como decía Guillermo O`Donnell, es la ciudadanía. De nosotros depende, entonces, la fortaleza de nuestra democracia. La sociedad civil y los partidos políticos cumplen un rol fundamental. Ambos tienen la obligación de respetar y consolidar una democracia republicana. Esta tarea sigue aún hoy pendiente.
La autora es profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de la USAL.