Aerolíneas vuela bajito, como el país

(Foto: Agustín Marcarian)

Según su balance de 2017, todavía difícil de encontrar publicado, Aerolíneas Argentinas perdió 310 millones de dólares en ese ejercicio. Los "apenas" 80 millones de dólares de subsidios de que habla el ministro Dietrich no reflejan con justeza la dimensión de los resultados. Lo que tarde o temprano soportará a full el contribuyente será el total de pérdida, no sólo los subsidios. De todos modos, ya se anticipa que ambas cifras serán superiores este año, por diversas excusas y cuestiones exógenas que la afectan, como el precio del combustible y los salarios y prebendas de sus empleados y proveedores. Todos los errores y fracasos son siempre exógenos en el lenguaje oficial.

El paro del jueves y el enojo consecuente de los usuarios sirve para recordar a la sociedad todos los despropósitos que se ocultan (sic) en esta pseudoempresa. Lo de "pseudo" se entiende recurriendo a la RAE, que determina como condición para denominarse empresa la existencia de riesgo, algo que no ocurre en este caso, salvo que por riesgo se entienda el que asume a su cargo quien paga impuestos y el maltratado pasajero.

También el paro sirvió para que el ministro Dietrich saliera a garantizar que no está en carpeta la privatización de la empresa. Habrá que suponer que tácitamente tampoco su cierre. Y también fue útil para confirmar que los directivos de la compañía no están en control de la misma, en manos de sus gremios y sus mafias con varios formatos.

Por supuesto que tampoco se realizó denuncia penal alguna por la alevosa toma de los espacios aeroportuarios que pertenecen a la empresa, el incumplimiento de un servicio público vital y otros daños contingentes y correlativos. Paradojalmente, el concepto sacrosanto del servicio público es esgrimido cada vez que le conviene a algunos de sus gremios, entre los que se destaca el de los pilotos, verdadero socio mayoritario de la pseudoempresa -en los ingresos.

Pero esta nota no intentará profundizar el caso de la aerolínea de bandera, obsoleta bandera -la redundancia es deliberada – que hacen flamear sus ocupas gremiales, que bien podría ser negra, con una calavera y dos tibias cruzadas, simbólicamente. El objeto del artículo es tomar este caso de estudio y proyectarlo a todo el gasto creciente del Estado, su ineficacia y su corrupción. Y la sistemática incapacidad de los gobiernos, el actual incluido, para descartar un modelo anquilosado que está llevando otra vez al país a la quiebra.

La soberanía, la supuesta defensa de los intereses nacionales, la falsa defensa de las fuentes de trabajo, la apelación también falaz a la pobre gente que se quedará sin empleo y sin ingresos si se elimina algunos de estos focos de desmanejo, (y de negocios fenomenales para privados y sindicalistas) justifican la perdurabilidad de estos engendros. Cada una de estas usinas de ineficiencia económica y fetidez ética están llenas de estos argumentos. Y por supuesto, en el momento clave se presiona al gobernante de turno para que pronuncia las palabras mágicas: "no se privatizará, no se cerrará, no se reducirá".

El paso siguiente es la eliminación o limitación de la competencia por mecanismos varios, algunos de los cuales se han hecho archiconocidos gracias a ese máster en corrupción que son los cuadernos. En el caso de Aerolíneas el sabotaje gremial con ese propósito ha sido evidente.

Otro punto en común en todo el gasto inútil es el modo en que suele virar la voluntad de los funcionarios, que como los hurones, terminan amichándose con las ratas, salvando las distancias, y declarando que "se ha avanzado muchísimo en la tarea de hacer más eficiente"… y aquí viene el nombre de la empresa, ministerio, gasto o subsidio de turno. El observador no puede menos que preguntarse si esa explicación es creída por quien la dice o es sencillamente una mentira política más.

El sabotaje es una práctica habitual, como se ha visto en los casos de las low cost, cuyos costos fueron encarecidos y sus tareas complicadas por todo el sistema aeronáutico, que las transformó en parias y a veces en inviables, o las ahuyentó. También se utiliza la huelga, el paro, el piquete y la toma, cuando se oponen instrumentos legales o actuaciones judiciales contra los negociados e intereses mafiosos. Por supuesto que siempre en nombre de la seguridad, como se ha visto en los subtes, o en nombre de la sagrada educación de los niños, como se ve en la enseñanza.

Lo que se logra es convalidar y aumentar el gasto, parar toda lucha contra la corrupción, la eficiencia y satanizar la vocación de servicio y anular hasta los intentos de pretender que los empleados cumplan sus horarios, no ya que trabajen. Y por último, vía la propia sociedad adormecida por la prédica tanguera, se amedrenta a los funcionarios que deberían no sólo hacer más eficaces estos entes, órganos, funciones o reglamentaciones, sino eliminarlos.

Esto no es nuevo. Los terribles coroneles del Proceso, que eran destinados en los sindicatos para destruirlos, terminaban siendo sus mayores defensores y hablando de la patria, la invasión externa y el trabajo argentino, lenguaje que no les resultaba desconocido a los herederos del fascismo. Y lo mismo pasaba con los funcionarios de pistola a la cintura que supuestamente bajarían el gasto, la corrupción y la ineficiencia a sangre y fuego, que terminaron consolidando y encareciendo el modelo demagógico de gasto y déficit.

Cada ministerio, cada secretaría, cada Conicet, cada Televisión Pública, cada empresa del Estado, cada plan de subsidios, cada impuesto, cada burocracia, y por último cada obra pública, es una reproducción de Aerolíneas. En sus tramas internas ocultas, mafiosas, negativas, caras, con sueldos altos en cargos bajos, y millonarios en cargos altos, repartidos convenientemente entre políticos multipartidarios o sus protegidos. Y cubriéndolo todo, como salvoconducto de última instancia para asegurar la continuidad eterna, está la justicia, que se ocupa de que, cuando algún funcionario hace lo que debe hacer, su accionar o no accionar lo desvirtúe. El caso del delito en las calles no es nada más que un ejemplo, que se reproduce en los robos de guante blanco y en toda la administración de todas las jurisdicciones del país. Lo mismo, pero con mayor gravedad y más millonarios, se aplica al narco, la verdadera entrega nacional.

Y si ese multimecanismo falla, entonces la sociedad adormecida por la prédica suicida del gramscismo de la corrección política, tiende a tolerar y justificar todas las ineficiencias, los chantajes, los sabotajes y las ocupaciónes y roturas del monopolio del orden social, bajo el lema, "si no los dejás te incendian el país". Que equivaldría en este caso a decir: "si no los dejás, te paran todo el tráfico aéreo" o "todo el tráfico de camiones".

Se trata de una estructura única. Como un ADN y un ARN que se comportan siempre del mismo modo y se retroalimentan y reproducen. Una jutificación social falaz, en este caso "Aerolíneas viaja a donde otros no vuelan", un sistema legal que impide los despidos y hasta la eficacia, un esquema sindical que garantiza sueldos altos, inmunidad, privilegios, y que se asocia siempre con la corrupción. Funcionarios con poco conocimiento del área o tarea, muchas veces con afán de enriquecimiento, o simple necesidad de poder y boato, que conceden para no poner en riesgo su puesto o su negocio. Y trabajadores, honestos o no, presos de los sindicatos y gozando de su comodidad laboral sin exigencias. Un corso de contratistas y proveedores machihembrado con el resto, viviendo de la savia de las licitaciones y los arreglos. Todo rodeado del tegumento de un sistema legal entre permisivo y cómplice, o al menos comprable. Y cuando todo falla, el chantaje del paro o la huelga. Siempre en nombre de los servicios esenciales. Y si algún loco osara enfrentarse a la cadena de proteínas del estatismo, aparecerían los sensibles, los militantes o la intifada, para meter el miedo a que el país sea incendiado.

"Lo que es bueno para General Motors es bueno para Estados Unidos", rezaba un proverbio emblemático americano que sintetizaba la importancia de la empresa privada en su sociedad. El lema local bien podría ser: lo que es bueno para ésta Aerolíneas, es malo para el país.

Cabe preguntarse si efectivamente hay voluntad en los funcionarios específicos y aún en el Poder Ejecutivo para romper estos formatos. Pero antes de hacerlo, es bueno entender cuál es el la cadena de aminoácidos a la que se enfrentan, más allá de que tengan la convicción y la voluntad de hacerlo. Queda fuera el Congreso, porque diariamente queda claro que no tiene nada que ver con la sociedad, salvo para coimearla con pequeñas concesiones a su rebeldía, sus veleidades y sus sueños imposibles de felicidad a quienes no pueden alcanzarla por sí mismos y necesitan una ley que se la garantice. ¿Los funcionarios y el Congreso estarán compuestos del mismo ADN?

Aerolíneas, que se volvió a recordar con la asonada del jueves, sólo es un eslabón más de esa repetitiva cadena del ADN del estatismo, el populismo, el sindicalismo y la corrupción empresario-política. Y esa es la mejor explicación de por qué el gasto no bajará, y por qué nos iremos a la quiebra.