Hoy por hoy, en la Argentina el debate se concentra en la recesión. Las tasas de interés en niveles siderales, consiguieron la "pax cambiaria" en un momento en el que a la política monetaria ya no le quedaban grados de libertad. Controlando la base monetaria "a la antigua usanza" y cediendo el control de la tasa de interés, el objetivo era aumentar el atractivo de los pasivos emitidos en pesos (enfriar la "fiebre del dólar") y responder por las ya conocidas consecuencias: la "muerte clínica" de la inversión real de las empresas, el consumo de las familias, la demanda agregada y el crecimiento económico.
Un repaso puede ayudar. El flujo macroeconómico de bienes y servicios, la esencia vital de la actividad económica, se organiza a partir de una producción anual que paga ingresos a quienes participan (asalariados, rentistas o empresarios), los que, a su vez, compran en el mercado esa manufactura. Todo parece sencillo e incluso friendly (como en el mundo de Los Pitufos). Según los pensadores fisiócratas Mercier de La Riviere y Francois Quesnay, "nadie es un comprador sin ser al mismo tiempo un vendedor" y "todo lo que se compra se vende y todo lo que se vende se compra" mientras que, para el exponente de la escuela clásica, Jean Baptiste Say, "los productos se pagan con productos" y, por lo tanto, "toda oferta crea su demanda" (Blaug, 2001). Los estudios resumidos en estas citas, constituyeron contundentes genialidades del Siglo XVIII (tanto que aún se los suelen defender con vehemencia en algún canal de televisión). En pocas palabras, esos notables autores mostraron al mundo un circuito económico en el que la venta de un bien permitía la compra de otros productos o servicios. ¿No es acaso lo que se hace a diario? Sí, claro. la venta se asocia con un ingreso que dará poder de compra para mantener cierto nivel de vida. Todo parece maravilloso pero se omite algo: el rol que cumplen el dinero y las tasas de interés, especialmente cuando la economía está integrada a la globalización financiera.
Si sólo se utilizara un bien como medio de pago para comprar otro bien (trueque) o si el dinero se empleara únicamente para adquirir bienes y servicios, Jean Baptiste Say tenía (y siempre tendrá) toda la razón del mundo. El Banco Central (BC) sólo se debería concentrar en controlar la cantidad de dinero para que ni la inflación, ni la recesión se apoderen del bienestar económico social. Sin embargo, cuando el dinero empieza "a quemar en las manos" de inversores ansiosos por preservar el bienestar de muchas de sus generaciones futuras (tal como sucede desde que Estados Unidos abandonó el Patrón Oro en 1971), comienza una incansable búsqueda de arbitraje (comprar barato para vender caro) de divisas escasas y todo otra forma de pasivo financiero rentable en el mercado local e internacional para realizar ganancias rápidas y seguras (en la Argentina lucen las LEBAC, LELIQ, LECAP y LETES). En este escenario movido, "la aldea pitufa" pierde toda su armonía y las contribuciones de Say ya no son suficientes para una explicación completa.
Las altas tasas son la “muerte clínica” de la inversión real, el consumo, la demanda agregada y el crecimiento
En la actualidad (y tal como sucedió desde abril de este año), cuando el dólar se dispara por cualquiera de las múltiples formas adquiridas por los excesos de demanda en el mercado de cambios (caída de la oferta por una sequía, por ejemplo y/o demanda pujante de individuos, bancos y fondos de inversión por aversión al riesgo), empieza la carrera por la dolarización de portafolios privados. Ante ese panorama, el Banco Central (BC) responde subiendo las tasas de interés para inducir al mantenimiento de posiciones en pesos y no perder sus reservas. La experiencia muestra que nada de eso es neutral: la opresión del mercado de créditos subyuga a la actividad económica. Como la rentabilidad de todo proyecto (o el ingreso del consumidor en el gasto con tarjeta de crédito) debe poder pagar esas tasas de interés astronómicas, empresas y familias dilatan sus decisiones de producción y consumo. La pérdida de ímpetu, obliga a las firmas a revisar exhaustivamente su estructura de costos y, tarde o temprano, el empleo sufre las consecuencias. Con tasas de interés superiores al 60% anual para la operatoria de descuentos de cheques (utilizada por las PyMES) o del orden de 70% en la financiación con tarjetas de crédito, se resquebrajan la producción industrial y el consumo y se resiente la confianza del consumidor. En la Argentina, el diagnóstico de recesión está confirmado, al menos, hasta el segundo trimestre de 2019 (como lo señalan los indicadores líderes).
Probablemente, el planteo del modelo haya sido el responsable del dilema (más que el "shock de oferta" provocado por la sequía). El problema consistió en la forma en que se utilizó la tasa de interés para contener la especulación financiera y la definición política del salario en toda esa ecuación macroeconómica. Al considerárselo un costo más de producción, despojándole su condición de ingreso familiar necesaria para el acceso a la demanda de bienes y servicios (tal como lo continúa haciendo la microeconomía neoclásica), se lo acusó del exceso de gasto ("no ahorro") y dispuso en la primera fila para "la poda" (en 2018, en la Argentina el salario perderá entre 10 y 15 puntos de poder adquisitivo). Si no se hubiese frenado el gasto de las familias (reduciendo el salario y otros ingresos), liberado abruptamente las entradas y salidas de divisas (y el tipo de cambios), actuado con zozobra en el manejo de las LEBAC, achicado en tiempo récord el gasto público (e incrementado astronómicamente las tarifas públicas) y tomado deuda externa (pública) en una carrera casi sin precedentes para frenar la inflación, probablemente hoy el nivel de las tasas de interés no habría asolado en el terreno productivo. Menor hubiera sido el número de quiebras en el segmento productivo de las PyMES e irrelevantes las dudas acerca de la sustentabilidad del empleo porque, en ese plano hipotético y contrafactual (incómodo para el análisis), seguramente se habría comprendido que "el desempleo es causa de pobreza, de enfermedades relacionadas con el stress, rupturas de matrimonios y agitación social (Yunus, 2003)".
El autor es profesor de la UBA
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