La reciente canonización de Pablo VI autoriza a recordar una peculiar y poco conocida relación del papa Montini con el ex presidente Arturo Frondizi, a partir de su común preocupación por superar las condiciones de pobreza en el ámbito internacional. Hay que recordar que el fundador del desarrollismo había sido mirado con sospecha por su presunta y nunca probada militancia juvenil en las filas del Socorro Rojo Internacional, una colateral de la internacional comunista. Además de haber tenido como asesores a personajes con similares antecedentes, su hermano Silvio, fundador del Grupo Praxis, fue asesinado por haber sido uno de los intelectuales marxistas más importantes del siglo pasado en nuestro país.
Aunque el dato provoca ahora una comprensiva sonrisa, el mero hecho de que Frondizi hubiera mantenido, siendo presidente, una simple reunión con el Che Guevara provocó en su momento un cataclismo militar. Sin embargo, todo ello no fue obstáculo para que se entrevistara (y más de una vez), e incluso mantuviera una cordial relación con tres grandes Papas que hoy son santos: Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II.
No son infrecuentes las consultas de los pontífices romanos con expertos de muy diversa condición, independientemente de sus creencias en materia religiosa, especialmente antes de elaborar un documento que se refiera a cuestiones de índole temporal como la economía o las relaciones internacionales. Los ejemplos están al alcance de la mano y algunos de ellos son argentinos.
Es muy conocida la estrecha relación que Juan Pablo II mantuvo con el sindicalista Lech Walesa, la figura central en la oposición al gobierno comunista polaco, cuya fe católica sería inescindible de una epopeya militante que culminó con el derribo del régimen. Un siglo antes, León XIII, el Papa de los obreros, era visitado asiduamente por contingentes de trabajadores provenientes de toda Europa, ante el escándalo de las matronas que rezaban por la conversión del pontífice.
En el momento de escribir la encíclica Centesimus annus, Juan Pablo II encomendó a su antiguo compañero de estudios, el cardenal Jorge Mejía, oriundo de San Isidro, quien ocupó diversos cargos en la curia vaticana, que recabara la opinión de especialistas en economía, alguno de los cuales no eran ciertamente devotos de la doctrina social de la Iglesia.
Otro argentino, el rabino Fishel Szlajen, es actualmente miembro de la Pontificia Academia de Ciencias para la Vida. Stephen Hawking, fallecido este mismo año y reconocido ateo, integró la Academia de las Ciencias, conformada por profesores e investigadores de diversas creencias, alguno de fe cristiana, pero donde abundan fieles de otras religiones o de ninguna
Desde antes de asumir el papa Francisco, su titular es el argentino Marcelo Sánchez Sorondo, hijo del dirigente nacionalista del mismo nombre. Finalmente, otros dos argentinos, Luis Caffarelli y Antonio Battro, revistan como académicos del organismo vaticano y un tercero, Juan Llach, es desde hace casi un cuarto de siglo miembro de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales.
Las referencias vienen a cuento debido a publicitadas audiencias que mantuvo el papa Francisco con dirigentes sociales y políticos argentinos que peregrinaron a la Santa Sede, no siempre con pías intenciones. Cuando Juan Grabois fue nombrado consultor (y no miembro, como ligeramente se dijo) del Pontificio Consejo Justicia y Paz, llovieron las críticas al Papa, pero Francisco no era sino coherente con la pastoral que los distintos pontífices vienen practicando a partir del Concilio Vaticano II. Parte se esta historia corresponde a Arturo Frondizi.
Cuando Pablo VI viajó a la India, quedó muy impresionado por la pobreza del pueblo y a su regreso comenzó a trabajar en un documento sobre el desequilibrio económico, no solamente referido al interior de los Estados nacionales, como había sido lo habitual hasta entonces en la doctrina social, sino en las relaciones internacionales.
Por su parte, Frondizi también había visitado esa gran nación durante una gira por diversos países asiáticos. Curiosamente, lo que llamó la atención de este viaje fue un paseo que el Presidente hizo en elefante, conforme a una invitación local. Los economistas cepalianos, encabezados por otro argentino, Raúl Prébisch, enunciaron en esos años la controversial teoría del deterioro de los términos de intercambio, por la cual los países ricos se hacían cada vez más ricos y los países pobres se hacían cada vez más pobres.
Estábamos en plena década del desarrollo y Frondizi aspiraba a posicionarse como un líder continental en una temática que había suscitado la atención de los organismos internacionales como uno de los grandes problemas del siglo que era imperativo resolver.
Después de cinco borradores, Pablo VI consideró terminado el trabajo y en el año 1967 dio a conocer un contundente documento en forma de encíclica, Populorum progressio ('el desarrollo de los pueblos'), en la que se formulaba un angustioso llamado a las naciones desarrolladas, en procura de condiciones más equitativas en el comercio para los llamados (en el típico lenguaje de época) países subdesarrollados o más eufemísticamente, países en vías de desarrollo.
Como parte de las consultas relacionadas para elaborar el texto, y después de una entrevista con el ex Presidente, el Papa lo invitó a trabajar con sus asesores en la isla de Cerdeña, adonde viajó con su esposa Elena. Mientras ella disfrutaba de las bellezas naturales del lugar, Frondizi expuso sus ideas acerca del desarrollo, que no necesariamente serían recogidas en la redacción final.
Pero lo que no puede desconocerse es que Frondizi fue protagonista del trabajo preparatorio de este importante documento, como ocurriría años más tarde con Jeffrey Sachs en Centesimus annus, con Rocco Buttiglione en Laborem exercens y con Stefano Zamagni en Caritas in Veritate.
Resulta muy significativo el influjo del filósofo tomista francés Jacques Maritain en esta controversial encíclica, una suerte de carta magna del desarrollo, y en general en el papa Montini, quien lo consideraba un verdadero maestro. El pontífice plantea en Populorum progressio la concepción de un desarrollo integral ("para todos los hombres y para todo el hombre", en una expresión que toma del dominico francés Louis-Joseph Lebret), en el marco de un humanismo inspirado en los valores morales del cristianismo. De modo sugerente, el texto más importante de Maritain en materia de filosofía política lleva por título Humanismo Integral.
El autor es profesor en la Universidad Austral y miembro del Consejo Argentino para la Libertad Religiosa, el Consorcio Latinoamericano de Libertad Religiosa, la Junta de Historia Eclesiástica Argentina y el Instituto de Filosofía Política e Historia de las ideas políticas de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
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