Bolsonaro: elección contra la política

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Inferir que en Latinoamérica la corrupción se desató con el "bolivarianismo" más que un gazapo es un crimen, es el continente armado por el esclavismo sin otra relación de producción desde el arribo de europeos, incluso en las civilizaciones de pueblos originarios como en Yucatán y en Cuzco y por ende de corrupción al máximo nivel desde su inicio, con millones de esclavos llevados desde otro continente. Un pasado marcado casi exclusivamente por la avaricia, pero con algo bueno: no demasiado pasado.

Después de eso, todo cambió en forma de conatos de independencias que fueron reacciones de las familias patricias del poder hartas de una metrópoli empobrecida, para entregar el continente a Inglaterra o a Estados Unidos. Con la excepción de unos cuantos valientes y bien intencionados visionarios, que, como suele ocurrir en todos los procesos independentistas, no fueron los triunfantes sino los marginales.

Solo en Brasil cambia un poco la cosa porque la Corona portuguesa con toda su corte se trasladó allí, durante unos años los nobles Portugal vivían en Brasil y desde allí mandaban, pero los cimientos fueron los mismos. Incluso los esclavos africanos que llegaron a San Salvador de Bahía eran congos, carabalíes y lucumíes, al igual que en Cuba y en las colonias del Caribe.

En el siglo XX América se fue de viaje a un nuevo tipo de sociedad y de explotación más moderna, menos bárbara, pero no llegó nunca al capitalismo, y aún se anda buscando la democracia, tan fallida por tres razones: la corrupción, la violencia, y el clientelismo y el atraso. La pobreza es producto de todo esto, pero no tenemos las rémoras tradicionalistas de África, ni Asia, ni siquiera las de Europa; en América hay ideas nuevas, hay energía transformadora, hay atrevimiento, hay raíces podridas pero no de miles de años, hay movilidad, y así como la pobreza oscila más de lo recomendable, también hay ricos nuevos. Quizás debamos agarrarnos a estas y otras arcillas positivas para poder amasar, tornear y dar brillo a nuevos paradigmas.

El fenómeno de elegir candidatos que no provengan de la política para dirigir los destinos de los países está cundiendo en los pueblos del mundo, entre los más famosos empezó Vicente Fox, aunque él resultó bastante más serio que sus sucesores. No obstante, la corrupción se profundizó en su mandato, luego Silvio Berlusconi, del que sobran palabras; Donald Trump; Mauricio Macri y ahora este fenómeno que lleva años en la política pro con un discurso anti-sistema, sensiblemente peligroso, más emparentado al del extremista presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, que a los populistas al uso.

Estos candidatos alejados de todo lo que huele a convencional en la política son elegidos contra la política en general. Hay que recordar la paliza que Trump, siendo un bruto sin brillo, le dio a verdaderas luminarias dentro del Partido Republicano; este fenómeno es contra la democracia, no en contra de uno u otro partido político.

Es un fenómeno que nos habla también de cierto hastío de la superioridad intelectual de los mesiánicos iluminados, no solo en términos tradicionales de derecha-izquierda, sino también una respuesta a cambios vertiginosos de idiosincrasia, valores y conductas socialmente aceptadas de repente o de súbito rechazadas, un ataque que sienten las personas con menor agilidad para acompañar los significativos cambios de relaciones sociales, que más que excéntricos los viven como agobiantes.

Habrá que pararse al borde de la zanja, arremangarse la camisa y entrar al tajo a trabajar si queremos que esos "brutos, imberbes y cafres" que conforman la masa social, trabajadora, marginal, empresarial, profesional a los que debemos iluminar vuelvan a encontrar atractivas nuestras más humildes ocurrencias.

Para lo cual bien podríamos comenzar por valorar nuevos paradigmas, considerar nuevos niveles de conciencia cívica, escapar de los antagonismos izquierda-derecha y construir un nuevo espacio de encuentro, ni de centro ni equidistante entre los extremos que forman el partido clásico de la política en el último siglo y medio, sino distinto, nacido de una lectura minuciosa y desprovista de prejuicios de las sociedades de hoy en día, en las cuales ser proletario sindicalizado y con trabajo fijo no representa más pertenecer a la clase social más baja. Sí a una capa muy por encima de las menos favorecidas, las marginales, desempleadas, lumpen, nómades vagando entre depósitos de residuos del proletariado.

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