¿Más ingenieros? Primero debe haber más egresados del secundario

Alejandra Cardini

Son cada vez más frecuentes, aunque no nuevos, los reclamos del empresariado por la falta de profesionales con perfil técnico, especialmente ingenieros y programadores. Suele responsabilizarse de esta escasez a las universidades.

Que las universidades realicen más campañas de reclutamiento y ofrezcan una mejor formación en áreas estratégicas podría contribuir a revertir la problemática. Sin embargo, la raíz del asunto reside en la escuela secundaria. La falta de ingenieros es la punta del iceberg de una secundaria atravesada por la deserción y una muy injusta distribución de oportunidades.

En la Argentina, de cada cien chicos que empiezan la secundaria, más de la mitad no van a terminarla. Además, al observar las trayectorias de los jóvenes de 13 a 17 años, las estadísticas muestran que año a año su permanencia dentro del sistema educativo no solo cae, sino que aumenta la proporción de repitentes. Esto explica por qué solo 27 de esos estudiantes completarán el secundario en el tiempo correspondiente. A medida que nuestra juventud crece, la trayectoria por el nivel secundario se transforma en una experiencia tan excluyente como traumática.

En cuanto a los aprendizajes, son pobres y desiguales. Las pruebas Aprender que se toman en quinto año de la secundaria muestran que siete de cada diez chicos no tienen un nivel satisfactorio en matemática. Esto significa que tienen dificultades para usar la matemática en situaciones de la vida cotidiana, por ejemplo, para calcular un promedio. Y eso que estamos hablando de los que tomaron la prueba (de cada cien, la mitad no llegó a quinto año). En los sectores socioeconómicos más bajos, esta cruel proporción aumenta a nueve de cada diez. Estos jóvenes tienen pocas posibilidades de llegar a la universidad. Pero incluso entre los jóvenes de sectores de altos ingresos, cuatro de cada diez tampoco alcanzan un nivel satisfactorio en matemática.

Estamos frente a una escuela secundaria que excluye a más de la mitad de los jóvenes y que no promueve resultados de aprendizaje de manera equitativa. Las condiciones de origen —como el ingreso o el nivel educativo de los padres— determinan las probabilidades de concluir este nivel y de alcanzar buenos resultados de aprendizaje. ¿Es el Estado el único responsable y el único capaz de contribuir a la mejora de la escuela secundaria? ¿Qué rol activo puede ejercer el empresariado en la mejora de la educación secundaria?

Las iniciativas empresariales en materia de educación suelen caracterizarse por una participación inmediata y territorial. Con resultados medibles, pero difíciles de sostener en el tiempo y de extender en escala. Por ejemplo: los centros de apoyo escolar, las donaciones de insumos o de dispositivos tecnológicos y las becas. Se trata de acciones valiosas pero que podrían potenciarse aún más si fueran el complemento de un compromiso de más largo plazo, articulado de manera más directa con las políticas públicas.

En los últimos años aparecieron casos que siguen un modelo más arriesgado, pero que pueden instalar cambios profundos y establecer compromisos a más largo plazo. Bajo esta nueva perspectiva, el empresariado trabaja codo a codo con el Estado para construir una agenda compartida, con objetivos y metas estratégicas capaces de eludir la coyuntura. Estas iniciativas se involucran con la educación de manera más estratégica. Buscan multiplicarse y desarrollar capacidades en la estructura del sistema educativo. Apuntan a construir ecosistemas de innovación que mejoran las condiciones de enseñanza y aprendizaje de los chicos.

En la Argentina hay algunos ejemplos. Uno es Escuelas del Bicentenario, un proyecto de mejora educativa que se llevó adelante en 250 escuelas en cinco provincias con el apoyo de un consorcio de 44 empresas. Otro es Comunidades de Aprendizaje, una política que busca mejorar los aprendizajes, la equidad y la cohesión social implementada por los gobiernos provinciales de Salta y Santa Fe con el apoyo de la empresa Natura y CIPPEC. En Brasil los ejemplos se multiplican. El trabajo de Todos por la Educación, la Fundación Lemann o Itaú Social son excelentes casos de organizaciones que trabajan con alianzas multisectoriales.

Articular el trabajo del sector público con el de las empresas y lograr un compromiso de largo plazo, aun con la ayuda de entidades como CIPPEC, no es fácil. Sin embargo, cada vez más investigaciones muestran que este tipo de alianzas tiene el potencial de consolidarse, replicarse y lograr mayor calidad y justicia educativa.

La autora es directora del programa de Educación de CIPPEC.