Hebe de Bonafini ya no debería asombrar a nadie porque a esta altura sus posiciones autoritarias y violentas son bien conocidas. Sin embargo, se esmera cada día más. Hace unas pocas horas celebró con bombos y platillos un escrache a la gobernadora María Eugenia Vidal.
Vale la pena transcribir fielmente sus palabras: "Vidal se tuvo que escapar por la puerta de atrás en Chascomús, qué vergüenza, fue a inaugurar una cosa y parece que algunos compañeros que son más vivos que ella se habían preparado para hacer una buena batahola. No terminó el acto, sin terminar de hablar se asustó, la sacaron por una puerta de atrás, y a contramano, porque los compañeros la corrieron. Yo estoy contentísima, la verdad, los felicito a los compañeros de Chascomús. Eso es lo que hay que hacer, que no puedan salir a la calle, como salimos nosotros, que no puedan salir a la calle como sale Cristina. Así tenemos que hacerlo, perseguirlos".
Son expresiones que no tienen desperdicio porque la pintan de cuerpo entero. Elogia la "viveza" de quienes de mala fe agredieron a una funcionaria que había concurrido a un acto público con la sencillez que le es propia, casi sin custodios. Una mujer que se presenta de esa forma ante vecinos de Chascomús (gran parte de ellos niños) que la atacan vilmente. Esa actitud pone contentísima a la señora Bonafini.
Cada uno se pone contento por aquello que disfruta y ese sentimiento nos dice mucho de su personalidad. Algunos se alegran al escuchar un concierto, otros al leer un libro o contemplar una obra de arte; Bonafini, cuando una mujer indefensa es agredida, simplemente porque no comparte sus ideas.
Pero no se quedó en ese acto particular de barbarie. Quiso extraer de él un ejemplo, una regla general de conducta para los militantes: los otros, los que piensan distinto, deben ser perseguidos, ni siquiera deben poder salir a la calle.
Que esta persona sea considerada un adalid de los derechos humanos es una peculiaridad de la Argentina que explica muchas de nuestras confusiones. En este caso, la confusión surge de un malentendido histórico. Bonafini nunca abrazó la causa de los derechos humanos. Apeló a ella legítimamente cuando sus hijos fueron víctimas del terrorismo de Estado. Pero lo esencial de la idea de los derechos humanos es su carácter universal. Las verdaderas organizaciones de derechos humanos luchan para que estos rijan para todos, con independencia de su nacionalidad, etnia, género, religión o ideas políticas.
Del mismo modo, como democracia y derechos humanos son en nuestro tiempo conceptos inescindibles, los que militan en favor de los derechos humanos no pueden simpatizar con ninguna dictadura, de cualquier signo político que sea. Bonafini demuestra que está muy lejos de esa causa cuando expresa su apoyo a dictaduras como las de Cuba o Venezuela, y alienta el golpismo contra gobiernos plenamente democráticos como el de Mauricio Macri.
Esta vez, como sucedió en otras, dio un paso más y abiertamente incitó a la violencia. La democracia debe ser abierta y tolerante ante las opiniones más diversas, pero no puede permanecer impasible ante quienes, inspirados en las dictaduras que admiran, se empeñan en socavarla y en destruir la convivencia pacífica que es una de sus finalidades primordiales.
El autor es diputado nacional por CABA (Cambiemos- PRO).