El presidente Donald Trump anunció que Estados Unidos ha pactado "el tratado comercial más importante que jamás hemos negociado". Se refería a la renegociación del tratado de libre comercio con México y Canadá que, para él, era el "peor acuerdo comercial en la historia".
El tratado nuevo reemplazará al viejo una vez que sea firmado por los líderes de los tres países, lo cual ocurrirá en los próximos 60 días y aprobado por las tres legislaturas nacionales. No hay nada que garantice que esto último ocurra, especialmente en Estados Unidos, donde se espera que los demócratas opositores a Trump tomen el control del Congreso luego de las elecciones de noviembre. El hecho de que Trump haya querido, primero, salirse del tratado y, luego, renegociarlo sigue creando incertidumbre económica en Norteamérica.
La realidad dista mucho de las declaraciones hiperbólicas del presidente estadounidense. El tratado de libre comercio de Norteamérica, que entró en vigor en 1994, era bueno para los países firmantes. El comercio de bienes y servicios entre Canadá, México y Estados Unidos se triplicó en poco más de dos décadas, y promovió el crecimiento y la inversión. La región está hoy más integrada que nunca.
El tratado renegociado, por otro lado, está lejos de ser el mejor de la historia. Lo bueno, lo malo y lo feo del pacto merecen ser repasados. Es así, entre otras razones, porque puede ser un modelo de negociación de futuros tratados comerciales y eso es preocupante.
La buena noticia es que se llegó a un acuerdo y estamos más cerca de mantener el área de libre comercio en Norteamérica. Hay menos posibilidades de que las complejas cadenas de producción que se desarrollaron dentro de la región se interrumpan. El acuerdo nuevo hasta liberaliza el comercio en algunos sectores como los de la industria láctea y avícola. Además, facilita el comercio electrónico y la seguridad de datos electrónicos, temas que no estaban cubiertos por el anterior acuerdo.
Lo malo es que se han impuesto regulaciones de Primer Mundo a México respecto a la propiedad intelectual y al medio ambiente, entre otras áreas, que terminan siendo claras medidas proteccionistas por parte de Trump. Las patentes para muchas medicinas, por ejemplo, duran demasiado tiempo, cosa que reducirá la competencia y la oferta. Dado que el crecimiento va de la mano de una mejor protección al medio ambiente, la sobrerregulación impuesta sobre esta, por ser muy costosa, reduce el crecimiento e, irónicamente, podría reducir la protección ambiental.
Lo feo es que el nuevo acuerdo controla de forma excesiva la manera en que se manejan los negocios. Por ejemplo, requiere que entre el 40% y el 45% de los componentes de autos tendrá que ser manufacturado por trabajadores que ganen 16 dólares por hora, muy por encima del promedio de los obreros mexicanos. Además de complicar la gestión del negocio, tendrá el efecto de reducir el comercio y el crecimiento económico mexicanos —justamente, los factores que generan un alza sostenible de ingresos.
Las reglas de origen requerirán que el 75% de los autos comerciados tenga que tener contenido regional (antes era 62,5%). Esto elevará costos para México. Los aranceles sobre el acero y el aluminio que anunció Trump este año se mantienen. Bajo ciertas condiciones, se exigen restricciones "voluntarias" a las exportaciones. Varios mecanismos para resolver disputas comerciales de manera independiente se eliminan.
Muchas de las medidas de Trump, finalmente aceptadas por México y Canadá, violan el tratado vigente y las reglas de la Organización Mundial del Comercio. Trump ha hecho bullying a sus vecinos socios para lograr un acuerdo que no es mejor que el anterior. En el camino, ha debilitado el sistema internacional de comercio.