Que Nicolás Maduro es hombre de pocas luces ya nadie lo duda, lo cual no lo hace inofensivo. Todo lo contrario. Desde hace un buen tiempo no deja de enunciar disparates colosales que sus partidarios aplauden de puro brutos no más. El último dislate lo pronunció en la ONU el miércoles 26 de septiembre de 2018. Fanfarrón, expansivo, dueño de una personalidad presuntuosa, pero carente de la exuberancia de los dictadores clásicos. Escaso de atractivos intelectuales, ha persuadido, sin embargo, a sus seguidores acerca de que la grandilocuencia gestual encierra el misterio de la utopía. Lo que antes anidaba en los libros y el intelecto hoy se expresa corporalmente en este tiranuelo rudo y tosco cuya personalidad no guarda ningún interés ni siquiera para la tragedia.
No tiene encanto, su humor es simple, sin inflexiones ni ambigüedades. Su personalidad no esconde ningún misterio, algo por descubrir. Es lo que se ve. Nada importante. Pues bien, dirigiéndose en la ONU al presidente Donald Trump y a sus agresiones hacia él, afirmó: "¿Por qué la arremetida tan feroz de Estados Unidos? Es un conflicto histórico entre la doctrina imperial de James Monroe versus la doctrina de rebeldía, de dignidad, de justicia de igualdad de Simón Bolívar".
Llegado a este punto alguien de su entorno debería decirle que no tiene la menor idea de las razones geopolíticas e ideológicas que motivaron al presidente Monroe a declarar y hacer pública su proclama. Ciertamente no es el único, la izquierda latinoamericana y la moderna progresía pos caída del muro de Berlín repiten los mismos errores.
Para no hacer muy densa la lectura de este artículo iré directo al asunto. En el año 1820 el rey español Fernando VII había organizado un ejército de veinte mil hombres para reconquistar sus colonias americanas. Un sector de esas fuerzas comandadas por el general Rafael del Riego se sublevó el 1º de enero de 1820 contra el absolutismo, negándose a concurrir a América a sofocar la insurrección independentista. Una nueva guerra civil se encendió en España entre liberales y absolutistas que finalmente fue aplastada por la invasión francesa comandada por el duque de Angulema. ¿Por qué? Porque en Europa desde la caída de Napoleón en 1815 estaba todo monarquizado. No querían saber nada con constitucionalismo y menos con repúblicas.
El Congreso de Verona, reunido en enero de 1822, al que asistieron las monarquías más reaccionarias de Europa, autorizaron a Francia a ingresar a España para aplastar al liberalismo constitucional. Y así se hizo. Restaurado Fernando VII con el apoyo francés, más el aliento del zar ruso comenzó nuevamente a hablarse de recuperar las colonias americanas. Llegado a ese punto el asunto era grave, puesto que ya no era solo España, estaban Francia y eventualmente Rusia. Es en este contexto mundial que el Presidente norteamericano anuncia: los Estados Unidos no se entrometerán en asuntos europeos; los Estados Unidos considerarán todo intento europeo para extender el sistema de Europa a cualquier parte de este hemisferio como un peligro para nuestra paz y seguridad; los Estados Unidos no intervendrán en las colonias o las dependencias europeas existentes en América, pero considerarían como acto hostil que cualquier potencia europea intentara oprimir o dominar a las ya reconocidas por los Estados Unidos.
Naturalmente que el presidente Monroe y su canciller John Quincy Adams tenían sus propias razones nacionales para detener la eventual invasión europea. Alaska estaba en manos de Rusia y se había extendido hacia el sur hasta limitar con California en manos de España. Corrían peligro la soberanía territorial norteamericana y su salida al Pacífico. España aliada a Rusia era inquietante. Pero esa necesidad de Estados Unidos coincidía con la nuestra de ser libres. No hay en la doctrina ningún intento o espíritu de hegemonía sobre Sudamérica.
El general español, pero patriota sudamericano, Tomás de Iriarte, enviado por Bernardino Rivadavia a los Estados Unidos, relata en sus memorias la entrevista que mantuvo con Monroe a quien tenía en altísima consideración: "En el curso de esta conferencia el presidente nos dijo que, cuando el reconocimiento de nuestra independencia (1822), el rey Fernando se había manifestado muy disgustado, y que había recibido de muy mal talante al ministro americano en Madrid. 'Lo he conocido y tratado mucho', continuó el presidente, cuando era príncipe de Asturias, entonces yo era ministro plenipotenciario en Madrid y asistía con frecuencia a sus breves audiencias privadas de la mañana. Es un soberano ignorante y de perverso corazón".
El grado de desconocimiento histórico de este chofer devenido en presidente por la imprudencia de Hugo Chávez no justifica que declame barbaridades reñidas con la historia en la ONU. Pero tan grave como este desconocimiento central de la historia americana es que ignora que, por la misma época y en consonancia con Monroe, cuando se declaraba a favor de los regímenes republicanos, don Simón Bolívar, en agosto de 1823, en carta a Bernardo de Monteagudo, le manifestaba: "Creo que todos los europeos en general tienen más o menos interés en la independencia de América, pero gobernada por príncipes europeos. Esta materia, bien considerada, es de una gran trascendencia y de una gravedad suma para nosotros" (Bolívar. Salvador de Madariaga).
A Monroe y a Bolívar los unía una fuerte identidad ideológica y de intereses. Lamentablemente la izquierda lo ignora y Maduro con ella.