El clan Moyano: sindicalistas millonarios con trabajadores pobres

Hace 31 años que la familia maneja el sindicato. Ahora, por fin, salieron a la luz los hilos que Hugo y Pablo Moyano usaron para enriquecerse

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Hugo y Pablo Moyano (NA)
Hugo y Pablo Moyano (NA)

Para explicar los males estructurales del capitalismo argentino, se suele decir que hay demasiados empresarios ricos con empresas pobres. Es una manera de cuestionar su rol en la sociedad. Se trata de hombres de negocios que, en vez de invertir para hacer crecer a la organización, retiran los dividendos, sin apostar al crecimiento de la compañía, y se los gastan de una manera frívola e irresponsable.

De lo que se habla menos, casi nada, es de los sindicalistas multimillonarios que representan a trabajadores cada vez más empobrecidos, y que encima los usan como rehenes para defender sus intereses particulares.

Ayer, en 4 Días, la diputada nacional Paula Olivetto -una de las pocas dirigentes, junto con Elisa Carrió y Graciela Ocaña, que se atrevieron a investigar y denunciar al clan Moyano, integrado por Hugo Moyano, su hijo Pablo, su pareja, Liliana Zulet, y los hijos de ella, Valeria Salerno y Juan Manuel Noriega Zulet-, explicó con abrumadora sencillez en qué consiste parte del poder del dirigente de Camioneros.

"Extorsionan no solo a los jueces o a los gobiernos sino a toda la sociedad con la amenaza de parar el país. Usan a los trabajadores para eso", dijo.

Los Moyano tienen tanto poder que, incluso, mantuvieron a raya al presidente Néstor Kirchner en el summum de su apogeo, mientras obtenían múltiples negocios a los que todavía les siguen sacando el jugo.

La diferencia entre lo que sucedió con Camioneros entre 2003 y 2015- el período de mayor expansión del clan Moyano- y lo que está pasando ahora, es que por fin salieron a la luz los hilos del mecanismo que usaron para enriquecerse.

No es muy distinto al que usó Juan Pablo "Pata" Medina, secretario general de la Unión Obrera de la Construcción (UOCRA) seccional La Plata, hoy detenido, con sus aprietes a las empresas constructoras y la creación de sociedades más o menos truchas para chupar ingresos desde la organización sindical a su propio bolsillo.

Así como la extensión en el tiempo de los abusos del Pata Medina hicieron subir de manera artificial el precio del metro cuadrado en el centro de la ciudad de La Plata, el denominado costo Moyano todavía se siente a lo largo y a lo ancho de todo el territorio nacional. Desde la logística con la que se transportan granos y el resto de la mercadería hasta el deterioro de la red ferroviaria, que los muchachos de Moyano alentaron, para alentar el predominio del camión.

Hace 31 años que Hugo y su familia manejan el sindicato, la federación, la mutual, la obra social y otras organizaciones que dependen de Camioneros. La democracia sindical, la presencia de listas opositoras y el límite para la reelección de autoridades, bien gracias.

Pero el monopolio de los negocios, la prepotencia y la creencia de que son los Dueños del Mundo, acumulada durante tantos años, se acaba de romper, con la divulgación de los balances de las empresas creadas para absorber miles de millones de pesos de la cuota sindical y los pagos de la obra social.

Ahora, los miembros del clan están cada vez más nerviosos. Porque Pablo primero, y, eventualmente, Hugo después, estarían a punto de caer por haber participado en una asociación ilícita, organizada para estafar al Club Independiente, a través de la venta de jugadores, el manejo espurio del ticket de las entradas, los negocios sucios compartidos con las barras bravas y el uso indebido de un fideicomiso denominado Arístides.

Los que confunden las denuncias sobre Moyano o sobre Daniel Scioli con un asunto personal o no entienden cómo funciona el periodismo de investigación o son cómplices de los dirigentes que ahora están en la mira de la justicia.

Que seamos pocos los medios y las organizaciones que intentamos mostrar lo que permanece oculto no significa que estemos locos. Algo parecido nos viene sucediendo desde hace muchos años, con distintos asuntos y diferentes individuos. Después, tarde o temprano, la realidad termina por imponerse y ya no somos ni tan anormales ni tan loquitos. Son gajes del oficio.

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