Para quienes sostienen la idea de que el Banco Central es una entelequia que no debería existir en sus funciones de prestamista de última instancia ni como contraparte en el mercado de divisas ni como emisor de deuda en ningún formato, la salida de Luis Caputo no es una cuestión personal. Es un paso adecuado hacia esos objetivos. En términos económicos, es irrelevante si se trató de un despido, de una renuncia acordada o de una patada al tablero. La realidad es que el Fondo no quiere que se usen los dólares que presta para controlar el tipo de cambio.
Además de que cuida su plata, tiene razón. Y razones. La demanda de divisas no se produce solamente por el desarme de posiciones del carry trade, sino que es fruto de la inseguridad y la desconfianza que genera el peso como reserva de valor. En esas condiciones, por la vieja ley de Gresham, la tendencia será guardar los dólares y gastar los pesos. Y, al mismo tiempo, la moneda local será víctima de ataques especulativos o shorteo en sus diversas formas.
El déficit y la emisión no llevan necesariamente al default de la deuda externa. Pero endeudarse en dólares para pagar gastos en pesos y luego volver a endeudarse en dólares para venderlos relativamente baratos y así mantener controlado el tipo de cambio proyecta el desfasaje doméstico a la deuda externa, con resultados nefastos y previsibles.
Se logra un tipo de cambio estable y equilibrado con fundamentals estables y equilibrados. La idea de librar una pulseada permanente contra el mercado con ventas masivas, o estrategias de engaño, desconcertándolo, o con tasas de interés desorbitadas que secan la demanda y también la actividad, es necesariamente de corto plazo. Y cuando la inflación es del nivel de la argentina, es de un resultado dudoso, cuando menos. Esto no requiere demasiada fundamentación cuando se advierte que se ha vendido casi veinte mil millones de dólares para controlar el valor de la divisa, sin ningún efecto.
Amante del gradualismo, el Gobierno pretendió que el Fondo lo apoyara en la idea de quemar miles de millones de dólares en la pira del ancla cambiaria mientras ocurre el milagro del crecimiento que tape las rocas del lecho del río. Y tan ansioso estaba en esa tarea que no vaciló en anticipar acuerdos que no existían, y luego en tirar al mercado dólares que no le pertenecían para saciarlo. Y de paso también tiró pesos con una inopinada venta de futuros. Ayer esa política parece haber cambiado.
Algunos medios reflejaban anoche la molestia de varios bancos internacionales y grandes gestores de fondos globales por la salida del ex presidente del Central. Es posible que hasta se sientan traicionados por la nueva visión que va a contramano del carry trade. Y entonces vaticinan consecuencias para los papeles argentinos y aún para la estabilidad cambiaria y financiera. También claman por la supuesta pérdida de independencia del Central. ¿Independencia de quién? ¿Independencia en favor de qué o quién?
Muchos notables expertos —algunos con notables fracasos— sostienen que, dada la preferencia unánime de la sociedad por el dólar, hace falta un ancla cambiaria para disciplinar a los argentinos (Deberían agregar "y a los extranjeros especuladores"). Coherentes con esa idea, claman por la independencia del Central para llevar a cabo tal tarea. A juzgar por los resultados, la independencia que ahora supuestamente se perdería no parece haber servido de mucho, si se analiza la historia.
Más allá de las elucubraciones, al insistir en la decisión de no regalar dólares y controlar el tipo de cambio desde los agregados monetarios, empezando por no emitir, el Fondo se ha convertido en la nueva ancla monetaria y cambiaria. Debería darse la bienvenida a este hecho, en un país infantil que necesita tutores y preceptores para comportarse con seriedad y decencia.