A los estudiantes hay que trasmitirles un equilibrio imprescindible en la extraordinaria aventura del conocimiento. Reza el adagio latino: Ubi dubiun ibi libertas, es decir, donde hay duda hay libertad. Si todas fueran certezas, no habría necesidad de elegir, de decidir entre opciones, de preferencias entre medios diferentes y para el logro de fines alternativos. El camino ya estaría garantizado, no se presentarían encrucijadas. De antemano la acción estaría resuelta. En rigor no habría acción propiamente dicha, ya que esta implica deliberación al efecto de evaluar opciones. En este caso no habría nada sobre lo cual deliberar solo seguir la certeza.
Esto último es la antítesis de lo humano, del libre albedrío, de la libertad en lugar de seguir caminos predeterminados. Casi podría concluirse que con tener un libreto adecuado solo habría que detectar la certeza del caso, pero no requeriría meditación, evaluación y mucho menos corrección. Todo sería lineal, sería el fin de la vida humana.
Este es el sentido de lo que consigna Emmanuel Carrère: "Lo contrario de la verdad no son las mentiras sino las certezas", no es para nada que la verdad carezca de importancia pues es el quid del asunto, es el objetivo último, pero precisamente las certezas conspiran contra la posibilidad de incorporar verdades, puesto que bloquean el método para lograr esa meta noble. Verdad como correspondencia (adecuación) entre el juicio y el objeto juzgado. Quienes están encerrados en certezas no están abiertos a encontrar verdades, puesto que consideran que ya la tienen, por lo que estiman superflua cualquier indagación y debate.
La duda es la gran auxiliar al efecto de estar bien predispuesto para la aventura del pensamiento. Y subrayemos con el mayor de los énfasis que la duda no significa en lo más mínimo relativismo o escepticismo. Independientemente del absurdo al descubrir que el relativismo implica que esa misma postura es relativa, las cosas son, no importa qué se opine de ellas, de allí la importancia de los departamentos de investigación en ámbitos universitarios. Si todo fuera relativo, no habría nada que investigar, no habría nexos causales, hechos y procesos fuera de lo que circunstancialmente se opina. La vida esté compuesta de juicios (proposiciones verdaderas o falsas), por ello resulta tan contradictoria aquello de que "no hay que juzgar", sin percibir que este es un juicio.
Tampoco es el caso poner en tela de juicio nuestro único y fundamental instrumento para conocer, cual es la razón. El escéptico para ser consistente no podría afirmar como verdad su escepticismo (Aristóteles sostenía que el escéptico desciende a la condición de vegetal). La fertilidad de la duda consiste en estar sentado en la punta de la silla abierto a posibles refutaciones para progresar. El conocimiento es provisorio sujeto a refutaciones. Hay en este sentido en las ciencias corroboraciones momentáneas, nunca verificaciones, como sugiere el positivismo.
La duda se asimila a la condición de seres imperfectos inmersos en un proceso evolutivo. Los mortales nunca llegan a una instancia final, se trata de un trayecto sembrado de prueba y error. De esta situación de apertura y atención no se desprende que en las diversas etapas del conocimiento se adopte una posición débil frente a eso que se conoce al momento. Las defensas de esa situación deben argumentarse con toda la fuerza necesaria, lo cual no quita que se esté atento a contraargumentos que en cualquier instancia pueden irrumpir.
Una persona segura de sí misma considera que está en condiciones de defender lo que estima verdadero, situación, repetimos que no es óbice para la apertura mental. La vida intelectual es un permanente peregrinaje entre albas y crepúsculos, es una búsqueda de tierra fértil en el mar de ignorancia que nos envuelve. Entonces, del hecho de sabernos imperfectos y limitados, ubicados en un estado evolutivo en todos los órdenes de la vida, no quita un ápice de la firme convicción que se tiene de lo obtenido hasta el presente.
En realidad, los que se ocultan en los fortines de las certezas y se abstienen de presentarse en las batallas intelectuales cotidianas son personas esencialmente inseguras, que requieren de esa muralla artificial para proteger su vacío existencial, he aquí el dogmatismo.
De allí las ideologías, una palabrota que es la antítesis del conocimiento, no en el sentido inocente del diccionario de conjunto de ideas ni en el sentido marxista de falsa conciencia de clase, sino en el sentido más generalizado y difundido de algo cerrado, terminado, impenetrable e inexpugnable. Es así que la ideología equivale a una mente clausurada, imposible de acceder a otra cosa que no sea su mundo liliputenense.
Por eso es que los sistemas educativos deben prioritariamente enseñar a pensar, a cuestionar y a debatir, pero nunca a repetir, nunca a dejar de ser voz para convertirse en eco. Esta es la quintaesencia de la enseñanza. No es para nada condenable la defensa enfática de lo que al momento se sostiene con base en los sólidos razonamientos del caso, lo reprobable es la cerrazón y el operar como si siempre lo concluido inexorablemente será igual por tiempo indefinido. Todo puede ser distinto, solo hace falta una refutación fundamentada, en eso consiste el progreso del conocimiento.
Como hemos dicho al comienzo, este delicado equilibrio debe ser trasmitido a los estudiantes y a todos los que se interesen por el saber, cualquiera sea el terreno que se transite. Es muy atractivo observar la defensa de valores y principios que al momento se muestran como necesarios, pero al mismo tiempo estar atentos a otras campanas refuerza lo conocido o permite explorar lo desconocido al efecto de incorporar la antedicha tierra fértil.
Por ejemplo, Karl Popper ha rebatido el argumento de que en realidad no estamos viviendo sino que todo se trata de un sueño y así sucesivamente con una serie de asuntos que damos por sentado sin analizarlos debidamente. Puede aparecer a primera vista como un ejercicio inútil, pero se revela como una gimnasia importante al efecto de contestar sobre lo que tomamos como evidente que a poco andar resulta que no lo era tanto.
Popper escribe, en Knowledge and the Body-Mind Problem, que la teoría que mantiene que solo yo existo y que todo es producto de mis sueños la discute al concluir que lo que veo en mi supuesto sueño como las obras de los Shakeaspeare y Miguel Ángel me está demostrando que no estoy solo, ya que esas genialidades superan ampliamente lo que puedo hacer.
En la línea argumental de la necesidad de la indagación podemos agregar otro ejemplo para ilustrar lo dicho que he desarrollado en detalle en otras oportunidades. Como bien han apuntado, entre otros, autores como el premio Nobel en Neurofisiología John Eccles en La psique humana y el premio Nobel en Física Max Planck en ¿Hacia dónde va la ciencia?, el ser humano no está constituido solamente por kilos de protoplasma, sino que tiene estados de conciencia, psique o mente que trascienden los nexos causales de la carne; hay más que lo puramente material en el hombre que nos permite tener ideas autogeneradas, argumentar, detectar proposiciones verdaderas y falsas, tener responsabilidad individual, moral y libertad. Es decir, no somos loros y no estamos determinados sino que contamos con libre albedrío que nos distingue de todas las especies conocidas.
De esta argumentación se sigue que esa característica, habitualmente denominada espiritual, no se descompone como la materia y, por ende, perdura y nos permite vislumbrar vida después de la vida terrenal. Este es un buen ejemplo para comprobar los que se cierran a esta posibilidad, porque su inseguridad necesita de la certeza de que nada existe más allá de la vida humana. Por supuesto que todo, y la extensión de la vida también, está sujeta a posibles refutaciones, pero no puede aceptarse la coartada de la negación sin argumento, lo cual proviene de una concepción antirreligiosa en su aspecto racional (y no de dogmas) que va más lejos. Y esta lejanía centra su negación de una Primera Causa como si pudiéramos existir si las causas que nos engendraron puedan ir en regresión ad infinitum.
Podría contradecirse lo anterior afirmando que tanto la posición que niega todo lo que pueda ocurrir después de la vida terrenal como la que afirma su extensión, en ambos casos se persigue la certeza y existe la cerrazón. Pero no es así, la postura negacionista cierra la posibilidad de duda, sin embargo, la que concluye en la extensión de la vida del espíritu no cierra la duda, por el contrario, la mantiene, puesto que no puede mostrar cómo concretamente es la vida más allá de la muerte y esto desespera a los partidarios de las certezas absolutas, por lo que la cerrazón trasmite seguridad a los inseguros que, si no están anclados firmemente en un mismo lugar, no pueden vivir. No pueden entender que el conocimiento es un andar de fronteras móviles.
Seguramente a esta altura hubiera sido más productivo poner otro tipo de ejemplos en esta nota periodística de los innumerables que hay a mano, pero precisamente he mostrado este por lo controvertido del tema en nuestro tiempo. Como ha señalado Antony Flew (el filósofo ex ateo, militante de mayor relevancia) en consonancia con Albert Einstein, la existencia de una Primera Causa es inexorable, aunque ambos rechazan las religiones oficiales. Einstein escribió: "Mi idea de Dios se forma de la profunda convicción respecto a la presencia del poder de una razón superior". También lo escrito por el antes citado Planck: "Donde quiera que miremos, tan lejos como miremos, no encontraremos en ningún sitio la menor contradicción entre religión y ciencia natural". En esta línea argumental, Flew explica la verisimilitud del Big Bang, un fenómeno contingente que no excluye sino que necesita del fenómeno necesario.
Me he valido de este ejemplo y no otros muchos disponibles, pues considero que la religiosidad en el sentido expuesto alude a la necesaria humildad y ausencia de arrogancia del ser humano en lugar de mirarse el ombligo como si fuera un ser autocreado y autocreada toda la naturaleza que lo rodea. Hubiera sido para mí mucho más fácil elegir otros ejemplos, pero elegí meter el dedo en la llaga de un asunto muy poco comprendido.
La petulancia y la soberbia de que no hay orden superior a nuestra propia existencia también conduce a "la arrogancia fatal" expuesta por Friedrich Hayek en otro contexto. Paradójicamente, la inseguridad demanda seguridad y certezas que excluyen otras posibilidades que no han sido ni remotamente expuestas por los Kai Nielsen, Paul Edwards y Roland Hophurn, tan bien refutados por James J. Sadowsky y otros pensadores. El racionalismo constructivista también explicado por Hayek aparece como una valla formidable a la modestia y a la "razón razonable" tal como titulé uno de mis libros hace tiempo.
Comprendo que en este tema haya quienes desconfían de la religión (religatio con lo que nos excede e invita a la autoperfección) debido a los desmanes y los atropellos llevados a cabo por miembros de religiones oficiales, pero esto no debiera provocar alejamientos de nuestra propio interés vital.
Por último, no quiero complicar lo dicho en esta nota, pero es menester que agreguemos que exhibir una pretendida teoría, hipótesis o propuesta en cualquier sentido que no pueda ser refutada no necesariamente significa que aquella sea válida. Y cuando decimos que no puede ser refutada, no nos estamos limitando a lo físico, ni siquiera a contrafácticos indirectos, sino a que no puede ser contradicha con contra-argumentos, puesto que la teoría en cuestión no fue formulada con argumentos suficientes, se trata de una simple afirmación. Mucho de lo que existe no se ve, como los campos gravitatorios, las ondas electromagnéticas y las partículas subatómicas y otros relacionados con los fenómenos sociales complejos se sustentan en argumentos bien razonados. Un eventual disparate gigantesco puede que no sea posible su refutación precisamente porque es una construcción que flota sin basamento alguno.
El autor es Doctor en Economía y también es Doctor en Ciencias de Dirección, preside la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires y es miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas.