Todo el mundo sabe que el 11 de septiembre de cada año es el Día del Maestro, así como también que lo es porque ese día del año 1888 se produjo el fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento. Sin embargo, son pocos los que saben que el 17 de septiembre de cada año es el Día del Profesor, porque ese día, pero del año 1894, falleció José Manuel Estrada.
Efectivamente, José Manuel Estrada nació en Buenos Aires el 13 de julio de 1842, en pleno apogeo del gobierno de Juan Manuel de Rosas, y murió en Asunción del Paraguay el 17 de septiembre de 1894, cuando apenas contaba con 52 años de edad.
De él podría decirse que fue un hombre sorprendente: era profesor de historia sin ser historiador, era profesor de derecho constitucional sin ser abogado, era periodista sin ser periodista. Fue básicamente un notable autodidacta y un formidable orador.
Quedó huérfano siendo muy chico, y por eso fue criado y educado por su abuela, Carmen de Liniers, quien a su vez era una de las once hijas del exvirrey Santiago de Liniers, a quien la Primera Junta hizo fusilar por conspirar contra ella, en agosto de 1810. Quiere decir entonces que Estrada fue bisnieto de Santiago de Liniers.
Estrada hizo sus estudios primarios en el Colegio San Francisco, en el que recibió una fuerte formación católica, que no solo lo influenció en el ámbito de lo espiritual, sino también en el político, ya que hizo de esa militancia religiosa una bandera política.
La vida política de Estrada comenzó en el año 1868, cuando Sarmiento asumió la presidencia de la nación y lo designó subsecretario en el Ministerio de Relaciones Exteriores, por entonces a cargo de Mariano Varela. En ese momento se trataba de un ministerio relevante, porque estaba en su fase final la guerra con el Paraguay.
Al año siguiente, también por designación de Sarmiento, se convirtió en el primer profesor de la cátedra de Instrucción Cívica e Historia Argentina, en el Colegio Nacional de Buenos Aires, y en el jefe del Departamento General de Escuelas.
Indudablemente la educación era un tema muy importante para Estrada, de la misma manera que lo era para Sarmiento. El vínculo entre ambos era de admiración mutua (a pesar de la diferencia de edad entre ellos, ya que Sarmiento le llevaba más de treinta años), y se potenciaba por la amistad que tenía Estrada con el hijo del sanjuanino, Domingo Fidel, también conocido como "Dominguito".
Dominguito y Estrada se habían conocido en los círculos sociales, literarios y políticos de la impetuosa Buenos Aires de la época, pero el hijo de Sarmiento murió en la guerra con Paraguay, en el asalto a Curupaity, el 22 de septiembre de 1866, cuando solo tenía 21 años de edad.
En 1871 José Manuel Estrada formó parte de la Convención Provincial Constituyente encargada de sancionar, en 1874, la Constitución de la provincia de Buenos Aires, junto con hombres como Juan María Gutiérrez, José Benjamín Gorostiaga y Manuel Quintana, entre otros.
En 1880 asumió la presidencia de la nación Alejo Julio Argentino Roca, iniciándose allí un gobierno de neto corte anticlerical y laicista, lo cual convirtió a Estrada en un claro opositor al Gobierno. La corriente laicista a la que pertenecía el presidente Roca (fervientemente sustentada por Eduardo Wilde, médico, escritor y ministro de Justicia de Roca, y Eduardo Costa, por entonces Procurador General de la Nación) se enfrentó virulentamente con el sector católico del cual formaban parte hombres como José Manuel Estrada, Pedro Goyena, Tristán Achával Rodríguez y Manuel Pizarro, quienes desde el periódico La Unión fustigaban esa política anticlerical del Gobierno.
Vale la pena señalar que los grandes debates sobre la religión y la política no comenzaron en esa época: ya desde el descubrimiento de América los reyes católicos establecían la obligación de los "adelantados" de evangelizar a los indios, y durante todo el período colonial se prohibió la libertad de conciencia en ese aspecto.
Esa fue la herencia recibida en el Virreinato del Río de la Plata y luego en las Provincias Unidas del Río de la Plata. Al respecto debe recordarse que cuando Bernardino Rivadavia fue ministro de Gobierno de Martín Rodríguez en la provincia de Buenos Aires, llegó a tomar medidas tales como prohibir que los eclesiásticos entren en el territorio de la provincia sin autorización del gobierno, y hasta suprimir el diezmo. En su momento esas medidas provocaron un levantamiento católico contra Rivadavia, encabezado, entre otros, por el cura y abogado Gregorio Tagle, quien por ello fue fusilado.
Pocos años después, durante la gobernación de Juan Manuel de Rosas, se volvió a la rigidez religiosa, estableciéndose la enseñanza obligatoria de la religión católica apostólica romana. Derrotado el dictador, el tema se debatió mucho en la Convención Constituyente de 1853, la que optó por mantener la religión católica apostólica romana como religión del Estado, aunque manteniendo la libertad de cultos.
Los sucesivos gobiernos constitucionales hasta 1880, si bien fueron liberales en esta cuestión, mantuvieron el protagonismo de la Iglesia en aspectos clave de la vida civil, tales como el registro y el control de los nacimientos, matrimonio, fallecimiento y educación.
Durante el gobierno de Alejo Julio Argentino Roca, el Congreso dictó la ley 1420 (de enseñanza laica) mediante la cual se establecía la enseñanza gratuita, obligatoria para chicos entre 6 y 14 años, y laica, ya que la enseñanza de las religiones solo podría impartirse antes o después del horario de las clases.
En oposición a esta política, Estrada realizaba giras por el interior del país celebrando congresos católicos, motivo por el cual Roca lo separó de su cargo en la Facultad de Derecho. La juventud universitaria, que protestó indignada por la destitución, hizo una manifestación que llegó hasta la casa del profesor Estrada, quien en un discurso pronunció una célebre frase: "De las astillas de las cátedras destrozadas por el despotismo, haremos tribunas para enseñar la justicia y predicar la libertad".
En 1886 José Manuel Estrada fue elegido diputado nacional, teniendo allí, como legislador, una destacada actuación en el debate que concluyó con la sanción de la ley de matrimonio civil, sancionada en 1888, a través de la cual se dispuso que el único matrimonio válido sería el celebrado y formalizado ante el Registro Civil.
También es de esa época la ley del Registro Civil, a partir de la cual, en la Capital Federal y territorios nacionales, debieron habilitarse oficinas para registrar el estado civil de las personas físicas (nacimientos, casamientos y defunciones), tarea que antes realizaba la Iglesia. En ese sentido las provincias fueron dictando legislaciones similares.
En abril de 1890 José Manuel Estrada se incorporó a la Unión Cívica, y mientras pronunciaba un discurso en el Frontón de Pelota Buenos Aires, defendiendo la transparencia electoral, sufrió una descompensación que preocupó a sus médicos, quienes le recomendaron reposo por un tiempo prolongado. Esta circunstancia lo mantuvo alejado de la vida política, a tal punto que no tuvo participación en la Revolución del Parque perpetrada por la Unión Cívica contra el gobierno de Juárez Celman.
Posteriormente, comandando las fuerzas políticas católicas, apoyó la candidatura presidencial de Luis Sáenz Peña, quien le ofreció ser su ministro. Estrada rechazó el ofrecimiento, aunque luego aceptó el de embajador plenipotenciario en Paraguay, función en la que permanecería hasta su fallecimiento, ocurrido el 17 de septiembre de 1894, en la capital del país vecino.
En conmemoración de su pase a la inmortalidad, ese día fue instituido como el Día del Profesor.
Notablemente, el fallecimiento de dos de los hombres que más se han comprometido con la educación en nuestro país ocurrió en Asunción del Paraguay y en el mes de septiembre. De allí que tanto el Día del Maestro como el del Profesor se celebren el mismo mes, con apenas seis días de diferencia.
Recordar al José Manuel Estrada es recordar y homenajear a tantos profesores de las escuelas medias y de las universidades públicas y privadas del país, que en mi humilde opinión también merecemos, al igual que los maestros, el reconocimiento con el que se homenajea a quienes cada día bregamos por lograr una educación de excelencia.
El autor es profesor de Derecho Constitucional UBA, UB y UAI.