Tal vez la traición más denostada, conocida y escandalosa sea el caso de la llevada a cabo contra Jesús. Mateo relata: "Entonces uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes y les dijo '¿Qué me quereís dar y yo os lo entregaré?'. Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle". Como es bien sabido, Jesús anticipó el hecho según consigna el mismo Mateo: "Al atardecer, se puso a la mesa con los doce. Y mientras comían dijo: 'Yo os aseguro que me entregará uno de vosotros'".
Judas fue el traidor más famoso pero por cierto no el único y también debe destacarse la patraña más vergonzosa al imputar de traidor a Dreyfus por la tristemente célebre judeofobia denunciada por el gran Zola en ese caso y por tantos otros en muchas otras de esas infames y espantosas persecuciones.
Originalmente en la historia romana la traición se refería a conceptos militares de entrega al enemigo (perduellio), y en la historia inglesa y estadounidense también hay signos de lo mismo que en el primer caso aludía a la lealtad al rey. Así hubo debates sobre el Treason Act de 1695 en Inglaterra y sobre la Sección 3 de la Constitución estadounidense junto a las reflexiones de Madison en el número 43 de los Papeles Federalistas y las medidas precautorias al efecto de evitar abusos contra las libertades individuales en nombre de la "traición a la patria".
En cualquier caso, en este escrito apunto en otra dirección. Es común la traición, esto es, la deslealtad a valores convenidos, la entrega al enemigo, el darle la espalda a lo acordado, pero hay otra forma de traición a la que me refiero en esta nota periodística, y es la traición a uno mismo que está presente en toda traición, pero ahora la circunscribo a lo interindividual, a no ser fiel a las propias convicciones. Igual que la traición en general, a veces se lleva a cabo de modo conciente como cuando se dice o hace algo que pretende desconocer lo que está bien y otras de modo inconsciente. En el fuero interno ocurre lo mismo, muchas veces se procede de modo deliberado y consciente, y otras sin detenerse a analizar lo que se piensa o lo que se hace.
Como queda dicho, en el caso de este escrito apunto a un aspecto clave de lo que hacemos con nosotros mismos independientemente de cómo procedemos con quienes nos rodean. Sabemos que para la convivencia civilizada es menester que exista el respeto recíproco, sin embargo, hay quienes, por una parte, proceden de un modo que no conduce al referido respeto y, por otra, hay quienes sin participar activamente en esa dirección son pasivos frente a los desmanes. Actúan como observadores de hechos como si fueran ajenos a lo ocurrido y solo se quejan cuando directamente les faltan el respeto a ellos mismos, lo cual hace que resulte tarde para reaccionar, puesto que se dejó que la falta de respeto a otros avanzara demasiado y se enquistara en las costumbres y se naturalizaran los atropellos.
La traición a uno mismo es seguramente la peor de las traiciones, pues es un abandono a la propia dignidad. La genealogía de lo digno proviene de merecer un trato, lo cual, aplicado al ser humano, remite a su libre albedrío, a su libertad, consecuentemente, a sus derechos. Entonces todas las actitudes tendientes a coartar o enmudecer las autonomías individuales son contrarias a la dignidad humana.
No pocos espíritus autoritarios la emprenden contra la dignidad en provecho propio y, conscientes de su atropello, pero otros reclaman medidas contra la dignidad sin saberlo, pensando que están por el buen camino. Los primeros se traicionan a sabiendas, los segundos lo hacen inconscientemente, pero en todo caso se trata de traidores a la naturaleza humana, con lo que por añadidura se empobrecen no solo moralmente sino materialmente, puesto que obstruyen y aplastan la energía creadora y destrozan los mecanismos de cooperación social al atacar el derecho de propiedad.
Pero en todo esto hay cortocircuitos que hay que tratar de evitar. Por ejemplo, el tema del Fondo Monetario Internacional. Los liberales y las izquierdas coinciden en que es una institución nefasta. Los liberales se oponen a esa entidad, en primer lugar, porque se financia coactivamente con recursos detraídos de los contribuyentes de distintos países y, en segundo lugar, porque el FMI es para ofrecerles apoyos a gobiernos fallidos. En los momentos en que están por renunciar o corregir sus desatinos en cuanto al estatismo rampante, resulta que llegan carradas de dólares con tasas de interés inferiores a las del mercado y con períodos de gracia extendidos.
Las izquierdas se oponen porque estiman que se trata de una organización capitalista, pero, como han señalado innumerables autores, es una entidad que nada tiene que ver con el capitalismo y que habría que liquidar cuanto antes. Una concepción bastante retorcida, purulenta y absurda del significado del capitalismo. En verdad, el FMI en última instancia hace de apoyo logístico para mantener y alimentar a los antedichos gobiernos fallidos que son tales precisamente por adherir al estatismo (además de haber pasado por alto tremendas corrupciones como lo atestiguan países africanos y casos como el de Rusia y Turquía).
Todas las personas de buena fe quieren el bienestar de sus semejantes, pero lo relevante consiste en centrar la atención en los medios idóneos para lograr ese cometido. No da lo mismo proceder en cualquier dirección. Se trata, en primer lugar, de contar con marcos institucionales civilizados al efecto de permitir la mayor dosis posible de ahorro interno y externo para que los salarios y los ingresos en términos reales resulten lo más altos posibles. El rol del empresario es clave en este proceso: en un mercado libre está obligado a atender los reclamos de sus congéneres si desea prosperar y si no atiende satisfactoriamente a su prójimo, incurre en quebrantos. Esto debe ser claramente separado de los prebendarios que se alían con el poder político para explotar a la gente a través de mercados cautivos.
En realidad, el Judas moderno es el que traiciona los valores y los principios de la moral y la responsabilidad individual para entregarse a las fauces del Leviatán que termina por crucificar la libertad. Antes he citado un pasaje de Aldous Huxley de su libro Ends and Means, que estimo es la mejor descripción de lo que nos ocurre en el mundo de hoy: "En mayor o menor medida, entonces, todas las comunidades civilizadas del mundo moderno están constituidas por una cantidad reducida de gobernantes, corruptos por demasiado poder y por una cantidad grande de súbditos, corruptos por demasiada obediencia pasiva e irresponsable".
Así es, por una parte la corrupción que significa el abuso del poder. A veces se circunscribe la corrupción al robo de dinero pero las corruptelas pueden ser de muy diversas maneras, y tal vez la más ponzoñosa y generalizada sea precisamente el atropello a los derechos de otros de la entidad supuestamente encargada de proteger y garantizar esos derechos. En el otro caso a que apunta Huxley aparecen los timoratos que se dejan manosear de la manera más ofensiva.
En este sentido también lo he citado a Leonard Read, que en su obra Government an Ideal Concept señala lo que a su juicio ha sido un error del comienzo al consignar: "Nosotros en Estados Unidos nos equivocamos al recurrir a la expresión 'gobierno', puesto que significa mandar y dirigir, lo cual debemos hacer cada uno de nosotros con nosotros mismos pero no con el prójimo. Usar esta palabra es lo mismo que referirse al guardián de una fábrica como gerente general". Exactamente eso, la idea original alude en verdad a una agencia de protección y no al gobernar, mandar o administrar las vidas y las haciendas ajenas. Es en este contexto que Étienne de la Boétie ha escrito con razón: "Son, pues, los propios pueblos lo que se dejan, o mejor dicho, se hacen encadenar que con solo dejar de servir romperían sus cadenas". Si nadie hace caso a los disparates gubernamentales, el gobierno no se sostiene.
Ese es el sentido de la recomendación de Thomas Jefferson en su correspondencia a James Madison el 30 de enero de 1787: "Sostengo que una pequeña rebelión aquí y allá es una buena cosa, tan necesario en el mundo político como lo son las tormentas en el físico" y agrega que un gobierno republicano "no debería desalentarlas demasiado. Es una medicina necesaria para la firme salud del gobierno" al efecto de mantenerlo en brete. Más aún, Jefferson, en la misma carta, afirma que una de las formas de la sociedad es "sin gobierno como entre los indios", lo cual dice: "No está claro en mi mente si esa condición no es la mejor". Esto es para mostrar el espíritu presente en los Padres Fundadores, muy lejos de las bellaquerías del presente, un espíritu que hizo de los Estados Unidos la tierra de la libertad y el respeto recíproco. Lamentablemente de un tiempo a esta parte ese coloso del norte ha terminado por copiar la adoración al aparato estatal, y a subestimar el valor primordial de las autonomías individuales. Se han traicionado esos valores y, pero aun, muchos son los que piden con sus votos que los traicionen. Muchos se han convertido en animalitos que demandan un dueño.
El sentido de autoestima se ha perdido en gran medida. Y para los que miran la debacle pasivamente, hay que recordar lo apuntado por José Ortega y Gasset en La rebelión de las masas: "Si usted quiere aprovecharse de las ventajas de la civilización, pero no se preocupa usted por sostener la civilización, se ha fastidiado usted. En un dos por tres se queda usted sin civilización. Un descuido y cuando mira usted en derredor todo se ha volatilizado".
Es indispensable retomar en rumbo perdido y tener el coraje moral (en el hombre siempre es moral, pero dados los sucesos del momento vale el énfasis) y asumir la condición humana y la propia responsabilidad, y no traicionarse, humillarse y rebajarse al nivel de las bestias. No podemos convertirnos en Judas de nuestro propio ser por más cantos de sirenas gritadas por las mentes autoritarias para imponer sus nefastos designios.
En todos lados ha habido gente digna que da voces de alarma e intenta contribuir a que se pongan las cosas en su lugar. En el caso argentino es del caso repasar con mucha atención los trabajos de Juan Bautista Alberdi, el autor intelectual de la Constitución liberal argentina de 1853, quien dicho sea al pasar siguió los consejos de autores dedicados a sentar las bases de la sociedad abierta como el filósofo moral y economista Adam Smith. Debemos cifrar las esperanzas en los que no aceptan ser dominados por los Judas de nuestra época que renuncian a los valores insustituibles del respeto recíproco.
Termino con un pasaje shakeaspeareano de Hamlet en su idioma original y que resulta de una contundencia didáctica notable: "This above all, to thine own self be true".
El autor es Doctor en Economía y también es Doctor en Ciencias de Dirección, preside la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires y es miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas.