El Presidente en su laberinto

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Hace quince días el dólar había escalado hasta los 28 pesos. Los mercados decían en voz baja que la Argentina, a la luz de la recesión en la que ingresaba, tendría dificultades para pagar su deuda.

Fue en ese preciso momento cuando voceros oficiales hicieron trascender, en off, que el Presidente Macri se reuniría en Nueva York con inversores para transmitirles tranquilidad y asegurarles que le riesgo del default estaba lejos.

Los mercados decodificaron ese mensaje a su modo. "Si el Presidente hablaba de default, entonces existe la posibilidad de que ello ocurra", pensaron. Fue entonces cuando la presión sobre la divisa llevó el valor del dólar por encima de los 30 pesos.

Macri observó lo que ocurría y creyó resolver el tema afirmando un muy breve discurso que el FMI adelantaría los tramos del crédito otorgado para garantizar que Argentina cumpla con sus acreedores.

Gracias a ese mensaje los mercados confirmaron que Argentina tenía dificultades para pagar su deuda. Enterados de esa realidad, presionaron sobre el dólar hasta hacerlos valer 35 pesos.

Aunque la incertidumbre ya estaba desatada, el Jefe de Gabinete no tuvo mejor idea que alimentarla contradiciendo al Presidente tan solo un día después de que diera aquel mensaje. Fue entonces cuando Marcos Peña afirmó que no existía con el FMI el acuerdo citado por Macri.

Los mercados oyeron y desesperaron. Supieron por el Presidente que había dificultades para pagar la deuda y supieron por su alter ego (Marcos Peña) que el dinero para hacer frente a esa deuda no estaba. Entonces el dólar llegó a valer 40 pesos.

¿Qué ocurrió entonces? El Gobierno informó que tras el fin de semana anunciarán medidas fiscales para profundizar el enorme ajuste que ya venían ejecutando. Informó también que Dujovne, por su parte, correrá presuroso al FMI para tratar de ordenar el desaguisado que causó el discurso presidencial.

En medio de tanta improvisación, el Banco Central destinó tan solo el viernes la suma de 500 millones de dólares de reserva para que el dólar se sostuviera apenas un peso por debajo de los 40 pesos. En realidad, en los últimos dos meses, destinó 10.000 millones de dólares de reservas para alcanzar tan magro resultado.

Los párrafos precedentes cuentan lo ocurrido en Argentina en las dos últimas semanas. Son una muestra exacta del estado de desconcierto que impera en un Gobierno que parece deambular en un laberinto, tratando de explicar en palabras las supuestas "bondades" de una política que en realidad solo genera costos.

A esta altura de los acontecimientos, Macri y Peña deben haber aprendido que no siempre las palabras y los discursos logran resolver los errores políticos. Tal vez confiaron en que la tolerancia mediática de que gozaron hasta hoy sería equiparable a la tolerancia de los mercados, entidades despersonalizadas que solo conocen intereses.

Argentina hoy enfrenta una crisis cambiaria singular que responde a la dificultad de hacer frente a la enorme deuda contraída en los últimos dos años por el gobierno de Cambiemos.

La complicación parece ser mayor si se observan las condiciones que expresa nuestra economía de cara al futuro. Un tremendo ajuste que preanuncia una recesión furibunda en un marco en el que exportamos 28.000 millones de dólares menos que en 2015, llevan a suponer que será muy difícil cumplir nuestros compromisos externos si es que el FMI no adelanta una cuantiosa suma de dinero a modo de préstamo.

Estamos en crisis, aunque Macri no lo admita y Peña diga que caminamos por la senda correcta.

Ante ello, el primer paso que necesariamente debe dar el Gobierno debe ser admitir lo complejo de la situación porque, de no hacerlo, solo acrecentará la confusión. Nunca es bueno verificar que quien administra la cosa pública parece inmerso en un mundo irreal. Tampoco es bueno verlo encerrado en sus errores como el peor de los necios.

Macri necesita -Argentina también- alguien que sepa gestionar la economía. Está visto que él no puede asumir ese rol, como no lo puede asumir Peña ni quienes lo secundan. Dujovne y Caputo ya han revelado su incapacidad para sortear el problema que vivimos. El desgaste que han padecido parece inmenso.

Pero aunque los nombres cambiaran, también es necesario revisar el rumbo de la política económica. Si se sigue en el mismo sentido que hasta aquí, sólo conseguiremos los mismos infaustos resultados y Argentina necesita recuperar cuanto antes la senda del crecimiento.

Si Macri sigue apostando al ajuste, estará hipotecando no solo su gobierno si no también la suerte de una sociedad que ya siente las consecuencias nocivas de sus políticas. Tiene la oportunidad de cambiar y corregir. Tal vez así recupere la confianza que ha perdido en una sociedad que le endilga ser la causa de una nueva frustración.

La política no es otra cosa que el arte de administrar la realidad. Operar sobre esa realidad a favor de la gente es lo que la sociedad demanda de la política. Macri debe reconocer la dimensión de la crisis que ha generado con el endeudamiento y debe saber también que esta realidad no va alterarse solo con discursos y anuncios que explican o justifican la decadencia.

No soy parte del "Club del Helicóptero" y detesto a los aduladores del Gobierno que se nuclean en el "Club del Flan". Esas posiciones extremas solo sirven para promover la irritación social y hacer más difícil el mal momento.

Pero, hecha esa salvedad, debo decir que me parece insostenible que la gestión macrista insista en sus fórmulas.

El Gobierno debe asumir los errores cometidos y responsabilizarse por los mismos. Salir de la necedad loca y ver la realidad con la mayor crudeza puede ser un buen primer paso. Aceptar la debilidad política que enfrenta y animare a escuchar voces que propongan caminos de salida alternativos también pude servir a sortear este momento.

Lo único que no puede hacer quien está en el poder del Estado es persistir en su error y legitimar la ineficacia. El riesgo de hacerlo es que el enojo ciudadano se desate, algo que haría más difícil la ecuación que debemos resolver.

Dilemas todos de un Gobierno que por momentos, casi con resignación, parece aceptar que el laberinto es un buen lugar para vivir.

El autor fue jefe de Gabinete de la Nación (2003-2008).

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