Los pibes de Cristina para la liberación, como buenos sectarios, tienden a creer que el resto del mundo es ingenuo o desmemoriado, y por lo tanto capaz de creerse las mentiras más estúpidas.
Ya se arrepintieron tres exfuncionarios de la expresidenta, y narraron con lujo de detalles cómo se cobraban las coimas, a quiénes, y cómo se repartía la plata. Una decena de empresarios admitieron que pagaron sobornos, y seis de ellos abandonaron la conducción de sus negocios.
Pero ayer Andrés Larroque, uno de los máximos jefes de La Cámpora, afirmó sin despeinarse que los cuadernos de Oscar Centeno fueron plantados por la embajada de los Estados Unidos y la agencia de inteligencia de ese país, cuyos cerebros además instalaron en la Argentina la categoría del arrepentido para quebrar a las personas.
Lo mismo había dicho la expresidenta a poco de asumir, cuando María del Luján Telpuk detuvo a Antonini Wilson con una valija de 800 mil dólares.
Larroque declaró en la misma línea de Estela de Carlotto, a quien le sorprendió que Centeno pudiera tener semejante caligrafía siendo chofer.
Digámoslo de una vez: los argumentos que usan para defenderse de las evidencias de que integraban un gobierno que recaudaba dinero negro son tan pueriles como desesperados.
No importa tanto lo que digan ahora las encuestas. No importa que el núcleo duro de los kirchneristas siga creyendo que Cristina es Evita, porque las evidencias de los delitos que cometió son más relevantes.
Y ya no hay dialéctica que justifique tamaña corrupción. Ni siquiera la vieja teoría de la cortina de humo para tapar la crisis económica, la recesión, la persistencia de la inflación y el nuevo aumento de la pobreza.
Porque la mayoría de los argentinos, a pesar de la indignación por los cuadernos, los bolsos, las bóvedas y los barquitos que llegaban a Uruguay para introducir "el físico" en el sistema financiero y mandarlo al exterior, es muy consciente de que el gobierno de Mauricio Macri no está acertando con su política económica. Eso sí que se refleja en las encuestas. Y tendrá un impacto directo sobre las elecciones del año que viene.
Alfredo Casero habrá estado muy ocurrente haciendo las voces de un grupo de hijos que le gritan a su padre "queremos flan" recién salvados del incendio de su propia casa, pero Graciela Fernández Meijide, con el tono tan mesurado de siempre, puso las cosas en su lugar: "Más que flan, muchos argentinos lo que están pidiendo es pan".
También es evidente que cada vez más argentinos conectan la sencilla idea de que una buena parte del dinero que se robaron es la que falta en rutas, obras públicas, hospitales, escuelas e inversión social. Y que hace años que dejaron de echarle la culpa de todo a la CIA o la Embajada. Menos mal.